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Viernes, 28 de febrero de 2014

CINE

Eroticón

La nueva película de Paolo Sorrentino, La grande bellezza, exhibe el mundo de falso esplendor y decadencia en el que viven hombres y mujeres en Roma.

 Por Silvina Herrera

“Viajar es útil, hace trabajar la imaginación. Todo lo demás es desilusión y fatiga.” La película empieza con la frase de Viaje al fin de la noche, del escritor francés Louis Ferdinand Céline, y desde ahí las imágenes serán vértigo, locura y nostalgia por la esperanza rota de un futuro de gloria. La grande bellezza es un manifiesto de amargura grotesca, un rejunte de expresiones ampulosas retratadas con ironía para cuestionar los efectos de la abundancia de la modernidad en la vida cotidiana y los vínculos entre las personas. Todo es desparpajo y angustia, exageración y desolación, barroquismo y sarcasmo, como la muestra de algo que amenazaba con convertirse en maravilloso y terminó siendo patético. La película hace en sus dos horas y cuarto un gesto de expresionismo extremo limitado una y otra vez por la acción de la realidad. Las cosas iban a ser hermosas, bellas y eternas, pero el mundo se encargó de destruir los sueños y volverlos apenas una caricatura de la satisfacción.

Una de las escenas más impactantes de la película de Paolo Sorrentino, nominada al Oscar como mejor film extranjero, es la superfiesta del inicio, en la que hay mujeres hermosas, jóvenes y adultas ultra producidas, con siliconas y botox –incluida una enana directora de una revista–, bailando hasta el descontrol y la histeria con música remixada de Raffaella Carrà. El centro del circo es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que dejó de escribir y añora el éxito de su única novela, El aparato humano; un hombre que aspiraba a ser profundo, pero se hundió en la más banal de las frivolidades. En la película, las mujeres son despampanantes y sexies. “¿Alguna vez contaste las mujeres con las que has estado?”, se preguntan los hombres entre ellos, como si las mujeres fueran un trofeo o una competencia que ganar. Hay cuestionamiento a la superficialidad de la vida diaria en la imagen de mujeres haciendo fila para inyectarse botox y a las exigencias de la mercancía cuando se ve a una nena pintando un cuadro para galeristas de la alta sociedad cuando ella sólo quería seguir jugando. El cine, como la literatura, puede transmitir conductas humanas de diferentes maneras, naturalizándolas desde estereotipos o criticándolas desde otros mecanismos, como el exceso o la sátira, que es lo que sucede en La grande bellezza.

Otra de las escenas que sobresalen en el film es cuando el escritor está reunido con sus pares, hombres y mujeres, que charlan entre ellos más tranquilos después de la fiesta. Todo parece armonioso, hasta que cada uno empieza a atacarse con sus miserias. El diálogo entre Jep y Stefania, una escritora que superó los 50 y se jacta de ser exitosa en su profesión, como esposa y madre, parece concentrar el significado de toda la película. “Tus novelas son irrelevantes, no estás con tus hijos, ni en las largas vacaciones que te concedes. ¿Cómo y cuándo se manifiesta tu sacrificio? Estas son tus mentiras y tu fragilidad, Stefa, madre y mujer. Tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros. Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más remedio que mirarnos a la cara y hacernos compañía”, le dice él antes que ella lo insulte y se vaya.

La gran belleza también es Roma, la ciudad encantada de la antigüedad clásica está retratada a puro esplendor de una manera que recuerda a las películas de Federico Fellini. Roma está tan presente en la película que se la termina humanizando como una mujer más, una mujer hermosa a la que siempre se vuelve para descubrir y amar otra vez, a pesar de su decadencia. Tanta grandilocuencia por momentos puede agotar, pero el ímpetu hiperrealista de la película matizado con la belleza de las imágenes poéticas hacen que La grande bellezza sea imposible de olvidar.

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