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Viernes, 7 de marzo de 2014

COSAS VEREDES

Efectos colaterales

El modelo de masculinidad hegemónico no sólo perjudica a las mujeres; también pone a los varones en jaque, al borde del abismo.

 Por Guadalupe Treibel

En su lúcida y brutal teoría King Kong, la incisiva autora y directora francesa Virginie Despentes se preguntaba: “¿Para cuándo la emancipación masculina?”, y, acto seguido, anotaba: “Por supuesto que ser mujer es penoso. Miedos, apremios, imperativos de silencio, llamadas a un orden que ya lleva mucho de caduco, festival de limitaciones imbéciles y estériles. Siempre extranjeras, que se tienen que bancar el laburo de mierda y proporcionar la materia prima con la cabeza agachada... Pero, comparado con lo que es ser hombre, parece una risa... Porque, al final, no somos las más aterrorizadas, ni las más desarmadas, ni las más trabadas. El sexo del aguante, de la valentía, de la resistencia, siempre fue el nuestro. No es que nos hayan dado a elegir, de todas formas”.

Y esa mirada reivindicativa, de aguerrido vaso medio lleno, esconde una situación de hecho inquietante: que, dado el estado –misógino– de las cosas, muchos hombres están atrapados en las estructuras rígidas, estereotipadas, francamente machistas, que se ofrecen como dadas, naturalizadas. Con consecuencias, –de más está decir–, lisa y llanamente nefastas para la mujer, pero hete aquí el asunto: nefastas también para el varón que, como Virginie bien plantea, no ha logrado aún la emancipación masculina. “Serás dueño, jefe y proveedor, o no serás nada”, pareciera ser el lema que, desde que el mundo es mundo, gira por la cabecilla de, incluso, los más liberados. Tipos sensibles, conscientes de la causa, afines incluso (sí que los hay), que reciben el vapuleo de sus pares cuando no adhieren a las máximas de “hacerse hombre a los golpes”.

Golpes que, en ocasiones, llegan al... suicidio. De allí que especialistas como el psiquiatra y psicoterapeuta local Enrique De Rosa hable de una “patología de género” al referirse al suicidio en un artículo del 31 de enero del diario La Nación titulado: “Por qué se suicidan cuatro veces más los hombres que las mujeres”. Y es que, acorde con datos del Ministerio de Salud de la Nación, de los 26.940 casos registrados en los últimos doce años, 21.331 fueron de varones. Ninguna casualidad: los números apenas si replican una tendencia que se ve espejada a nivel mundial. Y como primera explicación plausible, recoge la citada nota del ya mencionado especialista: “Los hombres presentan una tendencia al comportamiento motor más que a la respuesta emocional. Entonces la descarga motora frente a la frustración se produce como violencia a otro o a sí mismo”.

¿Violencia autodirigida, dice? En efecto: violencia autodirigida que, a su vez, se manifiesta en los métodos violentos (con perdón de la iteracción) que los señores optan al momento de quitarse la vida: porque mientras ellos tienden a emplear el ahorcamiento o las armas de fuego, las mujeres se inclinan por mecanismos menos agresivos y más “decorosos”, como el envenenamiento con cualquier sustancia... Y, como se anotaba previamente, las estadísticas repiten fórmula a nivel global, en (casi) todas las latitudes, con el agravante de que la tasa de suicidios de hombres va en aumento –la de mujeres, por su parte, y acorde a distintos estudios, ha disminuido–.

De allí que la Encuesta Internacional de Masculinidades y Equidad Images (2011), de Chile, marcase el preocupante factor de que el 8,8 por ciento de los hombres chilenos reconocía haber tenido pensamientos suicidas en el último mes. En este sentido, el periódico británico The Guardian exhortó la semana pasada a que el gobierno tomase cartas serias sobre un asunto que, a su entender, se ha vuelto una tragedia nacional. “En 1981, 4129 hombres de UK se quitaron sus propias vidas. Tres décadas más tarde, a pesar de las mejorías en psiquiatría y salud, prevención y política social y personal, el número de 2012 escaló a 4590”, contabiliza el medio. Acorde a Clare Wyllie, de la ONG Brit Samarintans, “los hombres crecen esperando alcanzar a la mediana edad una esposa que los cuide y un trabajo de por vida en una industria masculina. La realidad, en cambio, los encuentra en una posición muy diferente. La sociedad construye un ideal masculino y la gente aspira a él. Mucho tiene que ver con llevar el pan al hogar. Cuando un hombre no lo consigue, puede tener efectos devastadores para él”.

Por su parte, el manual Modelo para Armar: nuevos desafíos de las masculinidades juveniles, editado por ONU Mujeres Argentina, escrito por Lucila Trufo y Hugo Huberman, señala un punto similar: “No sólo las mujeres pagan el precio por vivir en una sociedad dominada por hombres; ellos también pagan un precio alto por el poder y los privilegios que tienen en una sociedad patriarcal: su autoestima se ve afectada cuando no logran adecuar su vida a lo esperable para un varón exitoso, o bien se enfrentan a situaciones de exclusión al no responder a lo socialmente esperado”. Señala, además, que los motivos de los suicidios masculinos “suelen ser profundas depresiones que provienen de no cumplir con el modelo de hombre ganador, potente, proveedor y protector”. ¿Cortito y al pie? El modelo de masculinidad hegemónico es una maldición para todos. Y todas, de más está decir.

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