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Viernes, 14 de marzo de 2014

MUSICA

Los sonidos de la Vía Láctea

La artista japonesa Mayumi Miyata llega con el curioso instrumento que le ha valido reconocimiento mundial –el shô– para presentarse en una ópera ineludible del alemán Helmut Lachenmann.

 Por Guadalupe Treibel

Durante más de tres décadas, la japonesa Mayumi Miyata ha proclamado la buena nueva –musical– sobre el milenario instrumento que, a su entender, contiene el sonido del universo. Peculiar (por no decir rarísimo), el “https://www.ruhrtriennale.de/en/programm/kuenstler/mayumimiyata/”hô le ha quitado el sueño más no la iluminación galáctica: reconocida por el mundo como excelsa música, su capacidad ha inspirado obras de compositores como John Cage o engalanado piezas de artistas como Björk. Ahora, de visita en la Argentina, la dama oriental llega con más que tallos huecos de bambú –que toca de mil maravillas–: viene a acompañar una pieza contemporánea clave, La vendedora de fósforos, ópera del alemán Helmut Lachenmann, pope de la música concreta. Basada en el cuento homónimo de Hans Christian Andersen, textos de Leonardo Da Vinci y Gudrun Ensslin –una de las fundadoras de la Fracción del Ejército Rojo–, narrada entre murmullos, crepitaciones y zumbidos, reflexiva respecto de la indiferencia social imperante, la obra maestra del maestro incluirá en su reparto a la humilde y excelsa Miyata, que conversa con Las12 sobre éste y otros tantos proyectos que marcaron su vida.

¿Qué le interesó inicialmente de esta obra de Lachenmann?

–Es una obra espléndida, muy compleja. No por nada le ha llevado años de trabajo componerla. Recuerdo cuando conocí a Lachenmann: fue en un festival de Japón en el ’93, donde yo tocaba el “https://www.ruhrtriennale.de/en/programm/kuenstler/mayumimiyata/”hô. Luego él decidió incorporar este instrumento en su ópera. Años más tarde, realizamos la primera performance en la Opera de Hamburgo, en Alemania, en 1997.

Además de inspirarse en el cuento homónimo de Hans Christian Andersen, la pieza toma extractos de cartas de Gudrun Ensslin. ¿Estaba familiarizada con la historia de esta creadora del grupo militante alemán Fracción del Ejército Rojo, de quien se sospecha que fue ejecutada extrajudicialmente por el gobierno alemán en 1977?

–Sólo la conocí a través de la ópera. Además, como su texto citado está en alemán, se me dificultaba comprenderlo. Cuando Helmut usa la figura de la cerillera de Andersen y la conecta con Ensslin, habla de pelear para liberarse de las prisiones del afuera, de ciertas situaciones sociales. Incluso ha llegado a mencionar que, en su opinión, si la vendedora de fósforos no hubiese muerto (en la ficción) quizá se hubiera convertido en Gudrun al crecer.

En el cuento, la niña pobre usa los fósforos que debe vender para calentarse y muere de frío frente a la total indiferencia de los demás, sin que nadie la auxilie. En la vida real, Ensslin incendia grandes almacenes de Francfort para protestar contra la guerra de Vietnam...

–Sí. Como decía, es una obra muy compleja que, además, introduce situaciones meteorológicas... Afortunadamente, tras años de práctica (incluso grabamos el disco en el 2000), ya no es una pieza dificultosa de interpretar para mí. El único “inconveniente” es... ¡la espera! Como mi parte llega hacia el final, en los ensayos puedo pasar dos horas sin hacer nada (se ríe).

Pues, para la audiencia, vale la pena aguardar: el shô es un instrumento muy peculiar, poco habitual, y usted misma, una referente absoluta en la difusión del mismo...

–En lo personal, adoro su carácter. El shô consiste en 17 tubos de bambú, cada uno con una lengüeta de metal en su base. Lo sostengo con dos dedos de mi mano derecha, cuatro de la izquierda, y puedo producir armonía. Si bien es un instrumento de viento, suena como un órgano. Y como la lengüeta vibra tanto por dentro como por fuera, creo sonido tanto al inhalar como al exhalar, lo cual me permite producir sonido continuo, armonía continua. Suena como un río de luces que, a través de cambios graduales, van modificando sus colores. Es la Vía Láctea. Cada sonido es una galaxia. Además, en tanto es un instrumento antiquísimo, milenario, siempre he sentido que suena remoto: como si fuera de tiempos pasados que llegan del futuro.

En Japón, data de la era Nara...

–Sí, de hace ya 1300 años. Pero en China tiene una historia milenaria de más de tres mil.

Aunque, como bien explicaba antes, cuenta con 17 tubos, dos suelen ser silenciosos...

–Antiguamente dos estaban perdidos, ¡no sabemos bien por qué! (se ríe). Pero yo los incorporé y completé los 17 (así que, como verás, la música de Lachenmann incluye toda la serie). Como curiosidad, su forma emula dos alas de un ave y, según la leyenda, el shô busca imitar la llamada del Ave Fénix.

Tradicionalmente, ¿ha sido tocado por hombres y mujeres?

–En el comienzo, solo hombres; pero ya en la primera etapa de la era Nara había mujeres tocando. De hecho, según la mitología china fue una diosa mujer, Nüwa, la que lo inventó, y luego creó a los humanos para que hicieran música para ella.

Desde sus orígenes ha estado asociado a la música “elegante”, de la corte imperial, el denominado gagaku...

–La corte o los templos budistas. También con fines no religiosos sino en banquetes asociados al disfrute. Nunca, eso sí, para el baile; no es música popular. Aún hoy pertenece a lo que podría denominarse música “alta”.

¿Tiene compositores favoritos que la hagan volar por la Vía Láctea?

–El japonés Toshio Hosokawa. Y John Cage, sin lugar a duda. Para mí sus piezas sí son como el universo: él puso el I-Ching en la computadora; muchas armonías, muchos cambios de colores. Encuentro muchas similitudes entre su obra y el gagaku. Su música no es artificial; es muy natural.

Su talento inspiró al propio Cage a componer piezas para shô en los ’90.

–En 1990 fui a Nueva York a dar un concierto del compositor Toshi Ichiyanagi y como Cage era su amigo, vino. Durante la recepción, Ichiyanagi nos presentó y estuvimos un rato largo charlando sobre meditación, zen, budismo. Hasta que, en un momento, me pregunta: “¿Debería componer para tu instrumento?”. Y yo: “¡Sí, por favor!”. Un año más tarde, viajé a Nueva York y trabajamos juntos durante una semana. Recuerdo que hacía calor, 40 grados, y él pensaba y pensaba en silencio. Primero probó diferentes notas en la computadora y me las mostró; sonaba hermoso. Después me mostró otra pieza y no era tan buena. “¿Qué pasó?”, me consultó. “Está demasiado gruesa; tiene demasiadas notas”, le dije. Quitó muchas y quedó fantástica. El trabajo continuó y cada día llegaba una pieza nueva. Al final había 10, de entre 10 y 40 minutos cada una.

Otro hito en su carrera fue haber sido convocada por Björk para tocar el shô en tres canciones de la banda sonora de Drawing Restraint 9 (2005), del director y artista multimedia Matthew Barney. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

–La diseñadora de moda Eiko Ishioka (responsable, por ejemplo, de los modelos del film Espejito espejito, con Julia Roberts) me conocía de alguna manera y, al enterarse de que buscaban a alguien para tocar el instrumento y siendo amiga de Björk y de Barney, me recomendó. Debo admitir que, cuando me ofrecieron la tarea, no conocía su música y tuve que consultar con un amigo si era bueno o no tocar sus canciones. La respuesta, obviamente, fue “¡Por supuesto!”. La experiencia fue placentera. Era una historia narrada como en sueños, acerca de las ballenas. Incluso me invitaron a participar de la película. Por suerte, no tuve que decir ninguna línea, ¡sólo tocar!

La vendedora de fósforos, ópera en versión concierto, se presentará mañana a las 20.30 y el domingo 16 a las 17 en el Teatro Colón.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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