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Viernes, 14 de marzo de 2014

ENTREVISTA

Una mujer pública

Autora de una monumental biografía sobre Virginia Woolf, Irene Chikiar Bauer reivindicó en su nuevo libro la figura de una pionera local, Eduarda Mansilla, escritora como su hermano pero alejada de la literatura romántica, la única que se consideraba apropiada para las mujeres cuando promediaba el siglo XIX. Eduarda, en cambio, se incluye en el debate de ideas propio de los escritores de la época, tiene la pulsión de intervenir y de opinar sobre todo. Además de reflejar la vida de las mujeres y los gestos rebeldes de las mujeres fuertes, así la muestra Chikiar Bauer en Eduarda Mansilla. Entre-ellos. Una escritora argentina del siglo XIX (Biblos).

 Por Laura Rosso

Mientras Irene Chikiar Bauer escribía la biografía de Virginia Woolf (un libro de casi mil páginas que le llevó más de siete años de trabajo), asistió a un seminario sobre “Representaciones del mundo rural en textos de literatura argentina”, dictado por la doctora María Minellono. Ahí fue donde descubrió a Eduarda Mansilla, y de inmediato su figura despertó en ella el deseo de investigar y dar a conocer su obra. Por eso decidió estudiarla en vistas a su tesis de Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (Unsam). Ese trabajo se convirtió en el libro Eduarda Mansilla. Entre-ellos. Una escritora argentina del siglo XIX, editado por Biblos a fines del año pasado.

Es el primer libro dedicado íntegramente a la figura de Eduarda Mansilla. Repensarla críticamente y actualizarla para recuperar su obra. Esa fue la idea. Así lo explica la autora: “En el caso de Eduarda Mansilla, no me interesó rescatarla desde el cupo femenino. Es decir, no pensé en abordar su obra diciendo: ‘Tenemos que analizar a las mujeres del siglo XIX porque son pioneras y punto’. Sino que cuando comencé a leerla me di cuenta de que intervenía en el campo de las ideas. Ella no estaba escribiendo historias románticas o historias que rápidamente se asignan a la literatura femenina, estaba debatiendo o coincidiendo con políticas y representaciones de la época. Eso es evidente desde sus dos primeras novelas Lucía Miranda y El médico de San Luis, que publica a los veintiséis años, en las que se refiere y analiza la situación de la mujer, la situación del gaucho, las consecuencias de las luchas facciosas, la corrupción de algunas instituciones, el tema del indio, las diferencias entre ciudad y campo. Cuestiones sobre las que va a volver en Pablo o la vida en las pampas. Me interesó sacarla de ese lugar de la literatura femenina para incorporarla en el debate de las ideas. En Lucía Miranda, por ejemplo, va a proponer tipos de lectores. Lucía Miranda es una lectora que lee en grupo, le lee a su nodriza analfabeta (es decir que capta a la nodriza para la lectura) y también introduce en la lectura a su enamorado, Sebastián Hurtado, que quiere ser militar. De esta manera, no sólo propone que las mujeres tienen que leer, sino que los militares y toda la sociedad debe educarse. Y eso, en 1860.

En el capítulo 1 del libro, Estado de situación, das cuenta del entramado del espacio social, que no facilitaba precisamente la inclusión de las mujeres. A tal punto estaba intrincada la literatura con la política que los escritores se veían a sí mismos como testigos y protagonistas de la historia. ¿Qué ocurría en ese contexto con las mujeres, como Eduarda Mansilla, que escribían?

–Creo que Eduarda Mansilla confió en el poder de la literatura para cambiar y renovar el imaginario social, influir en las representaciones de la sociedad, subvertir órdenes establecidos y discutir legitimidades. Sentó posturas. Hizo lo que quiso. Se sustrajo a los prejuicios de su época y de su propio grupo social.

Es interesante el análisis que hacés de las representaciones sociales e históricas. Decís que articulan –en tanto productoras de sentido– la literatura femenina del siglo XIX. Y que pueden entenderse como manifestaciones concretas de las ideologías que las engendran. ¿Cómo se desmarca Eduarda Mansilla de esas situaciones en las que las mujeres no podían excederse del ámbito del hogar?

–Si bien por un lado no es contestataria, considero que debate y plantea alternativas a cuestiones clave, como el gran tema de la literatura argentina del siglo XIX, civilización y barbarie. Pero también hace análisis cultural y se ocupa de la situación de las mujeres. En Recuerdos de viaje, cuenta que las norteamericanas pueden salir sin chaperona, pueden hacer periodismo, y que esas profesiones están totalmente habilitadas para las mujeres, pero además en su escritura critica a los Estados Unidos, como también lo hacen Miguel Cané y los hombres de la época. Recuerda que en tiempos de Rosas se le propuso que dejara el comercio con Europa para comerciar sólo con Estados Unidos, y también señala que “persiste en nosotros una preocupación que ya es crónica, lo esperamos todo de nuestros hermanos del Norte; y con pueril ignorancia creemos que la nación más egoísta de la tierra, piensa en nosotros”. Una mujer que escribe esto está trazando perspectivas en un sentido diacrónico y sincrónico, está viendo qué pasaba antes, qué pasa ahora, y proyecta hacia el futuro. En un sentido sincrónico, también hace paralelismos, señala diferencias. Y no sólo en la narrativa, en su periodismo compara qué pasa en la Argentina y qué pasa en Europa. Podemos decir que traduce en ambos sentidos: a los europeos les cuenta cómo es nuestro país, y a los argentinos qué sucede en la Europa en la que ella vivió tanto tiempo; también intenta influir en cuestiones relacionadas con la educación, con la cultura, con el bienestar social, como queda claro en su artículo “Una visita a la Penitenciaría”.

¿Cuál era la imagen de escritora que Eduarda Mansilla quería construir?

–Desde muy joven se construye a sí misma como escritora, pero también muestra que tiene una formación intelectual. Hace gala, en los epígrafes de Lucía Miranda, de su cultura letrada, de un nivel de lecturas que comparte con los hombres de esa época. Tiene ese plus de querer mostrar una formación intelectual sólida. Además, se asume como compositora, toca el piano y compone. Es una mujer que escribe artículos periodísticos sobre música, que les dice a las mujeres que toquen el piano, pero que no se olviden de la guitarra, de los aires criollos... En su tercera novela, Pablo o la vida en las pampas –que publica primero en francés, después su hermano Lucio V. lo traduce y lo hace publicar acá–, además de introducir o traducir la pampa a los extranjeros, contarles cómo es la naturaleza, cuáles son los animales, o explicarles términos cómo querencia, que dice que es el foyer del francés, se refiere al sistema de propiedad de la tierra, a las consecuencias de los enfrentamientos facciosos, a las instituciones democráticas. Pero no sólo explica la pampa, el gaucho. Cuando al protagonista de Pablo... lo captura el ejército unitario y pasan por la estancia de Dolores, ella se descubre enamorada y su criada negra logra introducirlo en su habitación y luego cierra la puerta. Es decir que la criada habilita la sexualidad. También hay una cautiva que prefiere, cuando el marido va a pagar su rescate, quedarse con el indio, porque le gusta más que él. En mi libro muestro que Eduarda Mansilla creó un conjunto de heroínas y mujeres fuertes en su debilidad, que van desde Lucía Miranda a la madre de Pablo, que viene a Buenos Aires a pedir por su hijo, pasando por los grupos de mujeres que la ayudan. Es una escritora que habla de la solidaridad femenina, que maneja más de tres idiomas y que incursiona en gran variedad de géneros.

Eduarda se casa con un diplomático. ¿Cómo era esa época en Buenos Aires? Vos decís algo así como que la patria se confundía con las historias de familia...

–Los argentinos de principios del siglo XIX eran en su mayoría analfabetos, y sus gobernantes formaban parte de una elite. En ese sentido, la historia de las familias que la conformaban y la historia patria estaba muy relacionada.

En su testamento dejó establecido que no publicaran sus obras.

–Tal vez no era tan fácil para sus hijos, dedicados a la diplomacia o a la vida militar, tener una madre escritora.

Nació y creció rodeada de mujeres fuertes, de un campo familiar particular: hija de Agustina Ortiz de Rozas y nieta de Agustina López de Osornio, sobrina de Encarnación Ezcurra de Rosas y prima de Manuelita Rosas. ¿Fueron modelos que la marcaron?

–Seguramente. La madre fue una de las primeras –si no la primera– perfumista de Buenos Aires. Fabricaba su propio perfume. Durante los estallidos e invasiones que se producen cuando cae Rosas, mientras muchos de los hombres se exiliaban, las mujeres se tenían que quedar a cuidar las propiedades, y se dice que su madre se vistió con sus mejores ropas, prendió todas las luces y se sentó en el salón a ver si alguien se atrevía a entrar a su casa. Otra anécdota, contada por Lucio V. Mansilla, se refiere a que la abuela de ambos, madre de Rosas, dejó de recibirlo porque tenía detenido a un médico al que ella quería proteger. Sabemos que la madre de Rosas le dejó a su hija viuda más herencia de lo que le correspondía por ley y que los demás descendientes respetaron su voluntad. Las mujeres fuertes están, y de alguna manera la habilitan, pero podría decirse que ella es la primera que sale a la esfera pública con tanta determinación, que quiere opinar a través del periodismo y de la escritura.

¿Cómo hizo para desmarcarse de esas resistencias sociopatriarcales de la época?

–Eso es muy interesante. No hay muchos testimonios. Intuimos que su marido no fue hostil a que escribiera, porque publicó estando casada. Pero los prejuicios existían. Su hermano Lucio cuenta que ella era muy inteligente, pero también dice –no refiriéndose específicamente a Eduarda, pero evidentemente sin cuidarse de afectar su sensibilidad–: “Otra mujer literata y poetisa ¡y argentina! Cuándo se convencerán que en América es precario el porvenir de las literatas y que es mucho más conducente al logro de ciertas aspiraciones que escribir con suma gracia, saber cocinar, coser, y planchar”.

Está el eje familia, ideología, política, patriarcado; el universo de los hombres de acción. ¿Eduarda tuvo que hacer una circunvalación para poder dedicarse a escribir?

–Tiene una obra muy completa. Escribió novelas, teatro, es autora del primer libro de cuentos infantiles, escribió cuentos, incluso algunos que se asocian con el género fantástico, incursionó en el periodismo, en el terreno musical. Como artista y creadora pudo darse muchos gustos, lo que no podemos saber –porque no tenemos al alcance testimonios autobiográficos– es si sintió que eso era suficiente o aspiraba a más...

Juana Manuela Gorriti, Rosa Guerra, Eduarda Mansilla, ¿las unía un deseo de ligar la perspectiva de las mujeres a un nuevo discurso nacional en formación?

–Esa es una de las hipótesis de muchos de los que trabajamos sus obras. De todas maneras, aunque no reivindica derechos civiles o políticos, Eduarda Mansilla siempre aborda la problemática de la mujer inserta en sociedad y consustanciada con la cultura. Como dije, sus mujeres son mujeres fuertes. Lucía Miranda llega a enfrentar en un juicio público al hechicero de la tribu de los timbúes; la madre de Pablo es comparable con una madre de Plaza de Mayo; Rosa habilita la sexualidad de su discípula, e incluso la mata antes de que los indios se la lleven. Trata temas caros al discurso de lo nacional. También alude al lugar de la mujer y al sistema legal, incluso en un artículo periodístico advierte que “la yanqui” no admite que la engañen o se burlen de ella y que se reserva el derecho de la venganza, aduciendo que lo hace en compensación “a lo mucho que las leyes, aun en Estados Unidos, niegan al sexo débil”.

Eduarda desajusta ciertos mecanismos propios de la época. ¿Cómo se posiciona frente a esa tensión entre la elite gobernante –el señorío– y los valores democráticos?

–En su escritura hay una tensión constante entre el señorío y los valores democráticos, característico, por otra parte, del estilo de escritores como: Miguel Cané, Eduardo Wilde, Lucio V. López, Lucio V. Mansilla, Paul Groussac y otros. Son escritores que en la década de los ochenta comienzan a ver las transformaciones sociales y culturales causadas por las grandes oleadas inmigratorias. Pero finalmente Eduarda Mansilla siempre opta por los valores humanos. Es evidente en La Marquesa de Altamira, donde presenta a una aristócrata deslumbrada por la riqueza y las apariencias y la opone a Paulina, una joven cándida y virtuosa a la que llama “comunista sublime, corazón verdaderamente cristiano”, porque desea compartir todo lo que posee y sueña con que los ricos repartirán sus bienes con los necesitados.

¿Por qué el “Entre ellos” del título?

–La idea del “Entre-ellos” remite al “Entre-nos”, de su hermano Lucio, libro en clave autobiográfica en el que trata los más diversos temas. Creo que mucho tiempo se pensó la literatura argentina del siglo XIX como un “entre nos”, en el que las mujeres estaban excluidas o sólo aparecían como epifenómenos. Estudiar la obra de Eduarda Mansilla me llevó a pensar que podía incluirla con todo derecho “entre-ellos”, y así surgió el título del libro.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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