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Viernes, 14 de marzo de 2014

RESCATES

La desobediente

Elisabeth Eidenbenz
1913-2011

 Por Marisa Avigliano

La señorita maestra de país resuelto, la mujercita de cuento suave y vocación temprana, resignó los Alpes de la postal que ordena las buenas esperanzas y metió su cuerpo entre los cuerpos en guerra. Como parte de una delegación suiza de ayuda humanitaria, Elisabeth llegó a España en la agonía republicana de 1937. Cuando la diáspora peninsular escapó de la masacre franquista cruzando los Pirineos buscando vida en tierra francesa, la maestra que había cambiado lápices por vendas cruzó con ellos. Como el éxodo fue multitudinario, mucho más de lo que la población gala podía soportar, los refugiados terminaron hacinados como si un campo de concentración eterno no dejara de acecharlos. Más de cuatrocientas mil personas sin comida, baños ni techo vivían cercadas como despojos en las playas de Argelès-sur-mer. Los casos de disentería se multiplicaban y los exiliados morían apilados cerca de un alambre de espino que tatuaba su condición de perseguidos. Cuando la mortalidad del recién nacido bordeaba los límites del ciento por ciento –el pesebre de los partos era de paja y bosta–, Elisabeth descubrió una casona abandonada en Elna, en la región de Languedoc-Rosellon, a menos de siete kilómetros de la playa agolpada de miseria y desprecio. Como si fuera posible hacer real un cuento del poeta danés, la maestra suiza desobedeció las órdenes de la política represiva que consideraba indeseados a los oprimidos y convirtió las paredes desvencijadas del castillo en una maternidad próspera. El pato feo no era sino un cisne, “una isla de paz en medio del infierno, una burbuja de oxígeno para recuperarse y continuar viviendo”. Entre 1939 y 1944 la maternidad de Elna salvó la vida de más de quinientos bebés (refugiados republicanos españoles primero y judíos escapando del nazismo después) bajo la dirección de su fundadora, la señorita Eidenbenz. “Con un compañero periodista fotografiamos el estado lamentable de las mujeres embarazadas. Cuando pedimos permiso para abrir la maternidad, aquellas fotos intimidaron al prefecto, que tenía miedo de que en Europa se conociera cómo trataba Francia a los refugiados españoles. Justo al día siguiente, teníamos la autorización.” El primer dinero para sostener la maternidad lo recibió de la Europa de preguerra –colectas de civiles suizos protestantes en su mayoría–, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial obligó a Elisabeth a alistarse en la Cruz Roja. La maestra sin aula, la enfermera voluntaria con hospital propio que se convirtió en partera en medio de un parto, ahora debía seleccionar la nacionalidad y la religión de sus pacientes y ser neutral ¿neutral? La mujer de trenzas y delantal que no tenía interés romántico alguno por los hombres, la amiga de Pablo Casals (visitaba la maternidad con su violín) despreció aquella neutralidad y falseó identidades cuando el que necesitaba asilo era un refugiado político o un judío. La Gestapo no tardó en hostigarla ni en detenerla más de una vez, hasta que finalmente, en la Pascua de 1944, desalojó la maternidad con la fuerza militar apaleando a las embarazadas, mientras las subían a un tren con destino a Montagnac. Algunos niños de Elisabeth (algunos de esos 597 hijos que nacieron bajo su amparo) junto a nietos de refugiados recuperaron a comienzos del siglo XXI la maternidad con medalla, foto familiar y museo incluido.

La comadre sin diploma que supo en el desamparo más vibrante fundar una patria murió en Zurich a los 97 años.

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