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Viernes, 21 de marzo de 2014

LA VENTA EN LOS OJOS

Encerrada por un polvo

Una publicidad de un producto de limpieza muestra a una mujer privada de su libertad durante siete días para que en su casa haya menos polvo.

 Por Luciana Peker

–¿Ya puedo salir? –reclama Laura con voz de desesperada, mientras golpea con su puño las paredes de vidrio. Ni siquiera nos explican si, finalmente, es dejada en libertad. Parece que es lo de menos. Suerte que nos enteramos de que la mujer –delgada, joven, vestida con saquito color salmón, maquillaje natural y pelo carré– se llama Laura, porque el locutor en off le dice “gracias, Lau” cuando ya no les sirve más para el experimento de limpieza. Y ni siquiera ahí le abren la puerta.

La publicidad empieza con Laura limpiando una mesa en un cuarto vidriado símil pecera. El desafío es demostrar que el aerosol saca el polvo como ninguno. Por eso la hacen limpiar un lado con Blem y otro con una franela seca. Hasta ahí todo muy típicamente pulcro. Pero después anuncian algo que no estaba en los planes. Lau se tiene que quedar encerrada durante los siete días de la experimentación hasta notar con sus propios ojos que el lado de la mesa donde se tiró el producto –y no sólo un trapito sin costo agregado– está sin las malditas microparticulas de polvo.

No sólo se dice que una mujer tiene que estar obsesionada con cada pedacito grisáceo que sobrevuele su hogar. También, que debe hacerlo aunque no quiera. Y, para peor de peor de peores, que –si es necesario– se tiene que quedar encerrada para lograrlo. Tanto que Laura se angustia cuando se entera de que va a permanecer presa durante una semana en un cuarto con una mesa –sólo para limpiar– y un sillón. “¿Qué? ¿Una semana?”, inquiere ella, con cara de angustia, anoticiada de su vigilia obligada.

El vidrio parece asemejar la experiencia con un reality tipo Gran Hermano. Aunque no se trata de un circo televisivo montado para deglutir cada pestañear de una joven ama de casa. Los reality tienen participantes voluntarias. En cambio, el cautiverio Blem no. Laura no quiere permanecer dentro de esta jaula despolvada. Por eso se la ve tan contrariada. En el transcurso del tiempo de laboratorio, ella estira como puede las piernas, hace yoga para tranquilizarse y espía por el cristal a ver si alguien viene a rescatarla. Todo la muestra forzada. Incluso cuando termina de hacer lo que Blem quiere –demostrar que es más efectivo que el aire para combatir la suciedad– tampoco obtiene el pasaporte a la calle.

La publicidad de Blem es el fin de la metáfora. No sólo se trata de reforzar el mandato histórico que aloja a las mujeres en las cuatro paredes de su casa y les cuelga la carga de la ingrata tarea de limpiar. Ni siquiera se sigue con la línea de los aerosoles que muestran a las mujeres en pose de clímax al abrir la tabla del inodoro y sentir un aroma fresco a hierbas como un ¡aleluya! difícil de olfatear en la realidad. Además, refleja que las mujeres como Laura no dejan su vida por despuntar el vicio quitapolvo y propone la receta de dejarlas inmovilizadas contra su voluntad.

La idea de Blem no es pura coincidencia. En la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación cuentan que la mayoría de los varones que intentan denunciar a sus mujeres por violencia –aunque no se dé lugar a su intrincada interpretación– lo hacen alegando que ellas no se ocupan de la casa. El encierro forzado, una posición habitual en la violencia de género y la trata de personas aparecen como una solución para reencaminar la rebeldía femenina.

Ante esta proyección, el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión se reunió, el 7 de marzo pasado, con dos responsables –del área de marketing y legales– de la empresa SC Johnson & Son para reflexionar sobre la publicidad del lustramuebles, ya que, según el organismo, además del confinamiento al espacio doméstico de la mujer, se agrega una situación de cautiverio en un caso de violencia mediática que puede promocionar la violencia de género y banalizar la trata.

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