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Viernes, 4 de julio de 2014

EL MEGáFONO

¿Será porque me vino?

 Por Andrea D’Atri *

7 AM, taladra mi vecino, le grito fuerte...
–¡Será porque te vino!

El que taladra no es sólo el vecino sino el jingle de Ibuevanol, donde una chica atraviesa situaciones fastidiosas, pero un coro de varones imbéciles minimiza las razones de su malestar, convencidos de que se trata de algo generado por sus hormonas.

¿Qué reproduce la publicidad? La vieja costumbre de no atender a las razones que tenemos las mujeres para enojarnos, sentirnos angustiadas, iracundas. Y que culmina con que, de tanto ser silenciadas, reaccionamos en el momento, contra la persona y con el decibel equivocados. Los que no logran captar la esencia milenaria de tales reacciones, se tranquilizan a sí mismos con el fatídico “será porque le vino”.

No es difícil imaginarse la vida de esa mujer del aviso. Tenía puesto el despertador a las 8, pero se levanta una hora antes, con los ruidos del vecino. Llega a la oficina y se le ocurre señalarle un error a su jefe que le contesta “acá no le pagamos para que piense”. Baja la cabeza y sigue trabajando, esperando pasar –a la salida– por la tienda donde no hay pantalón de su talle y la vendedora la mira como si fuera un extraterrestre de dimensiones elefantiásicas. Frustrada, se sube al colectivo a empujones porque se viaja como ganado. Aunque calcula que si fuera ganado (más precisamente, una vaca, como quiso hacerle creer la vendedora), no habría un toro embistiéndola, como lo hace el pelotudo que tiene atrás. Cuando llega a su casa lo primero que ve son los dibujos del pequeño, ¡en la pared del comedor! Pero cuando intenta decírselo a su marido, ni la mira. El tiro libre le da dos segundos para preguntarle si advirtió que la pared es un enchastre. “Uh, no me di cuenta”, dice impávido.

Y ella, que no podía gritarle al vecino del taladro porque alquila y no quiere problemas; ni al jefe, porque la habría despedido; ni a la vendedora, porque no tiene la culpa sino los fabricantes de pantalones; ni al acosador, porque la habría hecho quedar como una loca aduciendo que quién iba a querer tocarle el culo a una gorda... ella entonces grita estruendosamente, zamarrea al niño y llora cuando él le dice: “Calmate, no es para tanto. ¿No será que te está por venir?”.

Lo que le viene es la sangre que hierve, pero no la menstrual sino la de millares de mujeres que desde el Neolítico hasta hoy fueron esclavizadas, violadas, asesinadas, sin derecho a quejarse, a enojarse, a defenderse, a levantar la voz. Y la opresión se naturaliza al punto que de coerción se convierte en consenso, en deseo propio, en dolores corporales, en enfermedades psiquiátricas y se invisibilizan sus raíces.

Y entonces él le acaricia la cabeza, resignándose a no tener sexo esta noche y le dice con todo el amor del que es capaz: “Tranquila, no pasa nada, mañana compro Cif y yo limpio la pared, ¿te parece?”.

Mejor no sigo; si escribí todo esto, será porque me vino...

* Dirigente del PTS en el Frente de Izquierda y fundadora de Pan y Rosas.

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