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Viernes, 18 de julio de 2014

HOMENAJE

La política en los huesos

Nadine Gordimer murió esta semana a los 90 años, se apagó así su sorpresa de que el cuerpo dure tanto. Queda de ella su escritura, a la que siempre quiso reservar del mote de “política” porque para hacerla estaba ella, militante contra el Apartheid en Sudáfrica, comprometida con los derechos humanos desde cada fibra de su existencia material.

 Por Sonia Tessa

Hasta sus últimos días, Nadine Gordimer fue una militante. Una calificación que de ningún modo desmerece su estatura como escritora, la más importante de Sudáfrica. Con sus novelas y cuentos desnudó el horror del Apartheid durante cuarenta años. En su obra ni se asoma el panfleto; sus libros jamás digerirán para simplificar todo aquello que la política provoca en las vidas de las personas. Al contrario, Nadine Gordimer siempre apostó a la espesura, a la contradicción, a las historias complejas, para que la lectura fuera inquietante antes que plácida. En estos días se repitió –apenas opacado por la final del Mundial– que fue amiga de Nelson Mandela. Claro que lo fue, pero podría decirse –para volver a lenguajes de otra época– que fue mucho más: compañera de militancia en el Congreso Nacional Africano, una escritora blanca, de la mayoría favorecida, que decidió quedarse en Sudáfrica para pelear desde la clandestinidad contra el régimen de segregación racial. Ella no vivió para contarlo, sino más bien vivió contándolo. Tres de sus libros fueron prohibidos, tuvo a su cargo la escritura de memorables discursos del líder. Y siguió escribiendo. Siempre se definió como escritora, negó el mote de “escritora política” pero aseguró que –como pasa con sus personajes– “la política está en mis huesos, mi sangre, mi cuerpo”.

Fue su cuerpo el que se apagó el domingo pasado, a la noche, mientras dormía, a los 90 años. Con sus dos hijos cerca. “Es una casualidad que el cuerpo dure tanto”, dijo sobre su edad hace pocos meses. En una entrevista que publicó el diario El País de Madrid, en septiembre del año pasado, la periodista Marta Rodríguez le preguntó cómo quisiera ser recordada. “Jamás pienso en ello. Me gustaría que mis libros continúen leyéndose, aunque ¡cuántos autores han sido olvidados!”, respondió Gordimer.

Nacida en un pueblo minero cerca de Johannesburgo, hija de un relojero de origen judío y una británica católica, fue una escritora precoz: empezó a los nueve y a los 15 años publicó un cuento en una revista de su país. Fue el primero de unas 20 obras, entre los que los críticos literarios destacan El conservador y la más conocida, La hija de Burger. Desde muy chica tuvo claro que pertenecía a “un mundo blanco opresor”. Parecido a Rosa, la protagonista de La hija de Burger, una joven huérfana, hija de dos militantes contra el racismo que son asesinados durante el Apartheid. Así, la chica vive la contradicción sobre su idealizado padre, capaz de dejar de lado cualquier necesidad propia para asistir a los más débiles, los recuerdos de un pasado igualitario en su casa de la infancia, y sus preguntas, muy humanas, acerca de ese altruismo. Nada de buscar referencias biográficas. La autora fue muy clara: “Yo no estoy en ninguno de mis libros, no me busquen en ningún personaje”.

En 1991, Gordimer ganó el Premio Nobel de Literatura, en plena efervescencia internacional contra el Apartheid. Era la primera mujer en recibirlo después de 25 años. “Poseer la palabra se ha vuelto una forma de poseer autoridad, prestigio, tener una cifra record de espectadores en un espectáculo televisivo, así como también tener una demoledora y a veces peligrosa capacidad de convencimiento”, dijo al recibirlo.

La Academia Sueca argumentó que “por sus magníficas obras épicas la escritora ha aportado eminentes servicios a la humanidad”. Incómoda, ella afirmó: “Algunas personas dicen que me dieron el premio no por lo que he escrito sino por mi política. Pero yo soy una escritora. Esa es mi razón para seguir con vida”.

Gordimer fue una de las elegidas para reunirse con Mandela apenas fue liberado, tras 27 años de prisión. Y pertenecer, más tarde, al grupo gobernante, no le impidió seguir enfrentando la desigualdad. Militó para frenar la epidemia de VIH en su país, un problema que consideró banalizado por el primer gobierno del Congreso Nacional Africano. Consciente de la gravedad de la epidemia, convenció a 20 escritores contemporáneos de renombre para donar los derechos de un cuento cada uno para juntar fondos. Contaba orgullosa que todos dijeron que sí. Así nació Contar cuentos, considerada una hermosa antología de relatos breves contemporáneos en los que están desde Salman Rushdie hasta Woodie Allen y Kenzaburo Oé, entre otros. Se presentó en 2004 en Naciones Unidas.

Consecuente con su historia, Nadine Gordimer tuvo un desvelo post Apartheid. “Estábamos totalmente concentrados en devolver la dignidad a los negros, en los derechos humanos, en acabar con las leyes del Apartheid y en evitar una guerra civil. Sabíamos lo que hacíamos, pero no vimos qué iba a ocurrir después”, dijo sobre las dificultades que encontró el Congreso Nacional Africano ya en el poder. Alrededor de ese camino escarpado construyó la que fue su última novela, de 2012, Mejor hoy que mañana. Allí, cuenta la historia de un matrimonio –él blanco, ella negra– que habían sido “prohibidos” durante el Apartheid, que habían luchado contra el régimen, y se enfrentan a la difícil construcción de una vida diferente.

En el comienzo del segundo capítulo, ella pregunta sobre cuestiones que atañen a las mujeres, a todas las personas que pelean por conquistar derechos. Sobre cómo vivir de otra manera. “Sin duda, empieza una nueva era cuando la ley no se promulga por la pigmentación y cualquiera puede vivir, moverse y trabajar donde quiere en un país de todos. Algo con el convencional nombre de ‘Constitución’ abrió esa posibilidad de par en par. Sólo un vocabulario grandilocuente puede expresar lo que significa para los millones a quienes no se les reconocía ninguno de los derechos que implica la palabra libertad. Las consecuencias son muchas en aspectos de las relaciones humanas que antes se restringían por decreto (...). Es una vida normal, no un milagro.” El milagro, en todo caso, es que una escritora haya podido penetrar tan profundamente en las vicisitudes de esa nueva vida.

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