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Viernes, 1 de agosto de 2014

COSAS VEREDES

La culpa es de las estrellas

La actriz Shailene Woodley, nueva referente del cine juvenil, se niega a definirse como feminista, aunque todos sus dichos y acciones demuestren lo contrario. ¿Otra vez sopa?

 Por Guadalupe Treibel

Cualquier adolescente o joven adulta dada a las producciones hollywoodenses con sello Young Adult tendrá la foto de Shailene Woodley colgando de sus paredes gracias a las bondades del poster y la cinta scotch. O, ya tecnologizado el fandom, le habrá dedicado posteos varios en tumblrs que homenajeen su poco convencional figura. Más que justificado el fanatismo, visto y considerando los roles que la han ubicado en la línea ascendente de la popularidad. Primeramente, el de Tris Prior, la abnegada mocita que opta por la osadía y termina contribuyendo a la revolución en Divergente (primera entrega llevada al cine de la exitosa saga literaria creada por Veronica Roth). Luego, su Hazel Grace Lancaster, la heroína teen con cáncer terminal que habrá de enamorarse sin reservas del inolvidable Augustus Waters en Bajo la misma estrella, adaptación de la novela-estallido The Fault in our Stars, de John Green, actualmente en cartel (una preciosidad de historia, dicho sea de paso, que –acorde a The New York Times– mezcla “melancolía, dulzura, filosofía y gracia, siguiendo el curso de la tragedia realista”, y –acorde a Time Magazine– “está malditamente cercana a la genialidad”). Entregada y en carne viva, con la capacidad y el talento de dotar de complejidad y humanidad a sendas criaturas (y otras pasadas, de films previos), Woodley resplandece en la cantera de nuevos talentos, demostrando en entrevista que, además de buena actriz, goza de saludable ingenio e inteligencia.

Es que, con apenas 22 añitos, la pebeta que ganó reconocimiento por interpretar a la hija de George Clooney en The Descendents y por recibir importantes laureles gracias a la cinta The Spectacular Now, no se apichona al momento de compartir pareceres y hábitos... personales. A saber: comer arcilla; hacer que su vagina tome sol porque “necesita buenas dosis de vitamina D”; andar en patas durante pitucas premières y, a menudo, a cara lavada “para no alimentar los ficcionales estándares de belleza”; identificar plantas silvestres; abrazar a desconocidos; hacer su propio queso, su propia pasta dentífrica, sus propias medicinas; despertar gritando el “Good morning! Good morning!” de Singin’ in the Rain; estar en sintonía con Gea, la diosa de la Tierra...

“Mi religión es la tierra, man”, contesta cuando es interrogada. Y, en paralelo, aprovecha sus ratos para retuitear cantidad de información sobre la menstruación o destacar films que “empoderan a las mujeres”. Oh, también dona su cabellera –cuando la corta al ras– para fines benéficos, y se niega a etiquetar su sexualidad al son de: “Me enamoro de los seres humanos en base a quiénes son, no al sexo con que han nacido”. En fin, lo que se dice una mujer con ideas claras y, por qué no, encantadoras. Una estrella más que corona una escena estelar de actrices jóvenes, fuertes y concienzudas, heroínas de acción, en cuyo linaje resplandece la coronada Emma Watson, otrora niña Potter que ya acciona como embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres. O la simpatiquísima Jennifer “Katniss Everdeen” Lawrence, quien –además de descollar en su rol de la saga Los juegos del hambre– se manifiesta como implacable defensora de las curvas y acérrima combatiente de la sexualización de la juventud para vender entretenimiento.

Hete aquí que, a menudo referenciada como “la nueva J. Lawrence”, Woodley intenta zanjar el cotejo. Consultada, por ejemplo, sobre quién ganaría en una lucha ficcional entre su personaje de Divergente y el de JL en Hunger Games, Shailene atina con lucidez: “Dudo que pelearían entre ellas. Siento que sería más un ‘yo soy una mujer fuerte. Vos también. Combinemos fuerzas y combatamos juntas’”. “Las comparaciones llevan a la angustia y al despecho”, aseguró en una entrevista televisiva que, editada, quedó fuera de pantalla. Y más tarde: “Como mujeres, constantemente nos piden que nos midamos con compañeras, colegas, imágenes de revistas. Sin embargo, ¿cómo avanzamos si siempre estamos mirando hacia el costado? Admiro a Jennifer, pero ¿por qué nos comparan tanto? ¿Es porque llevamos pelo corto y las dos tenemos vagina? Somos seres individuales, y eso es importante. Porque, como mujeres, nuestras inseguridades yacen en esas comparaciones.” Y luego: “Hay que respetar nuestro reinado de la misma manera que los varones respetan su reino”.

Entonces, la matemática: la suma de todos los dichos dan por evidente que SW es una feminista hecha y derecha, abogando por tópicos sensibles y problemáticas de género. Entonces, la fórmula partida, el corazón roto, el flechazo interrumpido, a base –cabe suponer– de una brutal ignorancia, más dramática que los culebrones ficcionales a los que la dama le ha puesto el cuerpo. “¿Soy feminista? No, porque amo a los hombres. El mundo necesita balance entre los géneros; las cosas no funcionarían si los hombres cayeran y las mujeres tomaran el poder”, declaró recientemente, para indignación de muchas. Muchas como Jennifer Weiner, una novelista de 44 años, que –vía Twitter– anotó: “Queridas actrices jóvenes: antes de desestimar el feminismo, por favor averigüen qué significa”. O como Zerlina Maxwell, una analista política norteamericana: “Otra actriz que rechaza una etiqueta que ni siquiera puede definir apropiadamente”. Pero a no desesperar: quizá pronto la chica Woodley compre un diccionario y aprenda el sentido del término que abarca la historia de una lucha (en proceso) que, instintivamente, ella misma está peleando. Aunque, sin darse cuenta, baje los puños en el preciso instante en que debería mostrar los nudillos. Una verdadera pena.

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