las12

Viernes, 8 de agosto de 2014

ARTE

Sagrada profanación

Tres artistas indagan sobre sus propias familias, ese entramado donde se aprenden los afectos y los miedos, la pertenencia y la pérdida, el deber ser y el deseo. Las tres, Luján Funes, Viviana Berco y Cristina Coll, convergen con sus obras creadas y alimentadas en soledad en la misma muestra, convirtiéndose también en una familia. La memoria y los juegos, la maternidad y lo siniestro aparecen en este recorrido al que mentan como sagrado sólo porque el arte es de las más poderosas herramientas de profanación.

 Por Laura Rosso

Junto a Valeria González, curadora de Sagrada familia, las artistas Luján Funes, Viviana Berco y Cristina Coll recorrieron un largo camino de aprendizajes y saberes que desembocan en esta muestra. Todas venían trabajando por separado, pero también juntas, en espacios donde compartían las miradas de sus obras, conversaban y leían. Así, siempre muy unidas, fueron encontrando en sus trabajos puntos en común. Y casi sin intención se fue armando la posibilidad de mostrar esta etapa del trabajo artístico de cada una. Sus obras hacen referencia a la familia, lugar donde se tejen los primeros lazos humanos, tal vez para destejerse luego y volver a empezar la trama con la propia madeja. Cada una de ellas impregna a “la familia” según sus propios fantasmas, deseos y recuerdos: en la infancia que vuelve, en la memoria que recupera sentidos, en las máscaras y en las marcas de la maternidad. De esos disparadores se sostienen para desbaratar los discursos establecidos. Y hacerlos añicos.

En charla con Las 12, las tres artistas cuentan que fue a comienzos del año pasado cuando empezaron a pensar en esta muestra. El motor se encendió en esas reuniones que las juntaban, cuando Viviana habló por primera vez de la escalera que la llevaba a ese mundo asombroso del cuarto de arriba, Luján habló de las cabezas de bebés hechas en arcilla (aunque aún no sabía cómo poner la telaraña que hoy las cubre), y Cristina presentó a los personajes de La familia Florero, una instalación que había realizado en el 2012. La energía que rondaba los encuentros se fue concentrando. Esa fuerza, ese poder y esa intensidad que la muestra expele estaba tomando cuerpo en esos días de trabajo. “En algún lugar las tres tenemos algo muy fuerte en común”, sostiene Viviana. “Hay algo de la memoria que salta todo el tiempo”, remarca Luján y agrega: “Tal vez, la infancia”. “Yo vivo en la infancia”, se ríe Cristina. “Ella es l’enfant terrible”, la acusan entre risas.

Juntas pero no revueltas

Hay un plus que es pura energía, pasión y afecto entre las tres, donde los narcisismos quedan de lado. Se ponen de acuerdo con facilidad, y si bien cada una hace su obra, coinciden en que funcionan como grupo. Son tres mujeres bien distintas, cada una con su propio modelo de familia. Luján tiene cuatro hijas y un hijo, Viviana tuvo a su hija a los cuarenta años y Cristina no tuvo hijos. Tiene, sí, un tríptico en Sagrada familia que se llama justamente El hijo. Una misma obra en dos soportes diferentes, una pintura y un videoperformance donde aparecen algunas preguntas que se hace esta artista visual: “¿Quién es el hijo? ¿El hijo que no tuve o el hijo que no fui?”. Coll tiene también una serie a la que llamó Plaggios. Cuenta que empezó a pintar El columpio, del pintor Jean Honoré Fragonard, y enseguida se entremezclaban tramas familiares, aparecían caras, como la de su madre, en esa muchacha que se hamaca. “Todos mis personajes vienen desde allá, de ese primer origen de familia que fue mi mundo”, subraya.

¿Qué recordamos? ¿Qué olvidamos? ¿Qué decidimos recordar? Todos interrogantes a los que se confronta Berco, quien además de dibujo, pintura y escultura, estudió ciencias antropológicas y cine. Un día buscó fotos que tenía en la casa de su madre. Quería recuperar esas imágenes y con ellas trabajó dos dípticos para esta muestra. Son fotos directas sobre fotos viejas. El primero se llama Nido de abeja y el otro Zulema se va. Los dípticos poseen un ritmo, se percibe una escena familiar que está diciendo algo, aunque no sepamos qué: “Una nunca recuerda bien lo que sucedió porque tampoco se sabe. Los recuerdos dejan signos en algún lugar. Construí esta secuencia donde estamos mi mamá, mi tía, yo y una actriz que durante la dictadura estaba viviendo en mi casa”. La infancia de Berco aparece muy ligada a la casa de Hortiguera 1520, donde vivió hasta los doce años. “Recordaba todo de esa casa, decidí hacer una maqueta con lo que más me interesaba de la casa: la escalera que me conducía al cuarto de mi abuelo. Ahí me contaba cuentos de su niñez de finales del siglo XIX. Era un gran orador y siempre les cambiaba algo. La foto de la casa es de hace dos meses, un día fui, toqué el timbre pero no me dejaron pasar. Y hoy lo agradezco porque la casa es otra. Y vuelvo a los recuerdos porque quiero que queden cristalizados. Son recuerdos de esa fantasía. Mi casa era una casa compleja, mi niñez fue compleja y esa escalera es mi idea de la escalera que me llevaba a un mundo mágico en medio de un clima complejo. Entonces decidí unirlas. Pero creo que siempre hay un final feliz. Es una decisión de una. Por lo menos, ésa es mi experiencia.”

Funes trabajó como bioquímica del Hospital de Niños. “Algo de ahí arrastro”, dice. Su obra Final abierto consiste en una estantería metálica donde se apoyan cabezas de bebés hechas en arcilla cocida, bizcochada y sin esmaltar. Toda la instalación está cubierta por una telaraña (¿el deseo de los padres, acaso?). Muy cerca de ahí, sobre una de las paredes de la sala, se proyecta el videoperformance 5 años, 2 segundos, también de Funes, en el que una familia tipo –en realidad sólo sus cabezas– se sienta a la mesa a comer. Esa proyección le aporta un clima de cierta densidad al lugar. Cuenta: “Yo me hago preguntas. En ese videoperformance hablo de las marcas que me dejaron y que yo dejé, las que mis hijos les dejan a sus hijos, marcas buenas y malas. Yo creo que hay mucho de siniestro en la familia, y eso no se quiere ver. En el video aparece la familia coartada, profanada, sacada de contexto”, resume. En su obra, la ternura y el amor de madre se contrapone a la necesidad de posesión, la doble cara donde aparece lo siniestro. “Sin embargo yo creo que la muestra tiene cosas alegres”, da cuenta Coll, que de las tres es la que más trabaja el humor en Sagrada familia. Como en la obra Las Tres Gracias, o tu desgracia, donde con ironía pone en escena a las tres artistas re-presentadas en una pieza de yeso al molde esmaltada. La familia Florero es la performance de Coll, también hecha desde la ironía y el amor. “Es una familia creada por mí, que no tuve hijos, ni marido, ni esposa, ni nada. En la ficción salió esto, y mucha veces del error sale mi mejor obra.”

Alguien las cría, ellas se juntan

Las familias son entramados, refugios o nidos de los que no siempre es fácil desprenderse. Un lugar ambiguo, sin bordes definidos. Funes recuerda aquello que escribió Tolstoi al comienzo de Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen entre sí, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Las tres coinciden en que siempre hay una segunda vuelta para poder volver a hacerse preguntas. Y la charla, que llega a su fin, da lugar a un pequeño fragmento del texto de la curadora Valeria González, quien abre el interrogante a la encrucijada existencial: “¿Qué hacer con lo que han hecho de mí mismo? Si la familia es ‘sagrada’, el arte es una de las potencias de profanación más intensas”. En Sagrada familia, las artistas Funes, Berco y Coll se construyen y construyen en cada acto y con cada obra. Por eso, el final es abierto.

Sagrada familia
Galería artexarte, Lavalleja 1062 (CABA).
De martes a viernes de 13.30 a 20 y sábados de 13.30 a 16.
Cierre 14 de agosto.
www.galeriaartexarte.com

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Berco, Hortiguera 1520 y Funes, Final abierto.
 
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