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Viernes, 15 de agosto de 2014

PERFILES

Gran hermana

Silvina Luna

 Por Roxana Sandá

El gesto no le cambió tanto como se esperaba, dadas las circunstancias. En conjunto, sigue posando con esa mirada entre enigmática y angelical que la caracteriza, ahora trasuntando un cierto rictus de sufrimiento inmerecido. Pero en la tapa de la revista a la que le dio la exclusiva, Silvina Luna volvió a pararse casi de espaldas, porque lo que sigue interesando de su anatomía malherida es ese ir que alguna vez simuló una mesita ratona, no por el quiebre de cintura sino por la cantidad de metracrilato que le inyectaron en las nalgas y que entonces, en 2011, ella enmascaró diciendo que la turgencia se había obtenido gracias a los rollers, esos patines que en los noventa menemistas usaban Zulemita y Raquel Mancini, otras dos “fashion victims” de cirujanos inescrupulosos, aunque la primera nunca haya emitido quejas al respecto. Volviendo a Luna, que es quien ocupó el prime time televisivo de esta semana (pensándolo bien, hubo otro traste que concitó la atención de noticieros y programas de opinión. El de Elisa Carrió cuando se levantó de la silla para ir a comer pizza mientras su compañero de rubro, Pino Solanas, pedía a los gritos “¡derecha no, derecha no!”. En fin, ése es otro capítulo), lo que sorprende de su calvario no es la hipercalcemia que le habría provocado la sustancia que ingresó a su cuerpo, ni la insuficiencia renal que atraviesa y que la arrastra a su miedo profundo, “no poder ser mamá”.

De lo que se trata es de un desconcierto más abrumador y gastado, algo así como decir y sentir “otra vez sopa”. 1. Porque la mujer fue a lamentar su drama en el living de Susana Giménez. 2. Por el mea culpa que hizo del error cometido revoleando los ojos almendrados, como acostumbraba en sus pininos de Gran Hermano. 3. Por la obviedad de aparecer, tras cartón, en el programa de Rial, casi a cara lavada, denunciando al doctor Jekyll y refiriendo casos similares de mujeres con las que casi casi hoy está hermanada. 4. Y por la exclusiva a revista top del palo farandulero, ya con las últimas gotas de sangre mediática derramada. ¿De qué hablamos cuando ya hablamos mucho de intervenciones estéticas adictivas? ¡Pues de violencia intrafamiliar, pobreza extrema, bullying y budismo! A banalizar, que se acaba el mundo. Ese mundo chiquito de tele en la cocina, proyectando tetas implotadas en cuerpos anoréxicos, pómulos de guasones feminizados, lipos, bótox, liftings, radiofrecuencia, puntas de diamante, hilos de oro, mesoterapia, colágeno, ondas rusas y más allá la destrucción.

A Silvina, que se está encontrando con Buda (“reorganizó mis prioridades”) y las biopsias sanadoras, la exprime como un limón su propia estima expuesta. Se le habrá hecho costumbre estar en carne viva, necesitará decir hoy, ya, ahora, que su papá ejercía violencia verbal, psicológica y física con ella y con su mamá, que la mujer murió de tristeza pero antes sí la sometió al “embole” de presentarse en cuanto casting asomara. Porque era muy linda, vamos, tanto que en la escuela a la que asistía en Rosario, un establecimiento “picante” en un barrio complicado, sus compañeras la odiaban y la querían “cagar a trompadas, tirar ácido en la cara”.

Es de manual que “el caso Luna” deje de interesar en breve, días más, días menos. Pero corriéndose del nombre propio interpela, y cómo, sobre los mandatos culturales (y occidentales) de belleza, sobre el capitalismo megaindustrial de la cosmética, sobre el photoshopeo hipnótico, el maquillaje para Instagram o las selfies de niñitas arriñonando labios. O sobre las nuevas sustancias de alineación y balanceo corporal que las revistas “femeninas” recomiendan, aunque adviertan al pasar que todavía no se conocen sus efectos secundarios a largo plazo. Que Silvina Luna explotó en simultáneo de abajo hacia arriba no quita el sueño, pero vendría bien preguntarse/nos alguna vez qué tal si se aligera la carga y dejamos cada arruga en su sitio. En su medida y armoniosamente.

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