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Viernes, 12 de diciembre de 2003

INTERNACIONALES

Los turistas las prefieren negras

Playas de arenas blancas, clima tropical y mulatas calientes que a veces no superan los 15. Eso es lo que puede encontrarse en Brasil, según la denuncia del encargado de Naciones Unidas para erradicar la prostitución de menores. La pobreza, la corrupción y un antiguo resabio de siglos de esclavitud son algunos de los ingredientes de un caldo de cultivo en el que nadan
los traficantes de niños y niñas.

Por Louise Rimmer*
Desde Salvador de Bahía, Brasil

La imagen del faro en la postal marca el lugar para el turista que busca más que sol y arena en sus vacaciones en San Salvador, una ciudad rica de cultura africana en la costa nororiental de Brasil. Allí, chicas de 12 años se prostituyen por no más de 4 dólares, empujadas por la pobreza de la región y tentadas por la perspectiva de un gringo adinerado o clientes extranjeros. “Pero yo ya soy demasiado grande para ellos”, sonríe Adriana, una linda chica de 17 años que está trabajando desde que tiene 12 años. “Los gringos prefieren chicas entre 10 y 14 años.”
Brasil tiene una de las peores reputaciones del mundo en cuanto a la prostitución de menores. Aunque las cicatrices están visibles en todo el país, el problema se nota particularmente en sus destinos turísticos. Salvador todavía no es tan famoso como sus vecinos en el norte, Recife y Fortaleza, pero hace poco fue visitado por el encargado de las Naciones Unidas para la prostitución de menores, pornografía infantil y tráfico de mujeres y menores durante su viaje de 2 semanas por Brasil. Aunque Petit habló de una actitud generalmente positiva del gobierno brasileño, expresó sus dudas en relación con una preponderante indiferencia hacia el problema. “Hay un sentido de resignación, como si esos niños y adolescentes estuvieran predispuestos genéticamente o condenados por destino para estar explotados sexualmente.”
Se estima que hasta dos millones de niños y niñas son explotados sexualmente en Brasil, pero por la falta de data y la forma clandestina del crimen, estas cifras pierden su sentido. Muchos de los involucrados en la explotación son turistas europeos, notablemente de Alemania, Italia, España y los Países Bajos, aunque “el primer mito que hay que desarmar es que sólo los extranjeros están involucrados”, dice Sidney Alves Costa, director del Consejo de Ministros de Turismo.
En Brasil, la prostitución a partir de los 18 años es legal y existe un sindicato para trabajadores sexuales en Río de Janeiro que, obviamente, no ampara a menores. “Estamos hablando principalmente de chicas, pero también de un creciente número de chicos que vienen de la sección más pobre de la sociedad”, dice Heleni Avila, una trabajadora social que trabaja con mujeres prostituidas menores en Salvador. Aparte del evidente problema de la pobreza que contrasta con los turistas ricos, Avila percibe fuerzas culturales que también agravan la situación. Salvador tiene la proporción más alta de negros del país, descendientes de esclavos que fueron llevados por portugueses del Oeste de Africa durante la colonia. “El sexo con esclavos estaba permitido y era común, por lo tanto nuestra cultura quedó impregnada con una mentalidad que acepta la explotación de los débiles. Las chicas saben que los extranjeros las encuentran más exóticas y sensuales por su color. Su desigualdad les causa una pérdida enorme de su amor propio. La prostitución casi está vista como una manera de lograr reconocimiento.”
Muchas organizaciones que hacen campañas creen que esta imagen está causada parcialmente por el marketing de Brasil en el extranjero. “Si vesun poster de una playa brasileña, casi siempre tiene la imagen de una mujer semidesnuda. Eso genera la noción de que las mujeres brasileñas estén constantemente disponibles sexualmente”, dice Soraya Bastas, presidente del Centro para la Defensa de Niños y Adolescentes (Cedeca). Según Bastas, hasta hace poco las agencias de turismo en Europa ofrecían paquetes de sexo con “calientes mulatas”.
Durante el último Carnaval, el gobierno empezó a hacer frente al turismo sexual, distribuyendo folletos que advertían en distintos idiomas de las penas en el caso de explotación sexual de menores. Ahora ministros están negociando las posibilidades de armar un espacio de publicidad en aeropuertos internacionales para publicar el mensaje, además están en negociaciones con compañías de aerolíneas para mostrar videos en los aviones. Pero, al mismo tiempo, a Petit le llega la información de una policía débil y a menudo corrupta, y un sistema judicial dolorosamente lento que da impunidad a quienes practican la explotación sexual de menores. De cinco casos llevados a la Corte estatal especial para jóvenes, este año en Salvador uno resultó en un veredicto culpable mientras los otros fueron absueltos o suspendidos por la falta de evidencia. Cuando un turista extranjero recientemente fue acusado de haber tenido relaciones con una menor, de repente la chica retractó su declaración.
La crónica falta de recursos también está estorbando cualquier transformación potencial. “Para investigar hasta dónde se extiende la red de prostitución infantil necesitamos investigadores especializados”, dice Waldemar Oliveira, un jurista del Cedeca. “Hasta los taxistas que recogen los turistas de los aeropuertos pueden estar involucrados. Pero el gobierno reclama que no tiene presupuesto para ese especie de medida. Un estudio muestra que para crear un ministerio de esa índole que funcione, tendrían que emplear y entrenar a 10.000 nuevos trabajadores. Mientras tanto les faltan recursos básicos tanto a la policía federal como a la policía estatal –como por ejemplo computadoras y autos–.”
“A menudo la ilusión de un casamiento con un extranjero rico termina siendo una pesadilla de esclavitud sexual afuera”, dice José Carlos Nunes, el primer delegado de la policía federal de Porto Seguro. La facilidad con la que esos criminales pueden actuar bajo impunidad en Brasil y la falta de investigación policial está demostrada en Internet. Una página-web, escrita en inglés y dirigida por un hombre que se llama Robert Charles, muestra fotografías de chicas que no tienen más que siete años, en posturas pornográficas. La empresa opera desde una casilla postal en la oficina principal del correo en Salvador.
Mientras las charlas sobre derechos humanos y los estatutos para niños se intensificaban durante el fin de semana de la visita de Petit, dos chicas jugaban un juego desganado de dominó. De 14 y 15 años –sin querer decir sus nombres– hablaban átonamente de la realidad de sus vidas. A la pregunta sobre si turistas extranjeros le preguntan por su edad antes de tener relaciones con ella, responde que no, jamás. A ella, dijo, le gustaría ser una abogada. Así, imagina, podría luchar por sus derechos.

* De The Independent. Especial para Página/12.

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