“Un libro poblado de objetos” define la escritora en un verso de su largo y hermoso poema sobre la maternidad. Ganadora del premio Indio Rico, Marina Yuszczuk les pone mucho más que el cuerpo a las palabras de Madre soltera, y las trata como golosinas que despliega una a una con ruido, con la electricidad de esos primeros meses, la suavidad del hijo recién nacido y el vértigo del rol estrenado.

El vacío del momento sin el niño, la obsesión por la ropa (nueva, sucia, usada), lo que queda en el camino (las amigas, la “juventud”, la destreza mental) toman forma y vuelo, multiplican los sentidos de una atmósfera que destila duelo y fiesta.

¿Qué es ser madre sino morirse un poco y nacer de nuevo? Las voces de lxs otrxs aparecen como fantasmas dando consejos y directivas, pero es la voz de Yuszczuk, tan personal, la que se impone por sobre los murmullos. El relato de su parto es para largarse a llorar; el bebé llamado Junio, que nació en noviembre y le pobló la cabeza de una creatividad envidiable, sin necesidad de cierres ni golpes bajos, es imaginado por quien lee con la multiplicación de sentidos de una puérpera que, además, regala literatura como loca. Honestidad brutal entre palabras que parecen no separarse nunca, como la baba del bebé cuando está cortando los dientes.

“Corré corré corré / hijo mío / con la velocidad del viento / y me dejás atrás / y me dejás atrás”, escribe tan fresca al principio, y pronto describe esos sueños asaltantes o las pequeñas anécdotas que recoge en los bares. Porque este hijo no estaba en los planes, como avisa al comienzo, y eso supone que muchas piezas van cayendo solas y otras se van armando sobre la marcha de una relación que no esperaba al nuevo. La dimensión monstruosa del tiempo de la crianza, donde un día puede ser un año y un año se esfuma más veloz que un cometa: “El bebé aprende cosas que se cocinan en un tiempo muy lento, lentísimo mientras dura pero que en la totalidad de la vida es un relámpago”. Las contradicciones expuestas como alianzas y las definiciones como declaraciones de principios sin solemnidad: “Una mujer debe ser un soldado / a veces / si es una mujer / tiene que ser feroz / una mujer debe ser agresiva / A una mujer / si alguna vez se hace madre, /o no / en las puntas de los dedos / tienen que crecerle garras”.

“El poema transmite la pasión del engendramiento (real pero también ficcional) en una especie de autobiografía de joven mamá con sus emociones y conflictos, placeres y contradicciones. Y además, un elaborado juego textual (artificioso y sencillo a la vez) cercano a las expectativas clásicas del embarazo y parto, aplicadas a las laberínticas razones del mundo actual”, dijo el jurado del premio Indio Rico que la eligió ganadora, integrado por Diana Bellessi, Arturo Carrera y Francisco Garamona. Ese mundo que destacan es actual pero también es eterno, como si pudiera ser un texto perdido de otra época, donde la maternidad se cuenta con la intensidad de lo que parece estar fuera del tiempo.

La madre que escribe este libro es soltera porque la figura del padre no está presente, o está como velada, encandilada por el bebé con nombre de mes, pero además, como la autora repite en algunos pasajes, porque estuvo sola en el embarazo y porque pelean mucho una vez juntos. Y la banda de sonido de esa tensión permanente no es el llanto del niño, es un viento suave que envuelve los ambientes donde los dos personajes se mueven, ella en puntas de pie para no despertarlo, él con la tersura que ella declara es tan única, tan adictiva. Y la ropa, meciéndose alegremente en la soga, esperando ser habitada: el enterito sin mangas con un pescadito, la blusa con palmeras, las zapatillas, el pantalón de morley, “la ropa que yo necesito, no existe”. l