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Viernes, 19 de diciembre de 2003

MúSICA

¿Quién es esa chica?

Australiana, diminuta –1,50 y qué–, con proporciones tan envidiables como su curriculum: cantó con Nick Cave, con Robbie Williams y durmió con Michael Hutchence; aunque de esto último, como del resto de su vida, ella prefiere no hablar. Los muchachos, en cambio, desde Bono hasta el autor de Trainspotting, apenas pueden cerrar su boca frente a esta diosa blanca y madura del pop: Kylie Minogue.

 Por Mariana Enriquez

El año pasado, Kylie Minogue por fin logró triunfar en Estados Unidos. Su asalto al mercado más importante del mundo provocó un efecto engañoso: muchos pensaron que la pequeña diosa australiana era una recién llegada. Sin embargo, Kylie está haciendo canciones pop perfectas desde hace quince años y en el resto del mundo –especialmente en Europa– es una estrella enorme, que hasta tiene su esfigie de cera en el museo de Madame Tussaud. Romperla en Estados Unidos, sin embargo, es la consagración definitiva, y Kylie la aprovechó: junto a Fever, el disco que lanzó en el 2001, llegó “Can’t get you off my head”, una canción tan tremendamente pegadiza como amenaza su título (“No puedo quitarte de mi cabeza”), y un video que era igual de infeccioso gracias a que la diva, apenas cubierta por unos trapos blancos, dejaba ver su cuerpo escultural y transtornaba a una generación de muchachos, tal como lo había hecho en 1988 con el video de “I Should be so Lucky”. Entonces, en el 2001, Madonna lució una remera que llevaba el nombre de Kylie, en una actitud algo paternalista pero que, como siempre, demostró el extraordinario ojo de la megadiosa del pop para señalar a su competencia. Kylie lo tomó con pinzas, y rápidamente marcó sus diferencias con Madonna: “Si ella pierde la paciencia, estoy segura de que hay bastante escándalo. Pero si yo la pierdo, todo ocurre con mucha tranquilidad, y consigo exactamente lo mismo”.
¿Quién es Kylie? Es difícil saberlo, porque la rubia –ahora de 35 años, reinventada con un look a la Brigitte Bardot, de novia con el hermoso actor francés Olivier Martinez– apenas permite espiar en su vida privada. “Kylie es un enigma”, dice su amigo y ocasional colaborador Neil Tennant, de los Pet Shop Boys. “Creo que eso es parte de su poder. Es lo opuesto a Madonna. Uno tiene la impresión de que lo sabe todo sobre Madonna. Sin embargo, no sabemos nada de Kylie.” Los hechos dicen que a mediados de los ochenta era una estrella de la TV australiana en la telenovela “Neighbours”, que es pequeñita (mide poco más de un metro cincuenta), adorable, astuta. Un poco como Natalia Oreiro. Y como Nati, la actriz quiso cantar. Nadie apostaba a que su aventura le conseguiría una carrera. Pero desde el primer minuto, la gente la adoró. En 1988, gracias a aquel primer hit, hubo una epidemia de bebas en Australia y el Reino Unido bautizadas con el nombre de Kylie. El fenómeno era extraño. Kylie seguía sacando hits (el cover de “The Locomotion”, por ejemplo), pero nadie se atrevía a decir en público que disfrutaban del euro-pop barato y fácil de la chica. De a poco, sin embargo, Kylie se convirtió en la muñeca favorita de todos, y su base de fans cambió. No hay drag queen australiana que no haga su número Kylie, y en la cultura gay europea, es tan importante como Madonna. Además, inesperadamente, rockers y cantautores prestigiosos se rendían a sus pies: en 1992 apareció en la tapa de la revista Select con Bobby Gillespie de Primal Scream, el grupo de pop punk Teenage Fanclub escribía una canción llamada “Kylie está enamorada de nosotros” y los Manic Street Preachers la llamaban para hacer un dúo, en la canción “Little Baby Nothing”. Kylie rehusó –finalmente cantó ese tema la ex porno star Traci Lords– pero años después, en 1997, los Manics se ofrecieron a escribirle canciones para su disco Kylie Minogue: una de ellas, “Some Kind of Bliss”, es extraordinaria, pero no logró revitalizar la carrera de la diva, que se encontraba en un parate de ventas. “Lo únicoque lamento es que le fallé”, decía un cariacontencido James Dean Bradfield, cantante de Manic Street Preachers. Antes, Nick Cave –que siempre confesó su amor imposible por Kylie– la llamó para el dúo “Where the wild roses grow” (del disco Murder Ballads) una bellísima balada de amor macabra, donde el príncipe de las tinieblas... la asesinaba a piedrazos junto al río. Pero eso tampoco sacó a Kylie del pozo y, para 1999, la favorita del pop no tenía contrato con ninguna discográfica. Estaba, en términos de la industria, acabada.
Pero, como sus fans ignotos y famosos sospechaban, Kylie es una mujer inteligente. Y puso todos sus esfuerzos en reiventarse. No optó por jugar a ser una cantautora confesional, ni por experimentar, ni por graduarse como mujer madura y arremeter con baladas: decidió hacer más y mejor pop bailable. Primero, su instinto le indicó que debía reunirse con Robbie Williams, el hombre con el toque de Midas. Funcionó: el dúo “Kids” es irresistible, y ellos, juntos sobre el escenario, fueron un escándalo de sensualidad y profesionalismo. En el 2000, firmó con EMI. El resto es historia. Kylie Minogue acaba de lanzar Body Language, un disco perfecto en términos de pop: todas las canciones son sensuales y festivas, todas obligan a bailar. Recibe los elogios de Bono de U2 (que la considera “muy importante para su vida”) y de Irvine Welsh, el autor de Trainspotting, que dice: “Es un icono. Tipos como yo, que nunca se deslumbraron por Lady Di, siempre supimos que Kylie era la verdadera”. Ella, siempre apacible, aparece estupenda en el video de “Slow”, retorciendo su increíble cuerpo bajo el sol. Mientras Britney busca su identidad, Christina Aguilera avanza ansiosa mediante ensayo y error y Madonna se esfuerza por conservar su corona de innovadora, Kylie se apropia del misterio de su éxito ofreciendo sólo lo que la gente quiere de ella: diversión, canciones bailables y confiadas, y el glamour de una megaestrella a la antigua que trabaja para no destrozar la ilusión.

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