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Sábado, 8 de noviembre de 2014

PERFILES

La pluma inquieta

Guadalupe Nettel

Es mexicana, vivió en París y le alcanzan las horas de una tarde en cualquier ciudad del planeta para comprar su vestido de novia. Este tríptico costumbrista, apenas un anzuelo biográfico, corteja el endriago de gracia de su voz narrativa. Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) escribe con la lucidez de la palabra inquieta, la incomodidad necesaria para desenterrar de cuajo cánones de moderación. A Guadalupe le gustan los monstruos como encarnación de la belleza en su expresión más extraña y le gusta saber que la infancia es un despacho de consulta permanente. Buenas razones para buenos gustos. Traducida a más de diez lenguas, Nettel acaba de ganar el Premio Herralde de Novela con Después del invierno, una novela breve (“soy cuentista”, aclara entre festejos y halagos catalanes) que tardó años en escribir y que cuenta la historia de amor entre dos neuróticos desterrados: Cecilia, una mexicana en París que se siente protegida entre las tumbas del Père Lachaise, y Claudio, un cubano en Nueva York que no tiene plantas en su departamento porque todo lo vivo le provoca el mismo horror que a otras personas le provocan los nidos de las arañas.

Nettel, que ya publicó las ficciones Juegos de artificio, Les jours fossiles, El huésped, Pétalos y otras historias incómodas, El cuerpo en que nací, El matrimonio de los peces rojos y el ensayo Para entender a Julio Cortázar, siempre que escribe –siempre que se la lee– edita en la memoria de quien lee restos de saberes desordenados, las escenas favoritas de las películas de Rohmer (ésas en las que no pasa nada), la Luna Rosa de Nick Drake y los vientos cerrados de los cementerios, aquellos capaces de mantener a flote las emociones de los muertos (“son como garras minerales que se perciben más allá de las lápidas”). Lo dije, leer a la escritora del barrio de Coyoacán es la tentación curiosa que obstinada en la oscuridad –cuando amanece nos vamos, dicen los monstruos de Goya– se expande enemiga de lo frugal, enemiga de la sobriedad. El mundo Nettel es un mapa celeste, una carta astral en la que las imprecisiones ocupan como en el amor el lugar de los remordimientos.

Por estas horas tiene voz de recién premiada pero igual no deja que el hilo de su verbo olvide hemorragias mexicanas y entonces también habla de las fosas comunes, de los cuerpos calcinados y torturados y de las mujeres violadas en La bestia, el tren de carga con el que intentan llegar a los Estados Unidos. Las historias de Guadalupe rajan aún más la sequía incalculable de la vida imposible de esconder como si sólo se tratara de la nostalgia de una esponja. Las historias de Guadalupe saben ocultar en la urna las cenizas de lo que empieza a ser un animal pero también saben renegar sin descanso hasta dar con la salida. Como lo hizo Lee Seung-U, el escritor coreano que Nettel elogia en La vie réel des plantes, una novela donde la violencia, íntimamente unida al sufrimiento de los personajes, se hace a un lado para que los infortunados puedan encontrar un refugio, “un espacio fresco, como si la sombra de una planta nos cobijara desde adentro” escribe Guadalupe y mientras lo hace remueve la tierra para que respiren las raíces del árbol propio.

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