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Viernes, 21 de noviembre de 2014

MEGAFONO

Ridícula y orgullosa *

Sí, me da vergüenza mi cuerpo; no me gustan mis tetas caídas ni mi panza ni mi culo. Me dio vergüenza ponerme una malla rosa y que se me vean los vellos púbicos y me dio vergüenza tener purpurina en todo el cuerpo, particularmente en los pezones.

No lo hice porque ame mi cuerpo, a mi cuerpo me lo tengo que ganar todos los días. Me cuesta mucho mirarme en estas fotos. Ni les cuento lo que me cuesta leer cuando me bardean o incluso cuando me preguntan por qué, para qué.

Soñé con ser hermosa, soñé con ser flaca flaca panza chata. Y también soñé con sacarme las tetas, el útero y los ovarios, quizá tomar testosterona, hacer boxeo y tener mucho músculo, lo fantaseé.

No importa por qué no soy un hombre trans, ni importa cómo y por qué soy pseudoflaca con panza. Tampoco es que importe mucho, pero en la marcha tomé exactamente un trago de vino (momento fotografiado), y ya estaba como se ve en la foto. O sea que fui así, careta.

Fui así porque todos los años me indigno cuando las tortas fachas se burlan de las travestis, o trabajan para dejar bien clarito que no se sienten representadas por ese circo. Porque me parece injusto que tengamos que despreciar nuestros cuerpos. Porque no me animaba, porque me daba miedo, porque me da vergüenza. Porque cuando mi cuerpo fue abusado me dijeron “tendrías que dejar de usar esas minifaldas”. Fui así porque no me quedó otra que ser freak para sobrevivir. Fui así para reivindicar mi derecho a ser un monstruo.

Irónicamente, no pensé que fuera a importarle demasiado a alguien. Pensé en hacer un homenaje a la estética travesti y en reivindicar el “circo”, el exhibicionismo como forma válida de expresarse. Pensé en las incontables veces que anduve en tetas feministas y en lo divertido de cruzar dos imaginarios que parecen de dos mundos diferentes, y en cómo se diferencia o se indiferencia la desnudez. Pensé en la androginia de los cuerpos, en la feminización y en la masculinización, pensé en lo ridículo de la malla rosa, en lo cómico de tener pelos donde se supone que no debería, y no tenerlos donde se supone que sí. Pensé otra vez más en el descrédito por medio del ridículo y en el juicio constante y eterno sobre la belleza de las mujeres, en particular. Pensé mucho en el decoro y en el descaro, y en las violencias que se utilizan para encauzarnos.

Pensé en toda la gente que se toma tan en serio mi masculinidad de chongo que la anda midiendo, parecido pero diferente de cómo se mide la masculinidad de un hombre trans, o la feminidad de una mujer trans. Pensé en cómo se pide implícitamente perdón por desviarse de la norma “disidente” y en cómo se pide simbólicamente la hoguera para las performances que se leen como “defectuosas”. Pensé qué pasaría si yo pudiera ser libre, qué pasaría si fuésemos libres. Y otra vez más en la cuestión de qué se representa y quién se supone que representa a quién, cómo y por qué.

Me extraña mucho la reacción que generó un gesto que como mucho fue un comentario y un desafío a mis propios límites (muy acotados por cierto). Pienso en lo que horroriza, lo que indigna, lo que da asco, lo que da vergüenza, lo que da risa. En lo que se debería mostrar y en lo que no, en la moralización de todo.

Pienso en el orgullo que me da ganarme mi cuerpo todos los días, a pesar de todo (a pesar inclusive de mis propios privilegios), y me siento ridícula. Me siento ridícula y orgullosa.

* Texto publicado por Wanda Rzoncinsky (Rana Vegana AACH en Facebook) que completa su performance de la última Marcha del Orgullo.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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