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Viernes, 26 de diciembre de 2003

MODA

punto por punto

La madeja se convierte en ovillo, el ovillo en tejido, el tejido en prendas o en escaleras o en círculos mágicos que reúnen a las mujeres y además, las visten cumpliendo con una moda que empezó en 2002 –merced a la crisis general– y continúa este año hasta en fajas y collares.

Por Luciana Peker

Se encuentran, se besan, se acarician, se recorren, se abrazan, se desafían, se distancian, se reencuentran, se calzan, se cruzan, se suben, se bajan, se recorren, se asustan, se animan, se topan, se rozan, se trepan, se encajan, se esperan, se apuran. Se tejen. Las agujas viven tantos encuentros como las manos que las llevan, que apenas con el roce de los dedos construyen abrigo de ganas y caricias. Las agujas –incluso la aguja (al crochet)– es un lenguaje silencioso, pero no mudo. Las agujas tejen. Y tejer es una de las formas más claras de avanzar. De dar vuelta el hilo y encontrarse, replegarse, volverse a encontrar. Tejer es una enredadera de abrazos con sentido.
La mística de la madeja que se convierte en ovillo, el ovillo en tejido y el tejido en prenda (y no por el clickeo del instante sino por el sigiloso sacrificio de los dedos que nadan en el aire) es una de las razones por las que –tan silenciosamente como se teje– el tejido (casero, autóctono y de diseño) vuelve a estar de moda.
“El tejido está de moda. Desde el año 2002, que las prendas de punto son protagonistas en todas las vidrieras del mundo, también por el auge de los accesorios tejidos como guantes, gorras, pashminas y chales. En términos prácticos, a nosotros la demanda nos aumentó un 100% y la producción un 50%, con respecto a un año y medio atrás. Este fenómeno lleva a poner en marcha muchas industrias que habían cerrado sus puertas”, destaca Alejandro Otranto, director de Hilados Otranto.
“Nunca vi una cosa igual al boom de este año. No doy abasto con las alumnas. Ya tengo 40 y hay varias en lista de espera. Con la devaluación se volvió a tejer, y además, vinieron a aprender muchas chicas jóvenes que quieren hacerse desde fajas hasta collares”, refleja Francisca Ausina, de 56 años y 50 de tejedora. En sus clases en la Casa Holandesa de Palermo (un negocio de venta de lanas atendido por Mario Vigo hace 45 años y donde la lana para un pulóver puede salir desde $ 20 hasta $ 50 pesos aproximadamente), ella adoctrina a los puntos que se escapan e inventa modelos de cinturones con hilos colgantes, para que las nietas de sus alumnas les rueguen a sus abuelas que terminen el tejido antes del sábado. “Hay un claro aumento en la demanda de hilados manuales –subraya Enzo Batistelli, director de Hilandería Capen y fundador de Pro-Tejer–. Las empresas mundiales distribuidoras de hilados detectan un aumento global del consumo de lanas e hilos. Pero en la Argentina esta tendencia fue más pronunciada por la variable económica, y porque influye que el centro de las casas de hilados (en Scalabrini Ortiz y Córdoba) está muy cerca de Palermo, donde se concentra el auge del diseño, y eso genera una sinergia.”
Florencia Mangini, productora de moda y profesora de la carrera de diseño e indumentaria en la UADE, contextualiza: “En las situaciones de crisis, como la que se vive en el mundo a partir de la guerra en Irak, hay una revalorización de las cosas hechas a mano porque aportan calidez en medio de una sensación de caos. Sin embargo, en la Argentina la vuelta del tejido no tiene que ver con esto sino puntualmente, con la crisiseconómica. El producto suéter se encareció muchísimo (este invierno rondó los $ 100) y se convirtió en un objeto casi de lujo. Por eso, se volvió al tejido de punto e incluso se usaron muchos gorros y bufandas, que son más fáciles de tejer”.
Las bufandas fueron claramente vedettes de este invierno. Si los pulóveres no se podían renovar, al menos, las bufandas sí. Un claro signo de moda de crisis, pero moda al fin.
“¿Todavía no lo terminaste?”, le preguntan a Paquita Quiron sus nietas en busca de que las agujas les entreguen sus gorritos de crochet. “Más allá de la actual conveniencia económica, el placer de tejer y terminar una prenda hecha por uno es algo que no tiene precio”, recalca Francisca. Todas sus alumnas asienten con sonrisas la satisfacción de ver a un nieto rogando para que se termine el ovillo.
Para otras mujeres tejer también es una terapia. “Yo trabajé muchísimo y no puedo estar sin hacer nada. Ahora no trabajo, pero tejiendo me siento productiva”, explica Inés Nonell. Eso sí, todas las tejedoras confiesan una pica inexplicable: las que tejen no cosen y las que cosen no tejen. Los dedales y las agujas juegan con dos camisetas opuestas desde la época en que a Francisca le enseñaron a tejer en la escuela, cuando las chicas no pasaban de grado si no sabían hacer las vainillas para bordar las sábanas en las clases de labores.
Sandra, la hija de Francisca, no hizo labores sino la carrera de medicina. Ahora trabaja de médica en una unidad de terapia intensiva. Sin embargo, cuando se juntan Sandra le pide explicaciones sobre las vueltas de un punto. “Para mí es hermoso poder compartir esto con mi hija. La transmisión del tejido es como una caricia”, rescata Francisca.
No es la única. En esta vuelta a lo hecho en casa también se produjo una revalorización de los tejidos étnicos argentinos. Por ejemplo, este año el jugador de básquet Emanuel Ginóbili promocionó en Estados Unidos a las tejedoras mapuches del mercado Ñeumicán, de Jacobacci (Río Negro) donde las lanas se siguen tiñendo, por ejemplo, con cebolla o remolachas. Sin embargo, revalorizar no siempre significa valorizar.
Andrea Prado es socióloga, hija de mamá toba y diseñadora de “Pasión Argentina”, donde se utiliza el tejido autóctono aborigen en objetos y muebles para decoración, pero fundamentalmente con la estrategia de ser una empresa socialmente responsable que pague un precio justo a las tejedoras wichis y diaguitas con las que trabaja.
Andrea advierte: “En el mercado local han surgido gran cantidad de personas que compran tejidos argentinos, en su gran mayoría realizados por aborígenes, a muy bajo costo y los venden o exportan a precios internacionales. Las tejedoras perciben un muy bajo pago por un trabajo que demanda aproximadamente veinte días y se realiza en condiciones sumamente desfavorables. Nosotros, en cambio, luchamos contra la explotación aborigen y hemos podido conseguir nuestro objetivo de un precio justo”.
Según una leyenda wichi, cuando las mujeres bajaron del cielo para instalarse definitivamente en la tierra, lo hicieron mediante una escalera fabricada con fibras de cháguar. La misma planta que hoy las mujeres wichis tejen y tejen, incluso a pesar del silencio, la explotación y el desamparo. Igual que otras mujeres que tejen, como revalorización de su valor olvidado, porque un tejido es una red con memoria, pero que siempre anida futuro. El tejido es una escalera.

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