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Viernes, 9 de enero de 2015

GLORIAS

Cholula Número 1

Esta mujer es Cholula, con mayúsculas. Es el origen mismo de esa palabra. Adela Montes la forjó orbitando como un planeta entre las estrellas de los ’40 en las horas libres que le quedaban entre el conventillo y la fábrica. Pionera en hacer del tráfico de chimentos un trabajo –aunque para ella haya sido remunerado sólo en los últimos diez años–, consiguió estar en la boca y los agradecimientos por los Martín Fierro recibidos de cada protagonista del mundo del espectáculo, en tanto socia activa y fundadora de Aptra. Su nombre aparece en casi todos los libros que hablan de la farándula. “Sí, nena, un poco es cierto eso, pero aclaremos que estoy siempre en la parte de los agradecimientos.” Una historia para ser leída con la más genuina curiosidad cholula.

 Por Liliana Viola

“Un día el dibujante Toño Gallo vino a la redacción con que quería saber nuestros apodos para su nueva historieta. Yo no tenía ninguno; Laura, mi amiga, la otra fundadora del Club de Cazadoras de Autógrafos de la Argentina era Tita, pero justo habían aparecido las galletitas Tita, así que no iba. La otra era Baby, pero sonaba muy norteamericano; y la cuarta, Chola, que es el que más le gustaba pero no le terminaba de cerrar. De Chola le vino Cholula. La historieta se llamó Cholula, loca por los astros y duró once años en la revista Canal TV, después la gente se quedó con la palabra.”

Cholula, menos elegante que fan y menos profesional que groupie o botinera, es un argentinismo despectivo aunque cariñoso que prendió en la década del sesenta cuando la recién nacida y ya cuestionadísima televisión imponía su vocabulario bobo: patapúfete de Biondi para sorprenderse con ironía, el pendorcho de Aldo Cammarota para cualquier desperfecto y también despiplume, mezcla de licor Tres Plumas con despilfarro o despelote. Toño Gallo dibujó a su cazadora como una ágil señorita de flequillo que llevaba y traía chismes a alta velocidad. “Pero yo le decía que el cholulo era él porque siempre estaba con que decime Adelita, ¿qué pasó esta semana?, ¿quién está con quién? Y yo lo sabía todo. A nosotras nos contaban porque sabían que ni locas íbamos a decir algo inapropiado. Aparte de que teníamos un decálogo que lo prohibía terminantemente: no podíamos seguir al famoso hasta su casa, debíamos pedir la foto o el autógrafo con un por favor, no podíamos entrar en la radio.” El significado tiene tantas connotaciones como anécdotas tiene para contar su inspiradora. Una tarde a la salida del trabajo, cuando tenía casi 13 años y todavía el mapa de Buenos Aires se definía por seccionales policiales –la zona de Barrio Norte donde ella vivía era “la 19”, con mayoría de conventillos y fábricas textiles improvisadas en los garajes de los petit hoteles recién abandonados– Adela Montes se volvió cazadora de autógrafos. Categoría fronteriza entre el ocio y la adrenalina, hoy tan en extinción como su presa: ¿quién va a pedir una dedicatoria cuando puede robarse una selfie? Y, a su vez, prehistoria a pulmón de tantas tareas que ahora quedaron a cargo de Facebook: señalar los “me gusta”, pedir amistad, recordar los cumpleaños.

Las fábricas de hacer cholulas

Cada uno puede tener una idea aproximada de su dependencia a la pavada o a la admiración compulsiva, pero el porcentaje de cholulismo en sangre no se determina hasta que se produce el encuentro con un detonante. Primera prueba: Adela Montes hace la cita en Aptra, institución de la que es socia fundadora y que fue creada en 1958, el mismo año que la historieta, para solaz anual del choluleo local. Segunda: en una esquina del salón donde las glorias de la TV lucen su estatuilla en fotos enmarcadas, está arrumbado el mismísimo Martín Fierro, mucho más retacón de lo que se ve en la tele, con aires de monitorearlo todo. “No tiene mucho que ver éste con la televisión, pero bueno, el presidente de Aptra de aquella época era muy nacionalista.” Mientras Adela atraviesa con paso lento el salón vacío, el encargado del bar me va haciendo señas a sus espaldas. Quiere avisarme que ella va a hablar de su infancia sin que yo le pregunte, y que en algún momento va a ponerse a llorar. Un auténtico cholulo, pienso yo. Cuando me creo a salvo y llega el momento de hacer la primera pregunta advierto, con esa taquicardia de los descubrimientos, que estoy sentada hace un buen rato frente al significado viviente de una palabra. No sólo una señora que dedicó 70 de sus 86 años a lidiar con las estrellas sino una etimología en sí misma. Ultima prueba, y vencida: ante el hallazgo, la cholula protegida por la coartada que da el periodismo, lanza una primera pregunta como quien pide una dedicatoria:

¿Podría darme alguna señal de que efectivamente usted es Cholula?

–Mi historia es así: empecé a trabajar a los 12 años en una fábrica de pañitos femeninos que quedaba a la vuelta de casa, Larrea entre Juncal y French. Ya a los 11 tenía la primaria terminada, porque mi mamá pidió que como cumplo en septiembre me dejaran ingresar con 5 con mi hermano más grande. Imaginate que, pobre, mi mamá tenía tres hijos y vivíamos en una pieza de ese conventillo que te cuento. Por suerte me autorizaron y por eso estaba adelantada.

¿Y ya había toallitas a comienzos de los años ‘40?

–Sí, pero no te creas que se parecían en algo a las de ahora, nada que ver. Venían unos rollos grandes de algodón y nosotras éramos las encargadas de pesar cada paño. Bah, encargadas... éramos tres nenas que sacábamos un poco de un lado y de otro para que quedaran parejos. Después los doblábamos y así se iban en fila hasta la mesa donde unas chicas, más grandes, los ponían en una especie de red; una maquinita los cortaba en cuadraditos, se juntaban no me acuerdo si 12 o 6, las apretabas con esas dos tablas para meterlas en las cajas.

No salían muy higiénicas ni esterilizadas que digamos.

–Bueno... la verdad es que la toallita terminaba tocada por una serie de manos. No había tanto control en esa época. Se llamaba Teca y creo que fue la primera que después hizo acá las toallitas compactas, pero yo ya me había ido, ya para ese entonces estaba trabajando en Dubarry, la fábrica que tenía el jabón Le Sancy que se promocionaba como “El jabón que tiene olor a limpio”.

¿Las toallitas se podían comprar o eran un objeto de lujo? Me las imagino como unos pañales para damas y encima carísimos...

–No, no te creas, absorbían bien. Lo único es que tenía que tener un sobrante para poder engancharlo en la cintura. Salían lo mismo que ir al cine, o que alguna que otra revista, se podía. Yo las compraba, y mirá que mi mamá era lavandera y mi papá taxista. Me acuerdo de que un día mi hermano abre un cajón, se encuentra con una y dice “qué bien me viene esta rodillera para jugar al fútbol”. Y así salió tan contento con el pañito puesto. Te das cuenta de que en ese momento nadie sabía nada de nada y a mí nunca se me habría ocurrido decir “A”, nos cuidábamos de que se supiera si estábamos indispuestas, todo eso era un asunto muy misterioso. Te repito, se podía ir al cine, creo que costaba 20 centavos, pero ojo que no íbamos al del centro ni todos los días, había dos días populares: el Día de Damas, que como te imaginarás eran todas películas románticas, y el otro más general. Al de Damas casi no fui porque como salíamos siempre con mi hermano varón...

¿Escuchaban radio en la fábrica mientras trabajaban?

–No nos dejaban. A veces algunas chicas cantábamos.

¿Y usted después del trabajo se iba a la radio a cazar autógrafos?

–No, esperate. Cuando se mudaron los de las toallitas me pasé a una fábrica de alfombras tipo persas que puso un matrimonio español en el garaje de un petit hotel en Mansilla casi Larrea. Ahí yo no sé por qué, siendo que soy tan bruta para lo manual, me volví de lo más habilidosa. Pero ellos también se mudaron.

¿Qué pasaba que todas las fábricas se mudaban?

–Se expandían. Después me pasé a otra de diseño de tapizados. La señora era francesa. No, miento, era inglesa casada con un francés, que tenía una marca de aceites. Ahí hacíamos los tapizados con el punto que le dicen petit point. Yo no sé qué me iluminaba que enseguida me daban un puesto más importante. Y también adoraba a mi hermana que sí pudo hacer el secundario, ya trabajando mi hermano y yo. La señora la mandaba a hacer compras, nada menos que a la calle Reconquista donde estaban los árabes, a elegir botones, plumas, hilos. ¡Con 14 años! Cuando se mudaron nos quisieron aumentar y pagar el viático. Por suerte se fueron, porque si no habría seguido haciendo eso no sé hasta cuándo.

¿El trayecto del trabajo a la casa tenía que ser obligatoriamente de a pie?

–No teníamos ropa buena para viajar por eso agarrábamos los trabajos donde pudiéramos ir caminando.

¿No le daba miedo quedarse sin trabajo?

–Teníamos siempre un miedo, pero no era un miedo gigante. Más que miedo lo que teníamos era que nos parecía que nunca íbamos a poder salir... (no puedo recordar y mucho menos describir el gesto con el que dibuja a la vez un pozo, una piedra en la cabeza y una sensación de asfixia). Por eso agarrábamos todas las cositas que fuera: con mi hermana por ejemplo, hacíamos los fondos de los canastos con juncos, llevábamos libros para coser a casa...

Aun así, por alguna razón, nunca se le cruzó trabajar de mucama. ¿Por qué? ¿Actriz tampoco?

–Mucama era mi mamá. Yo veía cómo trabajaba y lo poco que le pagaban, no quería eso. Actriz nunca quise. Quería estar cerca sí, pero no actuar. Y mirá que nos ofrecieron muchas veces. Carlos Borcosque, por ejemplo, muchas veces nos dijo: “Chicas, anímense”. Pero nunca quisimos, no era para nosotras.

¿Cómo se hizo cazadora? Sospecho que la radio adonde cazaba quedaba cerca de su casa...

–¡Radio Splendid! Sí, habían comprado un palacete en Ayacucho y Las Heras. ¡El portero de Radio Splendid con librea gris! Lo queríamos muchísimo, un húngaro, un hombre divino, Esteban se llamaba. El tipo nos cuidaba, con ese acento que tenía se hacía entender, decía: “Ustedes, chicas, no hablar con nadie, no subir a coche, simpatía y nada más”. Iris Marga lo resumió muy bien: “Radio Splendid, donde hasta el portero era un señor”. Pero esperá que sigo: resulta que ahí nomás, en Arenales y Callao, estaba el Colegio del Sagrado Corazón que tenía, entrando por la otra puerta, una especie de academia... una escuela para chicas que no tenían plata, bah. Yo arrastré a muchas que trabajaban a la mañana conmigo, les dije: ustedes que no hacen nada, vayamos a aprender algo. Y te cuento que una de ellas salió una modista muy buena que hacía unos vestidos bárbaros; yo estudié taquigrafía y mecanografía. Ahí, sí, a la salida, dije yo, o alguien dijo, no me acuerdo: ¿y por qué no nos vamos a Radio Splendid a pedir autógrafos al programa de Mirtha y Silvia?

Con esos estudios habrá conseguido un trabajo en alguna oficina.

–¡Ay, por Dios! Entré en una escribanía donde me pasó algo tan tremendo con un desgraciado, que creo que me quedó un trauma y por eso nunca escribí bien a máquina. Resulta que el tipo siempre me hacía quedar cuando terminaba el horario para dictarme alguna cosa, y varias veces se me había arrimado. Pero ese día que te cuento me agarró la cara fuerte, se me vino encima. Pensá que yo tenía 14 años, pero parecía mucho menos, nunca aparenté, tenía dos trencitas y vestido delantal como Mirtha y Silvia Legrand.

¿Qué hizo cuando el tipo le agarró la cara?

–Fue terrible, le di un empujón y salí corriendo a la calle. Por suerte no tenía ni cartera, en esa época llevaba la plata para el subte en el bolsillo. No te imaginás lo que fue todo el viaje hasta la parada de Santa Fe y Pueyrredón llorando a mares con la gente preguntándome qué te pasó, nena. ¿Qué le iba yo a decir a la gente? Cuando le conté a mi mamá, fue a hablar con el que me había recomendado. Y el tipo le dijo que seguro eran fantasías mías.

El público presente

La cacería de autógrafos es contemporánea del coleccionismo, de la noción del intelectual como celebridad y de la esperanza de revelación que trajo la grafología en el siglo XIX; pero tuvo su punto masivo en otra esperanza, la de las niñas obreras de la posguerra, locas por Hollywood o lo que se le pareciera, que buscaban dar un paso más allá. “Miento”, diría Adela Montes con la muletilla que tiene para cada rectificación de detalles, “dos pasos más”: uno por fuera de la pobreza, otro que iba de la butaca al comando de su propio entretenimiento. Adela cada tanto se disculpa por las vueltas que damos antes de llegar al tema de la entrevista. Cómo va a llegar a la gesta de la fantasía salteándose la fábrica y todo un tejido de lazos de solidaridad para salir a flote. “A mi papá no le gustaba nada, pero mi mamá sabía que era el único entretenimiento que teníamos y además ella también iba a la radio cuando daban las audiciones de preguntas y respuestas con artistas importantes como Pedro Vargas”. Las espectadoras fueron moldeando el mercado que deseaban consumir; en esos primeros años del mundo del espectáculo nadie como ellas sabía tan bien cómo sacarle el jugo a los astros.

Mirtha y Silvia aparecen como el detonante de su cholulismo...

–Es que fueron una revolución para nosotras, porque hasta ese momento las jóvenes del cine eran mujeres como Irma Córdoba o Eva Franco, elegantes pero distantes. Estas chicas, como también María Duval, que te cuento que llegó a ser madrina de las Cazadoras, nos representaban bárbaramente, en la ropa, la edad y en que conquistaban a los galanes maduros, que daban esa idea tan importante entonces, de la protección.

¿Qué hacían las cazadoras concretamente?

–Ibamos a las puertas de las radios con recortes de revistas y pedíamos que nos firmaran o dejábamos papelitos con nuestra dirección para que nos mandaran las fotos. También íbamos a audiciones de periodistas que hacían notas en vivo. Yo llegué a tener unas carpetas enormes que las regalé a otras cazadoras nuevas.

¿Y cómo aparece la idea de club?

–Ya había también en Hollywood clubes de fans de algún artista. Como iba tanto a la radio, otras chicas empezaban a pedirme fotos o autógrafos y como en la radio veían que yo contestaba siempre, un día la secretaria de El programa de Mirtha y Silvia, que luego se llamó El club de la amistad, me empezó a pasar la correspondencia.

¡Pero eso era una fortuna en estampillas!

–Sí, pero yo les pedía que me mandaran la carta con la estampilla adentro. En esos años me llegué a cartear periódicamente con 60 personas. En la radio no lo podían creer, llegaban cartas de Paraguay, Perú, Uruguay, todas las provincias donde se escuchaba ese programa.

¿Hombres escribían?

–No. Aunque al tiempo algunos hermanos de las chicas me escribían. Yo contestaba, pero también dejé porque ¿viste cuando sentís que hace esa corriente? y yo no quería.

¿Se enamoró de alguna estrella?

–No, jamás. Conocía mucho y demasiado tanto hombres como mujeres. Nunca tuve una imagen ideal de ninguno, les conocía todas las aventuras. Y cuando tuve un novio, como digo yo, lo rifé. Bah, lo perdí porque lo tenía que perder, él no podía entender que después de trabajar en Dubarry, me iba a la revista, a los festivales. Además después de que un día fui a visitar a una actriz muy querida al hospital, empecé a ir los fines de semana a cuidar enfermos.

¿Y qué cosas se decían en la correspondencia con las otras cholulas?

–Cosas del espectáculo, chismes suaves. Con una familia de La Plata me pasó algo tremendo, yo me escribía con tres hermanas, cada vez respondía una de ellas. Un día, después de muchos años, recibo una carta de Carmen donde me dice: “No sabés en casa cómo esperamos tus cartas, no vemos la hora de sentarnos todos a la mesa con mamá y papá para apostar qué Adela será hoy, la de Vosotras o la de Radiolandia?”. ¡Me quise morir! Resulta que los padres les respetaban las cartas, pero con la condición de leerlas delante de ellos. Vosotras era cuando yo contaba asuntos míos y Radiolandia, cosas del espectáculo.

Las cazadoras cazaban para afuera...

–Cuando se inauguraba algo, o si un hospital necesitaba algún aparato, nos pedían traer artistas ya que nosotras estábamos en contacto con El club de la amistad. Ibamos a un club de barrio, por ejemplo el que quedaba en Alvear y Agüero, y decíamos “¿podemos venir a hacer algo, acá con familias, con artistas?”.

¿Cómo conseguían que fueran los artistas?

–Todos venían porque se lo pedíamos, gratis y encantados. Era otra época.

Hacían una especie de voluntariado del cholulismo.

–Mirá lo que hacíamos: en esos festivales juntábamos pañales y cosas y las llevábamos al Hospital Rivadavia, que era famoso porque ahí estaban las madres solteras. Tanto que la uruguaya Silvia Guerrico, que era la que dirigía las audiciones de Mirtha y Silvia, nos dio una distinción.

¿Y cómo llegan a tener una audición en la radio?

–Un día me dicen, chicas, ustedes que están llevando y trayendo datos, ¿por qué en lugar de decirnos a nosotros no lo hacen ustedes directamente? Y es verdad que conocíamos a todos y nos querían mucho. Por ejemplo, yo soy la fundadora de los cumpleaños, bah, lo que pasa es que nosotras nos ocupábamos de saludar al aire a cada artista en su día. Una vez vino Sandrini y nos dice: “A ver cuándo la terminan con esto de los cumpleaños, que todos saben que escucho el programa y me está mangueando regalos toda la farándula”. Para la inauguración vinieron muchísimos artistas.

¿Cómo era el programa?

–Al principio nos dieron 15 minutos, se llamaba Autógrafos en el aire, pero hablamos tan rápido que terminamos a los 5 minutos y tuvieron que poner música. Al día siguiente nos echaron. Me acuerdo de que ahí, Alberto Migré, que entonces era un empleado que hacía de todo en la radio y recién empezaba con los guiones, dijo no, esperen un poco y se ofreció a ayudarnos. El venía, nos tomaba examen y nos iba indicando, acá díganlo más lento, acá agreguen tal cosa. Y así seguimos, siempre los sábados a la tarde, porque era el día que me quedaba libre. Con mi hermana nos habíamos puesto a estudiar enfermería, porque en esa época se decía que podía venir la tercera guerra mundial.

Sin darse cuenta armaban todo un circuito de promoción.

–Muchísimos artistas muy conocidos tuvieron su primera entrevista con nosotros. Pablo Moret dice que cuando veía una foto mía la besaba, por la suerte que le habíamos dado. Bergara Leumann tenía en la Botica una foto con la primera entrevista que le hicimos nosotras las Cazadoras.

¿Cuánto dinero ganaba?

–¡Nada!

¿Cómo nada?

–Muchos años después de haberme ido de la radio, yo trabajando en Dubarry en la parte de publicidad, me encuentro con un auspiciante que me saluda como si me conociera. Y yo nada. Resulta que el tipo había sido auspiciante de mi programa. Y así varios. Nosotras nunca nos habíamos enterado de eso. Qué sinvergüenza el productor, un ladrón.

¿Cuándo empezó a vivir de esto?

–Aunque te parezca mentira, cuando empecé en Pronto, a los 76 años. ¡Miento! En Canal TV me pagaban por las columnas, pero poco. Ahí también hacía la programación sin darme cuenta. Por ahí llamaba a Carucha Lagorio, de Teatro como en el teatro y le preguntaba qué van a dar esta semana. Ella me daba la obra, los protagonistas, y me decía por ejemplo, la madre no te la digo porque todavía no sé la actriz. Entonces, como yo estaba al tanto de todo, le decía por qué no llamás a tal que está sin trabajo. Carucha decía siempre: le voy a decir a mi marido que te ponga en producción.

¿Los cimbronazos entre el peronismo y antiperonismo que afectaron a las estrellas no tocaron a las Cazadoras?

–Mirá, cuando vino la Libertadora fuimos a pedir audiencia con el interventor para pedirle que no tocara a algunas actrices como Tita Merello, por ejemplo, que la estaban acusando injustamente de contrabando, por peronista. Y a Juan Carlos Thorry, muy amigo nuestro, que lo tenían en la mira porque había conducido una vez un festival de la Fundación Eva Perón. Pensá que éramos unas nenas. El tipo nos escuchó. Y después, casi llorando nos dijo: esto es inaudito. Desde que estoy acá toda la gente viene para acusar a alguien, ustedes son las primeras que vienen a pedir. Por la confianza que me merecen, les adelanto que tenía pensado presentar mi renuncia mañana. Y renunció nomás. Thorry y Analía Gadé cuando se fueron a España en reconocimiento me regalaron una medalla de oro. Tengo varios recuerdos de éstos.

¿Pudieron salir con su mamá y sus hermanos del conventillo al final?

–Sí, nena, no vivo en un conventillo ahora. Por suerte mi mamá lo pudo ver, cincuenta años costó, la llevamos a un departamento donde vivo ahora y vivimos siempre con mis hermanos. Sí, los tres solteros. Y si pudimos salir fue gracias a mi hermana, que era una luz. Ella hizo hemoterapia y tenía dos trabajos donde ganaba muy bien. Estuvo en el club de cazadoras, pero obligada, no le gustaba tanto como a mí.

¿Cómo sabía el mozo que usted iba a llorar durante la entrevista?

–Porque estos cholulos me quieren mucho, me conocen desde hace años. Los cholulos escuchan todo, saben de todo.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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