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Viernes, 9 de enero de 2015

ENTREVISTA

Otra mochila es posible

Cuando el sociólogo Fernando Filgueira asuma en marzo como viceministro de Educación del Uruguay pondrá en marcha el Sistema Nacional Integrado de Cuidados, vieja promesa de campaña de Tabaré Vázquez, que propone políticas responsables para que cuidar no sea un problema privativo de las mujeres, sino una cuestión compartida y asistida por el Estado. Según Filgueira, no se trata sólo de justicia de género, sino de una política demográfica que conjugue en forma armoniosa maternidad, cuidados y trabajo.

 Por Luciana Peker

El 1º de marzo Tabaré Vázquez va a asumir nuevamente la presidencia de Uruguay, después de su primer mandato en el Poder Ejecutivo y de la continuidad del Frente Amplio en la gestión de José “Pepe” Mujica. La asunción ocurrirá justo cuando las vacaciones les pongan punto final a las deshoras frente al río y arranque el nuevo ciclo lectivo. Parecen escenarios paralelos, que no tendrían por qué relacionarse. Sin embargo, esas escenas de la toma del poder y del poder cotidiano que toma la vida no se reducen a simples paralelismos: el primer día de marzo la política y la vida diaria van a plasmarse en políticas públicas que apunten a que la mochila no vaya cargada sólo en la espalda de escolares ni en las de sus madres, que además de cuadernos acarrean con la misión de trabajar, de controlar deberes y de criar a sus hijos e hijas. Porque el sistema público de cuidados se convertirá –según lo que prometió como una de sus metas estrella en campaña electoral– en una de las principales iniciativas del segundo mandato de Tabaré Vázquez. La idea es invertir fuertemente en que todos los bebés cuenten con espacios en salas cuna con estimulación temprana, que las hijas que cuidan ancianos puedan descansar buena parte del día y que las mamás de hijas o hijos con alguna discapacidad reciban ayuda de personal especializado para poder brindarles estímulo y contención.

La promoción de la necesidad de instalar políticas públicas de cuidado está a cargo de Fernando Filgueira, sociólogo por la Universidad de la República en Uruguay y doctorado en la Universidad de Northwestern, en Illinois, Estados Unidos. Filgueira asesoró a Tabaré en la promoción de ayudas estatales para que cuidar no sea sólo un problema de mujeres y el 1º de marzo va a asumir como subsecretario de Educación y Cultura. En la práctica se lo define como un peso pesado en el ajedrez de asesores de campaña, con pulso fuerte y respaldo político, y su cargo es el de un virtual viceministro de Educación. En su trabajo latinoamericano itinerante fue coordinador del Programa de Estudios en la Universidad Católica de Uruguay, coordinador del Panorama Social para la Cepal en Chile, investigador principal en el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) en la Argentina, y director de la Oficina del Fondo de Población de Naciones Unidas en Montevideo, desde donde generó apoyo técnico a la construcción de agenda de cuidados en Uruguay.

¿Qué implica eso? La palabra “cuidados” engloba desde correr a sacar la ropa de la soga cuando llueve hasta poner protector cuando hay sol. No dormir para bajar la fiebre de lxs hijxs y aguantar la mala cara del jefe cuando hay que irse a las 16 en punto para llegar a la puerta de la escuela a retirar a lxs niñxs. También es dar de comer en cucharita aunque el hijo tenga 12 años pero una discapacidad obligue a ello, o pasar crema para que la piel frágil de lxs ancianxs de la familia no haga escaras. Todas esas tareas que realizan las mujeres son invisibles y múltiples, y a veces estaquean su propia vida laboral. Por eso, las políticas públicas de cuidado que en Latinoamérica aplican especialmente Costa Rica y ahora –como un faro– Uruguay, sacan peso de la mochila individual y colectivizan el complicado cargo de cuidar a los más chicos, a los más grandes o a los más débiles.

Filgueira tiene 47 años, está casado con la socióloga Magdalena Gutiérrez, que trabaja en la ONG Cotidiano Mujer, y es el papá de Elisa, de 15 años, y de Santiago, de 13. Desde hace dos años volvieron a vivir en Montevideo. Asegura que su pareja es igualitaria, aunque no simétrica. Es una rara avis de funcionario declarado feminista, y esa irreverencia le vino de cuna. Su mamá, Suzana Prates, fue una de las fundadoras del feminismo en Uruguay. No sólo lo cuidó a él, también cuidó que creciera aprendiendo que poner los platos sobre la mesa es una misión tan política como la distribución de la riqueza.

¿Cómo es para un varón dedicarse a fomentar una política de cuidados?

–Vengo de una familia de sociólogos. Mi madre, Suzana Prates, que ya falleció, creó el Grupo de Estudios de la Condición de la Mujer en Uruguay y tempranamente plantea la doble invisibilidad del trabajo de las mujeres con la costura y el trabajo no remunerado cotidiano, con una crítica al modelo productivo y patriarcal.

¿Sos un ejemplo de una madre feminista que no cría a un hijo machista o es un Edipo remixado?

–Eso lo tienen que evaluar las mujeres que me conocen (risas). En casa tenemos una distribución de tareas equitativa pero no todo lo que uno quisiera. Soy un padre muy presente. Y cocino. Mis hijos extrañan cuando no estoy. Pero Magda pone más tiempo que yo en la tarea cotidiana. Es más equitativo que en los modelos tradicionales, pero no es un modelo simétrico. Somos bastante compañeros con la crianza de los chiquilines.

¿Qué tareas no son una carga sino un disfrute?

–Me gusta comprar porque soy medio maniático y cocinar porque es creativo y me descansa.

Una misión difícil: ¿sacás los piojos?

–Eso lo hago, aunque Magda más que yo. También tenemos apoyo doméstico parcial.

¿Qué implican las políticas de cuidados?

–Alimentar y cuidar a personas que no son autovalentes son tareas que las hacen predominantemente las mujeres. El movimiento feminista logra colocar en la agenda pública la agenda de cuidados. Mientras que otro elemento de corte demográfico muestra que en América latina los niños que nacen son cada vez menos; la tasa de fecundidad cae especialmente en Uruguay, Chile y, un poco menos, en la Argentina. Y en Uruguay y Cuba la población empieza a envejecer: hay más adultos mayores y más adultos mayores longevos. Esto desnuda que hay que cuidar a la infancia para que, luego, esos chicos puedan ser cuidadores. A la vez, las familias cada vez tienen más demandas de cuidado, pero la incorporación de la mujer al mercado laboral implica que la cuidadora principal en el modelo patriarcal se ve sobrecargada. Y de alguna manera esta configuración va llevando a que algo que considerábamos un problema privado (quién cuida a la gente) ahora sea un tema público por razones de igualdad de género, pero también por razones de eficiencia.

¿La eficiencia implica que, además de equidad, a la sociedad le conviene ocuparse del cuidado?

–Las sociedades que no se ocupan de este cuello de botella de género y de clase empiezan a tener problemas de igualdad y además de eficiencia. No es casual que los temas de cuidado aparezcan en Uruguay, Costa Rica y Cuba, que son los países donde más claras están las tensiones entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado que, de a poquito, también aparecen en la Argentina.

¿Cómo se pasa de “arreglátelas como puedas” a que el Estado te tiene que ayudar a arreglarte?

–La opción más difícil y que llega más lenta es que se redefina la carga de trabajo no remunerado entre hombres y mujeres. Y lo que sucede es que las mujeres dejan de tener hijos o dejan de participar en el mercado laboral porque es imposible compatibilizar las dos cosas.

En la ciudad de Buenos Aires, con la inscripción online quedó claro que no hay vacantes en jardines de infantes y jardines maternales para la primera infancia, pero los funcionarios dicen que no tienen obligación de brindar ese servicio.

–Las tensiones reales plantean la necesidad de cambio. La familia, el mercado o el Estado pueden solucionar esto. En la familia hay opciones que no son suficientes o que tienden a limitar la tasa de fecundidad.

¿Por qué sería perjudicial que baje la tasa de fecundidad?

–Que baje la fecundidad está bien, el problema es el nivel. En Finlandia, Suecia, Dinamarca y Noruega, que tienen potentes sistemas de cuidado, la fecundidad está un poco por debajo de la tasa de reemplazo: 1,8 niño por mujer. Es una tasa de fecundidad razonable para pensar en el largo plazo pero además tienen las tasas de participación laboral de las mujeres más alta del mundo. En cambio, España, Italia y Grecia tienen tasas de fertilidad de 1,4 niño por mujer y es una tasa que genera problemas porque no hay quién reemplace a la población. Hoy América latina está donde estaban Grecia e Italia hace veinticinco años. Esto te limita la posibilidad de tener una población activa en el caso de Uruguay y Cuba dentro de diez años, y de Chile dentro de quince. En Uruguay en el 2018 va a existir un problema demográfico y en Argentina en el 2040, porque tiene algunas regiones con más fecundidad.

¿Qué se puede hacer?

–Se necesita un nuevo contrato por razones de igualdad pero también de eficiencia. Estamos llegando a un punto en que este acuerdo patriarcal es ineficiente. El útero y el trabajo de la mujer son fundamentales y pueden convertirse en un bien escaso.

¿Qué diferencias hay con las mujeres que pueden pagar ayuda?

–El mercado también es una solución. Hay gente que compra servicios: paga una guardería, paga a una empleada doméstica, paga servicio de acompañantes, paga geriátrico. ¿Qué es la comida rápida? Es una solución de mercado a problemas de tiempo. En Uruguay hay una enorme industria de acompañantes a personas mayores que necesitan apoyo, pero de espantosa calidad. Por eso no queda otra opción, a mi juicio, que el Estado –tanto por razones de igualdad como de calidad y eficiencia– intervenga mientras al mismo tiempo se van transformando las pautas familiares de división sexual del trabajo.

¿Qué pasa en Uruguay con la interpelación al Estado para que ayude a cuidar?

–En Uruguay uno de los cuellos de botella al crecimiento económico es que las mujeres no se pueden incorporar al mercado de trabajo porque en la primera etapa de su vida tienen que cuidar a sus niños y en la segunda a sus padres. Las mujeres quedan como jamón del sandwich. Las agarran por los dos lados. Por eso en el debate uruguayo se plantea un sistema de cuidado para tres poblaciones no autovalentes: primera infancia, adultos mayores con problemas de dependencia y discapacidad. En el gobierno de Pepe Mujica se desarrollan algunas políticas, aunque todavía falta una ley. El sistema de cuidados no puede ser pensado sólo a ser cuidado sino como los derechos de quienes cuidan.

¿Cómo es el sistema público de cuidados?

–El Sistema Nacional Integrado de Cuidados es una promesa de Tabaré y ya se aprobaron algunas cosas en el gobierno de Mujica. Va a tener su presupuesto asignado y políticas públicas concretas. Se va a crear un sistema de salas cuna para que las mujeres dejen a sus hijos de 0 a 1 año, con sistemas de estimulación temprana en horario completo de seis u ocho horas.

¿Qué avances ya se ven en Uruguay?

–Se aumentaron los días de licencia a los padres, se extendió la cobertura a mujeres que no están en relación de dependencia y se agregan, gradualmente, días de licencia a las madres. Las políticas de cuidado implican que se colectiviza el tiempo de trabajo no remunerado que se usa para cuidar.

¿Qué prometió Tabaré?

–Prometió la expansión del sistema de licencias hasta que se llegue a seis meses de trabajo en medio tiempo. En el 2015 se empezaría el primer mes. Además, para al 60 por ciento más pobre de la población (que llega a las clases medias) se van a garantizar las vacantes públicas en el cuidado de niños de uno o dos años. La idea es que el 40 por ciento más pobre no paga nada y el 20 por ciento de la clase media paga el 10 o 20 por ciento del costo. El servicio sería único y de calidad homogénea. A eso se le suma un sistema para madres adolescentes en situación de pobreza, en el que la cobertura es cuerpo a cuerpo –van a buscarlas– y es un modelo intensivo con médicos y asistentes sociales.

¿Qué pasa con el peso del cuidado en la vejez?

–En adultos mayores se propone un sistema de asistencia para toda la población adulta mayor que presenta situación de dependencia moderada o severa, que son las casas diurnas. La idea es darles un respiro a los familiares, generalmente, mujeres. Y lo más caro, los sistemas personales de acompañantes (cuidadores domiciliarios) para adultos mayores en situación de dependencia severa. Eso se va a filtrar por nivel de ingresos. No va a ser para todos. También se va a dar un subsidio para poder tener camas en sistema de convalescencia geriátrica de larga duración. Mientras que, para todos los casos de discapacidad severa que hoy reciben prestaciones, se les agrega plata para poder contratar a cuidadores. La idea es constituir todo esto como un sistema de cuidados.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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