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Viernes, 23 de enero de 2015

ESCENAS

Lo que el viento no se llevó

Se reestrena El viento en un violín, la obra de Claudio Tolcachir donde el deseo de maternidad se impone con violencia y sangre, pero no deja de provocar risas estruendosas.

 Por Paula Jiménez España

Como en la realidad, en estas tramas los enredos vinculares resultan complejísimos y se sienten, a pesar de su exageración, profundamente verosímiles. ¿Quién, de lxs que hayan visto La omisión de la familia Coleman, Emilia o El viento en un violín, no ha percibido por un momento la resonancia de esas madres imponentes o de esxs hijxs impotentes en su propia historia? Claro que la gracia particular del director Claudio Tolcachir es esa capacidad de llevar sus obras al paroxismo y hacer descostillar de la risa a un público que puede verse a sí mismo reflejado en el patetismo de un núcleo familiar que logra espantarlo. Ese doble juego desarrollado con absoluto brillo y eficacia, tal vez sea la flor de su secreto y del secreto de su perdurabilidad (El viento en un violín fue estrenada por primera vez en el 2011). Pero también lo es la originalidad de sus tramas capaces de llevar al teatro temas que recién comienzan a instalarse en el imaginario colectivo, como por ejemplo, el problema de la inseminación en una pareja de lesbianas sin recursos económicos. En este caso, el deseo de maternidad se impone con toda su violencia y para conseguir semen las dos chicas violan a un hombre a punta de navaja. Claro que aquí los límites no están perdidos sólo para ellas, sino para todos los personajes de la historia: otra de las madres terribles de la pieza es la cocinera de un hospital que para hacerse unos pesitos de más recibe coimas de los pacientes que quieren comer un menú más rico, con sal y fritos. La mujer no encuentra sanción cuando expone su “travesura” laboral en el marco familiar porque los límites morales parecen poder correrse peligrosamente cuando interviene la cercanía afectiva. Puede intuirse que el análisis de las relaciones filiales que ha hecho Tolcachir para la construcción de estas historias es muy hondo, que se trata una reflexión virtuosa que ha dado sus frutos en guiones perfectos donde la alienación y la pérdida de la identidad individual en función de la grupal genera hechos loquísimos, desopilantes y desesperantes, como en la vida misma. No son sólo “historias” las que él narra: tiene una extraordinaria habilidad para reconocer los arquetipos culturales en torno de la familia y de la maternidad y plasmarlos sobre el escenario haciendo uso de un lenguaje teatral veloz y divertidísimo. Las cosas suceden a un ritmo loco, atropellado, y de pronto la trama alcanza un punto de irreversibilidad donde se tiran, finalmente, un par de bombas contenidas que dejan sin aliento a lxs espectadorxs. En el caso de El viento en un violín, una de esas bombas cae de los labios de una madre que revela algo que el público ya ha podido presentir: que no soporta más a su hijo pavotísimo (el joven que ha sido violado por la pareja de lesbianas), al que ha sobreprotegido toda la vida por culpa, para ocultar su falta de amor. Esa madre dominante y al mismo tiempo expulsiva es Mirian Odorico, la deslumbrante actriz del elenco de Timbre 4, que ha acompañado a Tolcachir desde sus comienzos (cuando el director se reunía a ensayar en el teatrito de la avenida Boedo con su grupo de amigxs de secundaria las obras que ellxs mismxs improvisaban). Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y la compañía –la misma cooperativa de amigxs de siempre– se han lucido en más de veinte países del mundo. De vuelta en Buenos Aires, el elenco no descansa porque el viento sigue soplando y desparramando las semillas de un éxito que tanto les debe a las neurosis familiares.

Viernes a las 20, sábados 22.30 y domingos 21.30, en el Paseo La Plaza.

Más info: paseolaplaza.com.ar

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