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Viernes, 23 de enero de 2015

RESCATES

Soldada de las tablas

Asja Lacis 1891-1979

“Alguna vez habría que escribir un relato sobre Asja Lacis. Colaboradora de Meyerhold y de Eisenstein cercana al grupo de Maiakovski. Es la amante de Walter Benjamin y por intermedio de ella se conocen Brecht y Benjamin”, dice –escribe en su diario– el narrador de Formas breves; “no veo qué sentido tiene escribir un relato sobre Asja Lacis. Existen otras mujeres más interesantes que pueden servir de tema para un relato (...) Habría que escribir una biografía de la hija de Madame Bovary”, replica Renzi, escribe Piglia. Más allá o más acá de las razones que la ficción instaure y sin exagerar la queja por los pérfidos deícticos, Asja Lacis, figura de Octubre, fue una actriz y directora de teatro letona que compartió años de su vida con los apellidos que la ficción le signó y aunque tuvo su propio relato (sus memorias, El clavel rojo, fueron publicadas en 1984, cinco años después de su muerte) siempre espera la improvisación –furia de su estirpe escénica– de uno nuevo.

Su madre tejía y su padre tapizaba vagones cuando ella descubrió el teatro de la convención consciente de Meyerhold. La revolución de Octubre la convirtió en soldado de las tablas, fundó un teatro infantil proletario donde fue la imaginación de los niños la letra que el cuerpo eligió jugar. Después extendió su teatro de la improvisación a los obreros –ahora actores– y los llevó a la plaza para que mostraran escenas de su cotidiana labor, no fueron pocas las detenciones policiales que interrumpieron las funciones y la obligaron a salir de Letonia. Se fue a Berlín con su hija Dagmara y allí conoció a un amor nuevo, el dramaturgo austríaco Bernhard Reich, y a Brecht en Munich, pero debió abandonar Alemania –viajó a Capri con Reich– buscando un clima amable capaz de curar los pulmones enfermos de Dagmara. Es entonces, en aquel verano de 1924, cuando Benjamin entra a escena. La historia cuenta que Asja estaba con su niña intentando comprar almendras pero que ni ella sabía nombrarlas en italiano ni el vendedor podía entender qué era lo que la mujer quería; la voz de un hombre con oscuro pelo grueso, anteojos y manos torpes rompió el obstáculo de las palabras e hizo posible que la fruta seca dejara de ser un deseo prohibido. El traductor del mercado no era otro que Benjamin. La belleza de Asja, sus piernas largas o la perturbación lingüística (quizá las tres razones juntas) unieron para siempre a los desconocidos, que al día siguiente compartieron spaguetti en la cocina de la letona. La revolucionaria rusa irrumpió en El origen del drama barroco alemán que el berlinés estaba escribiendo. “Aquí han ocurrido muchas cosas (...), no lo mejor para mi trabajo, que corre el riesgo de ser interrumpido, tal vez no lo mejor para ese ritmo burgués tan indispensable para toda obra, pero con seguridad lo mejor para una liberación de vitalidad y para una percepción intensificada de la actualidad de un comunismo radical. He conocido a una revolucionaria rusa” (carta de Benjamin a su amigo Scholem, que no tardó en despreciarla, no fue el único). Cuando Asja fue designada directora del Departamento de Cine de la Sección Comercial de la Embajada Soviética en Berlín, Benjamin y Brecht –como la ficción afianza– se conocieron. La pasión amorosa entre la revolucionaria rusa y el escritor no fue menos lenta que el tiempo transcurrido entre las almendras y los spaguetti. Viajes y lazos de amor comprometidos con otros en días de deshielo escribieron –interrumpieron– el ritmo del romance que se conoció en detalle cuando en 1980 (Asja murió en 1979) los editores de W. B. publicaron Diario de Moscú. Pero hay más Asja –que protagonizó La dama de las camelias dirigida por Reich y fue asistente de dirección en la versión cinematográfica de La rebelión de los pescadores de Santa Bárbara, escrita por Anna Seghers– que la luz que ilumina su romance erudito. Detenida por la KGB y deportada a Kazajistán volvió al Partido Comunista en los años cincuenta, pero esta parte de la historia es la ilusión de otro relato.

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