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Viernes, 13 de febrero de 2015

SAN VALENTÍN

Tratame suavemente (o no)

Las zonas erógenas se popularizaron como botones a los que recurrir para generar y obtener placer. Algunxs se lo toman al pie de la letra, por eso en Las12 queremos aportar humildemente al festejo desmedido por estas pampas del Día de lxs Enamoradxs proponiendo un mapa del cuerpo femenino caótico y desenfrenado. Porque nada más aburrido que pedir caricias y que la mano amiga no salga de un perímetro de dos centímetros o que una pida masajes y le den un flojo apretón cervical.

 Por Flor Monfort

“Las zonas erógenas no existen” es la conclusión de esta servidora en plan de recopilar información sobre las partes e intensidades del placer corporal que tiene, en la sexología de manual, su correlato en el capítulo “zonas erógenas”. Estamos de acuerdo en que el clítoris es el gran mago de la pura sensación, pero ¿quién fuera capaz de trazar las rutas de sus nervaduras con precisión matemática? Varía según cada cuerpo, cada cabeza, cada corazón, por eso al orgasmo femenino se puede llegar cruzando las piernas, pellizcando los cachetes del culo o amarrando fuerte la cintura, una y otra vez. O al menos, ésos son caminos a explorar mucho más floridos que los que se ven en las novelas. “Aceptémoslo: no hay nada más antierótico que hablar de ‘zonas erógenas’ –dice Javiera Pérez Salerno, lic en letras y guionista–, un sintagma casi médico que es imposible nombrar en pareja sin cortar cualquier clima. Un tema que naturalizamos en forma de lista, memorizando diez simples puntos, como si de acupuntura se tratase, o en correctas aplicaciones, como el ‘paso a paso’ de un programa de cocina. Pero, a la hora de los bifes, es bueno y tranquilizador saber que esas recomendaciones duermen en el revistero del baño. Es que si hay un tema que le escapa al punteo, en la era de los ‘tips’, es justamente éste: qué nos calienta, qué nos excita, qué nos provoca más. Eso que funcionó muy bien una vez puede no funcionar ahora. Eso que les calienta a todos, puede no gustarme tanto. Y está bien que así sea. ¿Quién puede asegurar, sin enrojecer, que la sorpresa es más agradable que la rutina? El sexo es una actividad cruzada por múltiples vectores personales y sociales. Pero entre lamidas en la ingle, pezones o dedos del pie, hay un conector inevitable y es la mente, el punto G que todos compartimos y que, una vez entrado en calor, maneja manos y lenguas sin recordar ni siquiera uno de los famosos tips. Es la unicidad haciéndole el amor a lo fragmentario. Si la dejamos crecer a su antojo, el sexo siempre puede ser nuevo, siempre puede ser mejor, siempre puede ser feliz. Que no es poca cosa.”

El dedo en el clítoris como timbre al que hay que apalear, agarradas de culo y tetas como si fueran almohadas a las que acomodar para ver la tele y tiradas de pelo como si fuésemos yeguas al galope. Algo así vivimos alguna vez todas las mujeres en la adolescencia: porque siempre se empieza por algo y el imaginario dibuja esa agonía de lenguas sacudiéndose con la rigidez de un palo y rascadas de espalda que parecen rastrillajes por la arena en busca de un anillo perdido. Por suerte, la entrada en calor en el goce de los cuerpos provee experiencia y autoconocimiento. La carne que se junta entre las piernas, el ombligo, los dedos de los pies y la comisura del ojo pueden ser áreas de irresistible placer, y cómo negarse a un masaje de oreja si no sólo estimula el delirio sino que mejora el funcionamiento del organismo entero, según los sabios chinos. “En épocas de malaria, si me tocás un codo, para mí ya es erógeno. De hecho, en un momento en el que no tenía nada de nada, me calentaba que mi kinesiólogo me tocara la rodilla. Iba, y ese momento, en que me la agarraba y se fijaba si tenía exceso de líquido sinovial o no, era lo mejor de mi semana. Intenté quebrarme la pelvis para ver si me tocaba más arriba, pero no lo logré. Pero en épocas de amores correspondidos (o por lo menos uno que te atiende un rato), la cosa es distinta. Ya no me alcanza con la rodilla... Ahora tocame un poco más... Y no vayas directo ahí abajo, ni intentes arrancarme las tetas como si fueran a rosca... si arrancás con unos besos en la nuca, sabé que me tenés entregada... bue, ya me tenías entregada de antes, pero si lo hacés bien, yo también le voy a poner más onda (y no hace falta, tampoco, que me indiques con tu mano en mi cabeza dónde ir, conozco el camino perfectamente)”, dice la humorista Malena Guinzburg, convencida de que la conquista empieza por la piel y el amor es esa construcción que se arma con el tiempo y los besos y no al revés. Por lo menos si del Día de San Valentín se habla.

¿Hay piel?

“Las yemas sobre el empeine, suave, como desplazando un polvo invisible que está sobre la superficie. Sí. Las manos con guantes de seda recorriendo las piernas, los muslos, las nalgas con firmeza. Sí. Acompañar el latigazo enérgico de la entrepierna con un recorrido con la palma de cola a cuello por la espalda. Sí. Sentir la respiración entrecortada desde el vientre hasta la pera. Sí. La lengua rozando apenas la oreja. La boca entreabierta casi besando los ojos. Las frases como “qué cosa”, “vení más acá”, “qué linda, preciosa”. Sí. La palmadita suave. Sí. La mirada sobre la boca. El pelo tirante hacia atrás tomado desde la nuca con decisión. La mordida leve en los hombros. Sí. Ya” es la receta para celebrar de la actriz y directora Maruja Bustamante, que desaconseja las metáforas y alienta los pedidos simples y claros: “me gusta ahí”, “más fuerte”, “con los dedos”, “sin tanta lengua” y arenga a armar períodos de tiempo en donde manden las caricias, con el cuerpo desnudo y solo deslizando los dedos suaves por la piel del/la otrx. La escritora Florencia Gutman asegura que hay zonas a las que se llega por azar, después de mucho tiempo, como se llega a la persona amada. “Hay lugares ocultos, tierra virgen, a los que el sol nunca llega, la piel permanece blanca, fosforescente, nadie roza en un saludo, ni en la calle, ni en la oficina. Parte del cuerpo ha permanecido en silencio todos estos años, hasta que el calor del amado (¿a qué demonio se le ocurrió separar el amor del sexo, si el amor es sexo?) roza las caras ocultas de nuestros muslos y brazos. Entonces, nos dormimos o despertamos con el sexo agitado de nuestra piel. Otro territorio”, y en ese campo de batalla donde el fin justifica los medios es que la autosatisfacción vale su apartado, siendo que una misma se conoce mejor que nadie. Aparecen los exotismos, esa rara forma de tocarse usando el bidet, una fruta de estación que vale un frotamiento o la película de la infancia que inspira una vez más a agitarse hasta el final. Tocarse mirando a Prince, chapar con la pared, rascarse el monte de Venus con la frazada pinchuda o pincharse a propósito con la punta de algún mueble. Vale esconder las rutinas propias y animar las nuevas de la mano del acompañante de turno.

“Nadie lo discute, los pezones tienen vida propia, se yerguen, se transforman, ansiosos, hambrientos, misteriosamente conectados con la región del abajo, del adentro, ah..., con el clítoris, ese rey enano al que le sobra estatura, que se las sabe todas, que escamotea o prodiga, que muta y regala dureza y dimensión, sincronía maravillosa... No, nadie que haya amado a una mujer lo haría, nadie que sepa algo de profundidades y humedades, de jugos vitales y ritmos desvariados, del arte de insinuar, ofrecer y volverse avaro, de énfasis y éxtasis, nadie. Pero ahí no acaba porque recién empieza, está la otra vía al colapso de la palabra, de la resistencia, oculta en la curva final de las orejas, que también está ahí el regalo del aliento sonando, húmedo, insolente, invadiendo, explorando, la lengua encrespando la piel, convirtiendo las piernas en serpientes que abrazan y toman y poseen... No olvidemos que cada mujer, toda ella, es una única, infinita zona erógena que cuando vira hembra, delicado animal ávido de amor, con un cuerpo que termina pero también empieza en la piel, límite y umbral, dueña de una boca que besa, muerde, lame, se posa, es”, dice la escritora Alicia Plante y planta bandera en el cuerpo femenino que se abre al enrojecimiento, sin fórmulas mágicas. Porque “un oído es un oído es un oído hasta que, en contacto con las palabras justas, se convierte en un principio de incendio. Algo entre la química y la magia está involucrado en ese pasaje, un procedimiento donde postular los axiomas correctos y realizar las tomas precisas puede dar resultados... o no”, concluye Salerno.

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