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Viernes, 6 de marzo de 2015

COSAS VEREDES

La nana sigue gatillando

Una retrospectiva del Guggenheim de Bilbao propone festejar vida y obra de Niki de Saint Phalle, la escultora y pintora feminista que disparó (colores) con gran puntería.

 Por Guadalupe Treibel

“Muy temprano decidí convertirme en heroína. ¿Quién iba a ser? ¿George Sand? ¿Juana de Arco? ¿Napoleón en enaguas?” Pues no, no hizo falta. Armada de pincel y un rifle calibre 22, alcanzó con que fuera ella misma: Niki de Saint Phalle (1930-2002), radical hacedora de “historias sombrías envueltas en abrigos arcoiris”, a cantar de la historiadora del arte Catherine Francblin. Historiadora que, a su vez, canta loas a la vasta retrospectiva que el museo Guggenheim de Bilbao le dedica a dicha artista francoamericana. “Con esta exposición, Niki regresa a la gloria”, augura respecto de la muestra que acaba de hacer base en la ciudad vasca tras una exitosa temporada en el Gran Palais de París y que exhibe más de 200 piezas y documentos de archivo, muchos de ellos inéditos. ¿La intención? Reflejar las diferentes facetas de esta pintora, escultora, grabadora, performer y realizadora de cine experimental, y, en forma cronológica, sumergir a la afortunada audiencia en los que fueran sus tópicos recurrentes: el poder de lo femenino y el ataque a las convenciones sociales. Sin dejar de mencionar sus abordajes sobre discriminación, segregación racial, multiculturalismo o, incluso, prevención del sida (en el ’87, por ejemplo, ilustró el libro AIDS: You Can’t Catch it Holding Hands).

“Durante décadas, Niki de Saint Phalle fue una artista popular, pero no necesariamente respetada, a la que se atribuyó una obra naïf, anecdótica y poco influyente. Esa lectura ornamental de su obra terminó eclipsando su verdadera intención. En realidad, fue una artista plenamente política y guiada por un feminismo avanzado a su tiempo”, advierte el periodista cultural Alex Vicente, del diario El País, en clara referencia a las icónicas Nanas, serie escultórica de multicromáticas y exuberantes mujeres, algunas de hasta 5 metros de altura, con pechos generosos y, en muchas ocasiones, piel negra. ¿Una de las más recordadas? Hon (Ella, en sueco), gigante dama reclinada que, instalada en la entrada del Moderna Museet de Estocolmo, en 1966, recibía con las gambas abiertas. La vagina, una puerta; para que el público ingresase a ver obra, valga la aclaración. “Nunca coincidí con quienes interpretan a las Nanas como una celebración alegre y sencilla de la figura femenina. Para mí, se trata de un ejército de mujeres que vienen a tomar el mundo, haciendo alarde de su sexo en cuanta posición les sea posible. Muchos olvidan que, por aquel entonces, esos colores eran de muy mal gusto, que el pop todavía no había conquistado el mundo. Las Nanas eran poderosas; eran ellas mismas”, aporta Bloum Cardenas, nieta de Saint Phalle. Y luego: “Durante añares, mi abuela fue pionera avante-garde, pero nadie ha querido verla de tal modo”.

Manifestación, entonces, de un nuevo y posible orden de mundo, las elocuentes piezas (damas dominantes, liberadas de los estereotipos de la moda y de las imposiciones sociales, dueñas de una feminidad alegre y sin limitaciones) se conectan íntima y lógicamente con ciertos dichos de la propia artista. A saber: “El comunismo y el capitalismo han fracasado. Creo que ha llegado el momento de una nueva sociedad matriarcal. ¿Acaso la gente seguiría muriendo de hambre si las mujeres intervinieran? No puedo evitar pensar que las mujeres que dan a luz, que tienen la función de dar vida, podrían construir un mundo en el que yo viviría feliz”. O también: “Para mí, mi escultura representa el mundo de la mujer amplificado, las aspiraciones de grandeza de las mujeres, su papel en el mundo actual, el poder de las mujeres”.

Claro que no son las únicas criaturas dignas de alabanza: también está La Mariée, aquella novia triste que, bajo el velo, esconde un grito desesperado en forma de partes de muñecas, ramos de flores artificiales y otros objetos chatarra, echando por tierra la visión pura y romántica del matrimonio. Y qué decir del universo imaginado tras las pestañas de la diosa guerrera que duerme, en El sueño de Diana. O las siniestras Madres Devoradoras, que toman té antes de embucharse a sus propios hijos y que Niki explicó con un sucinto “Mi madre me devoró a mí; yo haré lo mismo con mis hijos”. O, para el caso, El Jardín del Tarot, monumental parque de Toscana donde, durante década y media y sin asistencia financiera, la artista fabricó su propia visión de los arcanos, viviendo ella misma dentro de una de las figuras (cuenta la leyenda que trabajaba en su vientre y dormía en el pecho izquierdo).

Y luego están, sí, sí, las memorables Shooting Paintings. Para su realización, Saint Phalle elegía objetos, los llenaba con bolsas de pintura fresca, los sujetaba en un lienzo, los cubría de yeso y, pum, les disparaba. Literalmente. A partir del tiro y la explosión, voilà obra abstracta, pintura sangrante. En una ocasión, un periodista francés le increpó que su trabajo no tenía nada de femenino. “Claro que sí. Es femenino porque yo soy mujer”, respondió Niki. Y él: “Quiero decir que es muy agresivo...”. Y ella: “Veo que tengo delante a un antifeminista. ¿Preferiría usted que pintara ramos de flores?”.

Entonces, desde los iniciáticos ensambles fabricados con adminículos domésticos hasta aquel jardín tan influenciado por el Parc Güell de Gaudí, todo contempla la muestra del Guggenheim. Incluso la porción biográfica, que –en un intento de síntesis– podría resumirse del siguiente modo: que nació en una familia acomodada de banqueros. Que fue modelo, chica de tapa; luego, artista autodidacta. Que a los 11 años fue violada por su padre, al que luego asesinó simbólicamente en su film experimental Daddy a principios de los ’70. Que era esquizofrénica y padeció terapia de electroshock. Que sus obras la ayudaron a “domesticar los dragones interiores”. Que estuvo casada dos veces (con el escritor Harry Matthews, a quien cedió la custodia de sus dos hijos para dedicarse de lleno al arte, y con el artista Jean Tinguely). Que murió a causa de un enfisema pulmonar. Que –acaso lo más importante– frente a la violencia de la vida, respondió con color. Sin dar tregua, con excelente puntería.

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