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Viernes, 6 de marzo de 2015

MúSICA

A la luz de la ardiente calavera

En precioso formato disco-libro, la cantautora María Pien vuelve a las bateas con Malinalli, su segundo trabajo. Un inspirado manojo de temas que renuevan mitología personal y, por qué no, azteca.

 Por Guadalupe Treibel

”Me emocionan las personas que se toman el rato necesario para escuchar lo que pide tiempo”, confía la cantante y compositora María Pien. O señorita Parsimonia, cariñoso mote que recibiera de pequeña esta joven artista que no resigna pausa. “El ruido de la ciudad me va dictando las letras,/se me ensanchó el corazón de primavera porteña”, saluda en los primeros segundos de “Sol de septiembre”, canción que inaugura su más reciente pieza, Malinalli, el precioso compendio de 10 tracks que vio la luz (digital) el año pasado. Y que, luego, a fines de 2014 y gracias a una exitosa campaña crowdfunding vía Panal de Ideas, se volvió disco-libro.

En cuidada edición especial, dicho sea de paso, con (literal) moñito e inspiradas ilustraciones de Cynthia Alonso y Eugenia Mello, quienes pusieran estampa a las evocaciones sonoras de Pien. María, que además de notas incluye madera y mano, jardines, huesos, palabras tácitas, valkirias y brujas, un ave-hombre y señoras muerte, señoras vida. Oh, y un sapo que se menea y rebota, no vaya a ser cosa. En fin, el sucesor de La Vuelta Manzana (2012) no se priva de nada (los arreglos minimalistas, la voz envidiable). Ni siquiera de versionar “Lunes por la madrugada”, de Los Abuelos de la Nada, o de poner melodía a poesías de Prévert. O al Martín Fierro.

Entonces, la otrora estudiante de profesorado de Francés, parte del colectivo independiente Elefante en la Habitación y feliz damita (“lo digo así, sin inflexiones elípticas”) conversa con Las12 para convidar los secretos de su flamante Malinalli.

En tu nuevo disco, temas como “El sapo” o “El muerto en la heladera” indagan sobre la muerte en forma lúdica, desprejuiciada, alegre incluso. En ese sentido, no pareciera ser casual que el nombre del disco provenga de cierta mitología mexicana...

A veces pienso que las canciones de Malinalli son un mensaje de mi yo futuro para mi yo presente. Porque recién después de componerlas me cayó la ficha de su significado, como si no hubiese transitado un estado ciento por ciento consciente al momento de escribirlas. Pero sí, la muerte está presente, quizá vinculada al final o cierre de etapas. Entendida, además, como aquello que cae y luego renace en otra forma. Aun cuando es uno de los tópicos más antiguos de la historia, personalmente me pegó la posibilidad de convivir con la regeneración y con la putrefacción (acaso la parte que nadie tolera, aunque sea un momento más en cualquier proceso artístico y no artístico). Igual, aclaro: ¡no es un disco bajonero! (risas). Por lo demás, pienso que la manera de acercarme al tema estuvo influenciada por los libros que leí en aquel momento, como el hermosísimo Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estés. También por la muerte de Luis Alberto Spinetta, a quien dedico el álbum, alguien que como menciono en el disco nos dejó las instrucciones para plantar, crear, crecer, amar, luchar... Precisamente, el Flaco solía decir que los músicos éramos decoradores, figura que siempre consideré noble y que me ha acompañado, en tanto entiendo la canción como un servicio. Pienso mis temas como zapatitos rojos que yo, artesana, he fabricado.

El tono décontracté no es el más asociado a la instancia final de la vida, perseverante tabú de la sociedad occidental. Y aunque aclarás que no es un disco bajonero, sí has dicho que es oscuro, calificativo —por lo menos— discutible...

No, no es oscuro. Si a veces uso ese calificativo es para contrastar con La Vuelta Manzana, mi primer disco, y para contrarrestar el hecho de que el disco/libro venga con un bello moñito. Moñito por el que he recibido comentarios “chistosos” de tenor polémico, del tipo “Qué disco femenino y delicado”. No, delicado no: oscuro, heavy metal, que toca tabúes como la muerte, tópicos que la gente evade, que no son fáciles. A mí misma me cuestan, pero los sublimo a través de la canción. Los tomo como una masilla que miro desde muchos ángulos nuevos y luego amaso.

Dentro de la lógica cancionista, la herencia folk-canción y la búsqueda indie pop, los tracks se suceden entren preciosos arreglos, donde la voz y la guitarra están cuidadamente acompañadas por violines y shakers, flügelhorn, melódica y clarinete, entre otras bondades.

Con Lautaro Feldman, el productor, buscamos sacar antes que poner. Que la propia canción desde su mínima expresión, tal como fue compuesta fuera la columna vertebral, lo más importante. Entonces, la voz y la guitarra, adelante; acompañadas por lo justo y necesario. No quisimos hacer un cocoliche ni emular una banda. La intención simplemente era hacer una buena versión de cada tema, aportando otros timbres, otros instrumentos. Sin descuidar el eje.

En La Vuelta Manzana rendiste tributo al poeta beat Allen Ginsberg al musicalizar (parte de su poema) “An Eastern Ballad”. En Malinalli, le toca el turno a Jacques Prévert y su “Le Jardin”. ¿Qué te llevó a reciclar el recurso?

Tomo mucho de la poesía; desde chica me encanta leer. Es más, me animaría a decir que inicialmente la canción me interesó por los poemas. Desde entonces, jamás he podido separar la una del otro. Por otra parte, no concibo un tema que hable de la papa frita o el termo, a menos que sea desde, por ejemplo, el sinsentido. Porque, para mí, las palabras tienen peso. En especial cuando sos cantante y repetís las mismas letras decenas y decenas de veces y, en ese acto de repetición, se vuelven una suerte de mantra. En todo caso, que sea un mantra con contenido, con un significado enriquecedor. ¿Para qué aportar más pavadas a la mismísima pavada de la pavada misma? Igual, te cuento que ahora estoy incursionando en la música instrumental y en breve haré el soundtrack de Girl on Girl, film de mi amiga norteamericana Jodi Savitz. Un proyecto documental sobre lo que ella llama “femenine lesbians”, la estética butchfemme.

Volviendo a Prévert, se dice que él inventó el término “cadavre exquis” para el juego que pergeñaron sus amigos surrealistas. ¿Alguna vez has utilizado esta metodología para componer?

No precisamente, pero sí he compuesto colectivamente. El año pasado, en mi primer gira autogestionada por Colombia, me contacté con gente de la escena local como Andrés Gualdrón y los Animales Blancos, Las Añez, y María Mónica Gutiérrez, vocalista de Suricato, una auténtica bestia. Y en el marco del Intercambio Sur/Nor nos juntamos a experimentar en un encuentro de nueve horas (¡de corrido!), donde compusimos, ensayamos, grabamos y filmamos nuestra canción, “Ecuador”. Ya en Argentina, volvimos a repetir la experiencia.

En el tema “Malinalli”, los versos anotan: “Un ave-hombre se va volando,/como bailando al compás de Dios”. ¿Dirías que sos una persona religiosa?

Ay, me costó tanto incluir esa palabrita... Y, una vez escrita, después no la podía decir. A punto de que el productor tuviera que agregar la S, porque de tan suavecito que la cantaba no se escuchaba, lo cual me hizo pensar en el problema de ejercer aquellos términos que tienen tanta carga simbólica, que han sido tan usados y abusados. Lo mismo me ocurre con el Amor; fíjate, de hecho, que hay un tema llamado “Una palabra” que hace referencia tácitamente, porque decido no enunciarla. En fin, volviendo al caso de “Dios”, para mí representa la espiritualidad, quizás y aunque suene hippie a la naturaleza, esa esencia misteriosa que ha ocupado a los filósofos desde que el mundo es mundo. Hay un escritor que me gusta mucho, Tom Robbins, muy espiritual y antirreligioso, que indaga sobre lo místico, sobre lo chanta, sobre las diferentes formas de Dios. Porque, después de todo, se trata de una idea espiritual que nos conecta a todos y, quitándonos las vestiduras culturales, va a la esencialidad. No por nada “religión” significa reconectar, religar; lo triste es la manera en que se ha estructurado y manipulado institucionalmente. Es la famosa búsqueda de sentido del hombre; una búsqueda que me ocupa. Si todo es una ilusión, ¿a qué nos agarramos? En mi caso, al vínculo, a comunicar. Porque hay algo en la comunicación que es sagrado. Y si hay que decir sagrado, digamos sagrado. Y si hay que decir místico, digamos místico. Y si hay que decir Dios o Diosa—, digamos Dios. O Diosa.

En el disco explicás que Malinalli es el doceavo signo de la veintena, cuya representación gráfica es una hierba que brota de los restos de un cráneo, de los huesos de una mandíbula inferior. Contás además que vos naciste un día Malinalli, el 24 de enero de 1986. Empero, la palabra tiene otra acepción...

—¡La Malinche!

Exacto, Malinalli, o La Malinche, fue una mujer nahua que asistió y fue amante de Hernán Cortés durante la conquista española del imperio azteca.

Sí, un personaje tristemente polémico de la historia por haber ejercido de traductora de Cortés y ayudar, según los relatos, a que entrara a México. Se la ha puesto en un lugar muy duro, el de puta traicionera, sin contemplar su realidad de esclava, su contexto. Por otra parte, con documentación tan limitada, ¿qué juicio de valor se puede emitir? Si tuviéramos el diario íntimo de La Malinche, vaya y pase, pero ni siquiera. ¡Andá a saber qué sentía su corazón, qué pasaba por su interior! Hay suficiente información para darle, al menos, un margen de duda, pero durante décadas y décadas los hombres escribieron libros y libros dándole el mote de traidora. Pobre Malinche...

María, ¿por qué decidiste tomar el apellido de tu mamá —Sandra Pien, periodista, poeta y escritora— para tu bautismo artístico?

Respondo a esa pregunta con otra pregunta: si tu nombre fuera María Eugenia Rodríguez Muñoz y pudieras llamarte María Pien, ¿qué elegirías? María Pien era el personaje que me inventé de chica y que adopté para mi vida de grande. Y aunque de niña no tenía una descripción completa, sí hacía música. De modo que hoy tengo la tranquilidad de saber que me dedico a lo que siempre me apasionó: las palabras y los sonidos. En ese sentido, no hay lugar posible para la queja, aunque el camino no sea especialmente fácil y no haya ninguna senda preconfigurada. Sin animosidad de crítica exagerada, vivimos en un mundo donde la preconfiguración coopta a muchas personas ya desde la escuela que, tal y como está organizada, les inculca a las pequeñas cabecitas que hay que insertarse en el sistema y ser miembros “útiles” de la sociedad. Por fortuna, yo tuve un ambiente fértil para manifestarme libremente en mi casa; también en mi colegio.

El año pasado participaste del proyecto Se trata de Nosotras, disco que reunió temas de Liliana Herrero, Ana Prada, Miss Bolivia, Señorita Carolina y Las Taradas, entre otras, para denunciar la trata de personas. Tu tema “Habeas Corpus” está dedicado a Raquel Liberman, víctima de la red de trata judía Zwi Migdal, primera en denunciar a dicha organización.

Sí, una historia terrible. Al ser convocada por el Comité Ejecutivo para la Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y decidir escribir sobre Raquel, me puse a pensar cómo sería la situación física de ese cuerpo tan sin lugar. Y decidí intentar hablar desde su voz, como si fuera ella. Ponerme en su piel desde el dolor físico, desde la autopreservación, desde el sentimiento de quien es tratado como propiedad, menos que una mercancía.

Otro tema fundamental sobre el que te has pronunciado públicamente es la legalización del aborto...

Sí. La legalización del aborto es una deuda del Estado para con las mujeres; ojalá que eventualmente se salde, por todas las muertes que ha habido y sigue habiendo. Estamos en un momento en el que no tiene sentido la restricción del derecho. Y si bien intento hacer el ejercicio de comprender a quienes piensan diferente, me indigna que necesiten imponer su punto de vista al resto del mundo. En todo caso, aplicalo para vos y tus hijos (y tus hijos ya verán cuánto te putean), pero respetá el derecho de una mujer a interrumpir un embarazo sin tener que morirse en situaciones de mierda, con las agujas de tejer clavadas en el útero. ¿Eso no les resulta “moralmente cuestionable”? ¿Que tantas muchachas mueran por falta de recursos para pagar un aborto no les despierta ninguna fibra moral?

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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