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Viernes, 27 de marzo de 2015

PERFILES > SOFíA FERRER

El huracán de valentía

 Por Luciana Peker

Sofía Ferrer vivía a tres casas de la de su papá, Carlos Ferrer, en Chacras de Coria, Mendoza. Pero no los separaba media cuadra sino la enorme distancia del desprecio. De chica, se sentaba a comer asado y los chistes en los que ser puto era sinónimo de cucaracha la incomodaban, mucho antes de que supiera que le gustaban las mujeres.

A los 16 su papá se enteró de que estaba con una chica. La quiso obligar a dejarla. Ella se negó a la orden y la extorsión. “Fue una situación desagradable y violenta”, rememora Sofía, sin olvido y con miedo, todavía, a la discriminación por soledad. Los domingos sus hermanos iban a comer con él y ella se quedaba sola. “Para el orto”, tajea.

Cinco años después, en enero, un día llegó de cocinar, cansada, con las manos peladas de cortar y picar en la cocina del Sheraton y su casa estaba de un duelo cotidiano por el conocido, pero intragable, abandono paterno. Su voz, aun desde lejos, se resquebraja todavía, cuando recuerda las palabras de su última pelea. Ella fue con el rostro precioso desfigurado por el rojo enardecido de la impotencia a decirle que dejara de lastimarlos a ella, a su mamá (jefa de hogar, maestra) y a sus hermanos y él le contestó que estaba enferma, que no pise más su casa y que prefería morirse solo que al lado de ella. Las pisadas fueron para otro lado.

Sofía se fue a vivir a Tunuyán para trabajar en el restaurante Siete Fuegos, de Francis Mallman, y buscar refugio en la montaña. Quiere ahorrar y viajar. Quiere cocinar, tener tiempo y plata para aprender canto, guitarra y piano y, por sobre todas las cosas, ser cantante. La voz se le escucha amalgamada por las emociones, sin discursos de memoria ni letras impostadas. Sin esconder la llaga ni buscar las mejores consonancias, sin apagar la tristeza ni dejar de encender la auténtica daga de quien quita hasta el cobijo en el infierno del duelo.

La distancia no la alejó del eco de las noticias a las que, igual que las heridas profundas, no se las lleva el viento. Carlos Ferrer estaba en campaña para gobernador de Mendoza por la lista de Adolfo Rodríguez Saá. Pero la fanfarria electoral no duró mucho. El huracán de valentía de Sofía tomó carrera y denunció en su Facebook la discriminación, lesbofobia y violencia a las que la sometió su padre. “Yo no voy a dejar que eso pase, ya que él es homofóbico a más no poder, corrupto como nadie, violento y golpeador”, publicó ella.

Ferrer no estaba al tanto de que la intimidad es política y que el derecho a la identidad, a la igualdad y la condena a la discriminación y a la violencia de género ya son derechos adquiridos. “Es una cuestión personal, una cuestión totalmente íntima”, se escudó el delfín del justicialismo rancio, que vota en el Congreso Nacional políticas conservadoras y esconde en hoteles ruteros el juego de la doble moral con privilegios. “Las relaciones privadas son ajenas a la actividad pública, profesional y política. Si yo tengo una diferencia con una de mis hijas, de los seis que tengo, sigue siendo una cuestión puramente privada”, atajó Ferrer, acostumbrado a barrer el polvo debajo de la alfombra, a gritar todo lo que se quiere en tierra propia y a expulsar la diferencia.

La furia de Sofía mostró, esta vez, que ya la vida privada no es un cristal que puede contener el mal trago de su infancia desprotegida y su juventud repudiada. Ferrer renunció a su candidatura. Pero su hija no paladea, necesariamente, la victoria. “Tengo miedo”, le dice a Las 12, a la distancia.

En febrero, la mayoría de edad le dio la bienvenida a los primeros 21 años. Tiene todo el tiempo del mundo y el mundo por conocer. Y a su favor, que disfruta de la paciencia de la espera. Su receta favorita es el cordero siete horas y media porque, como su nombre lo indica, se cocina todo ese tiempo en un fondo de vino tinto y se lo sirve con puré. Desde la montaña, extraña entrenarse todos los días en hockey en Los Tordos Rugby Club. Y, a su favor también, la conciencia de equipo: “Estoy pensando en hacer una denuncia. Quiero que la deje tranquila a mi mamá, que es un ángel y siempre estuvo orgullosa de mí y quiero que sea feliz; y por mis hermanos, que no pueden llegar a fin de mes”.

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