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Jueves, 2 de abril de 2015

COSAS VEREDES

Con alas

Una alemana de 19 años comenzó un involuntario movimiento global donde lemas feministas son anotados en toallitas menstruales. Y las toallitas, pegadas en espacios públicos, a modo de concientización.

 Por Guadalupe Treibel

Elöne Kastrati (19), una joven estudiante germana, es prueba fehaciente de que, en ocasiones, las pequeñas revoluciones pueden armarse de buenas consignas, intervenciones artísticas y... toallitas sanitarias. Muchas, muchas toallitas sanitarias. Y las redes sociales al pie del cañón, viralizando la digna labor de una mocita que –de marzo a la fecha– levanta olas. Olas que rompen precisamente sobre el sexismo, a observar de cientos de miles de personas atentas a cada nueva acción que esta residente de Karlsruhe, Alemania, lleva adelante del siguiente modo: inundando su ciudad con mensajes feministas del tipo “Los violadores violan mujeres, no su manera de vestir”, “Mi nombre no es ‘bebé”, “Te verías más guapa si... NO”, “Mi coño, mi elección” o –el más resonante– “Imaginá qué pasaría si los varones encontrasen la violación tan repugnante como la menstruación”. Lemas sin volteretas, claros, que –hete aquí la cuestión– Elöne escribe sobre toallitas femeninas, pegándolas luego en cuanto espacio público encuentra a su paso.

Y tan buena acogida ha tenido la fórmula (toallita + lema) que mensajes de aliento han comenzado a llegar desde Brasil, Chile, Suecia o incluso Estados Unidos, con gente de distintos puntos cardinales expresando su intención de replicar el tipo de intervención. Solicitando además el visto bueno de Elöne para imitar la controvertida modalidad de pasar conciencia igualitaria y ampliar –por otra parte– el fenómeno en que se ha convertido este movimiento, unificado bajo el hashtag #PadsAgainstSexism. (Sin más, un grupo de estudiantes hombres y mujeres de la Jamia Milia Islamia University, en Nueva Delhi, ha pegado decenas de toallitas, con frases que rezan: “La sangre menstrual no es impura; tus pensamientos lo son”, “Las calles de Delhi también pertenecen a las mujeres” o “El período es natural; la violación no”). Empero, ¿por qué el mote de controvertido? Pues, porque –harto conocido– cualquier uso que remita voluntaria o involuntariamente a la menstruación despierta el ¡oh, horror! de miles...

Sin ir más lejos, y a modo de significativo paréntesis, la artista paquistaní Rupi Kaur fue noticia los últimos días tras ser censurada su serie fotográfica Period vía Instagram, siendo eliminadas sus imágenes sobre el cotidiano de una mujer durante su período, donde –precisamente– intentaba mostrar dicho proceso natural. “La censura evidencia quién está sentado detrás del escritorio. Quién controla el show”, anotó la muchacha; y luego: “No me disculparé por no alimentar el ego y el orgullo de una sociedad misógina que quiere ver mi cuerpo en ropa interior, pero se incomoda por una pequeña mancha”. Y luego (bis): “Las categorías de violación y de pornografía están bien. La cosificación y la sexualización están bien. Las personas masturbándose viendo mujeres desnudas cuando son menores de edad. El bondage. La tortura. La humillación. El abuso está bien, pero esto les incomoda”. Vale mencionar que la censura generó semejante batahola que Instagram se vio obligado a restaurar las mentadas fotos, disfrazando el gesto original como “un error”, distanciándose del argumento inicial que hablaba de “violación de las reglas de la comunidad”. Rupi contenta; todas chochas. Fin del paréntesis, cambio y fuera.

Entonces, en resumidas cuentas, que la menstruación y –por extensión– toallitas y tampones permanezcan a la zona de lo indecible, irreproducible, no es novedad (alcanza con estirar el cogote y ver las publicidades locales, prontas a disfrazar la sangre rojísima de elegante azul, amén de no perturbar a las audiencias). De allí que, volviendo a las intervenciones de la alemanita Elöne, la provocativa presentación no haya pasado inadvertida. Reemplazando la pintura graffitera por el amable algodón, no faltaron ni los enojosos trolls que pronto expresaran sus voces de desaliento: “Sos una puta” o “Ojalá te violen hasta matarte”. Lo típico. Pero, en las palabras de la sabia Taylor Swift, haters gonna hate, hate, hate, hate...; de modo que la chica Kastrati hizo (hace) caso omiso. “No tomo los insultos personalmente; en todo caso, siento pena por quienes los propinan. Son el ejemplo exacto de lo que no necesita el mundo”, explica quien, colmo de la coherencia, dona toallitas y tampones a albergues de mujeres en situación de calle.

Y cuando la critican por quejarse de llena al son de “¡Es del Primer Mundo! ¿De qué se queja?”, la chica responde con estadísticas: que las alemanas ganan un 21 por ciento menos que sus colegas masculinos. Y cuando le endilgan el mote de “Odiahombres”, ella habla de unir y conquistar, de sumar esfuerzos sin que importe el sexo. Y cuando la interrogan sobre el tabú alrededor de su material de trabajo, asegura: “Claro que genera shock. Después de todo, si una toallita fuera algo normal en el 2015, mi laburo no se hubiese conocido mundialmente; nadie hablaría de él”. En esa línea –la de la controversia–, el sitio Dazed enumera otras comuniones artístico-menstruales; como la ocasión en que Tracy Emin expuso un tarro lleno de tampones usados, ubicados al ladito de una prueba de embarazo, y tituló a la pieza The History of Painting Part 1; o cuando la chilena Carina Ubeda recolectó su sangre para la muestra Paños, en 2013. En fin, suma de esfuerzos, voluntades que (nos) absorben.

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