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Viernes, 22 de mayo de 2015

COSAS VEREDES

Canto rodado de libertad

Una fotógrafa británica capturó la peculiar realidad de las niñas afganas que han encontrado en el skate algo más que un deporte: su modo de escape, libertad y empoderamiento.

 Por Guadalupe Treibel

Independientemente de cuán bien ellas hagan un nollie, un ollie, un flip, 50-50, pop shove-it o boardslide, los trucos no restan a la ecuación. Al igual que ni la velocidad, ni la variedad de pruebas, ni la calidad de los giros, ni la fluidez con que se suben a la tabla le quitan importancia al hecho de que, en efecto, pueden subirse a una tabla. “Intrigantemente, el skateboarding es el deporte número uno para las mujeres en Afganistán, en parte porque les está prohibido andar en bicicleta”, advierte el sitio Konbini sobre la peculiaridad. Y tiene sus causas para extrañarse. Después de todo, en dicho lugar, señoras y señoritas no pueden –en efecto– montarse a la bici, volar comentas, jugar al voley, practicar fútbol. También allí, a fines de marzo una turba apaleó públicamente –hasta la muerte– a una mujer por presuntamente haber quemado una copia del Corán. La violencia de género es sistémica y endémica, el burka obligatorio y ninguna señorita tiene estatus de persona independiente. Una extensa mayoría femenina no sabe leer ni escribir, es obligada a casarse con varones (que, en ocasiones, cuadriplican su edad), son violadas en el seno de sus hogares... Y luego, pobreza, desnutrición, alta mortalidad infantil, entre otros hechos que aportan al encuadramiento. Según anota el sitio Vice, “Unicef lo considera uno de los peores países del mundo para nacer mujer. De los cuatro millones de menores no escolarizados, por ejemplo, el 60 por ciento son niñas”. Entonces, va de nuevo: que, en ese contexto, un grupo de chicas y niñas hagan skate, hace reconsiderar el concepto de rolar, y lo acerca bastante a la idea de estar volando.

Ojo, las muchachas no lo hacen en cualquier espacio. La iniciativa de darles ruedas es de la multipremiada organización Skateistan, creada por el skater australiano Oliver Percovich en 2007, que desde entonces –además de enseñar acerca de giros locos y rulemanes– ofrece talleres de arte, lectura, computación, salud, medio ambiente, matemáticas, estudios coránicos; todo el conjunto. Apostando, por otra parte, al entendimiento entre etnias; a decir de su fundador: “Justamos a chicxs ricxs y pobres, a tayikos, uzkebos, azaríes y pastunes, y creamos la base para construir comprensión mutual. Sin confianza, ninguna sociedad avanza en seguridad, salud, educación. Por lo demás, en tanto el skateboarding es un deporte nuevo en Afganistán, se acepta que lo practiquen las mujeres. Y si las mujeres practican deporte, se abre el camino para una mayor participación femenina en la sociedad civil”. Pues, de los cientos de chicuelxs que continúan sumándose a la propuesta, el 45 por ciento está compuesto por ávidas muchachas, gesto simplemente emocionante. ¿Otro? Que son otras mujeres las que imparten las movidas clases. Según la miembro fundadora Sharna Nolan, otrora manager de la sede de Kabul (actualmente Skateistan posee otras en Mazar-e-Sharif, Camboya y Sudáfrica): “No hay nada como ver a una mujer afgana deslizándose por una pendiente sobre su tabla por primera vez. Está logrando algo que nunca pensó conseguir”.

Y si el asunto adquiere renovados aires en la actualidad es gracias a una viralizada serie de imágenes, recientemente exhibidas en la prestigiosa galería Saatchi, en Londres. Bajo el nombre Skate Girls of Kabul, la exposición reúne los cándidos retratos de las tantísimas jovencitas que se suben a la patineta, acaso encarnando los valores que la organización promulga: creatividad, respecto, igualdad. Capturados por la fotógrafa británica Jessica Fulford-Dobson (1969), con base operativa en Londres, ya habían sido premiados con un segundo puesto en los galardones de elite Taylor Wessing Portrait Prize 2014. Con cascos rojos demasiado grandes o rodilleras rosas, en plena pirueta o mirando directamente a cámara, la luz natural brillando de lleno, el entusiasmo es tangible. También la admiración. Y el hecho de que, para las chicas, el deporte es mucho más que un juego; el skate, más que un juguete.

Sobre su experiencia, ofrece la artista: “En mis visitas a Kabul, conocí a tantas mujeres y niñas impresionantes: maestras tan duras y decididas como cualquier profesor varón; chicas en sus veinte que trabajaban voluntariamente en orfanatos, con pasión y disposición a luchar por sí mismas en vez de percibirse víctimas de las circunstancias; muchachitas formándose como líderes de sus comunidades, pensando cuidadosamente sobre su futuro y el de su país. Y, por supuesto, las niñas skaters, tan divertidas, aguerridas e inocentes. Me siento extremadamente afortunada de haber estado entre ellas. Y espero que esta colección capte algo de su espíritu: la alegría de vivir, sus formas de ser, el sentido de comunidad”. Pues, lo logra; al igual que su idea de “mostrar un entorno liberador” donde, por unas horas, “pueden alejarse de la guerra y de sus trabajos en las calles”. “Al igual que muchas otras chicas de todo el mundo, cuando se les da la oportunidad de hacer algo positivo, algo que les encanta, cada una comienza a descubrir su propia identidad y fuerza, su propio estilo distintivo y personalidad”, remata quien –en brevísimo– dará a la colección flamante formato: el de libro. Publicado por el sello editorial de UK Morland Tate Publishing –cuyo slogan se resume en “Arte con impacto”–, la intención es clara: “Mostrar cómo las pibas afganas ofrecen una nueva dimensión a la cultura del skateboarding”. Flor de viaje.

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