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Viernes, 16 de enero de 2004

INTERNACIONALES

El precio de la mano de obra

En su mayoría hijas de campesinos, las maquiladoras son esas mujeres que trabajan en fábricas de productos de marcas norteamericanas instaladas en países periféricos para pagar el trabajo con centavos. Marie France Labrecque es una investigadora canadiense que desde los 60 estudia este fenómeno en el norte de México para dar cuenta de los cambios culturales y económicos que produjo en la región.

 Por Sandra Chaher

Marie France Labrecque estuvo en Buenos Aires, el año pasado, invitada por el Centro de Encuentros Cultura y Mujer (Cecym) para participar del Foro Movimientos de Mujeres y otros Movimientos Sociales. Allí dio una conferencia sobre El Estado internacional, la globalización y el género, un tema abarcativo, abstracto y complejo; sin embargo, buena parte de las observaciones de Labrecque sobre la situación de las mujeres en este nuevo orden internacional provienen de sus investigaciones de un caso bien concreto: las mujeres mexicanas y la industria de las maquiladoras. Como antropóloga de la Universidad de Laval –en Quebec, Canadá– concentra parte de su tiempo en ver cómo se está reconvirtiendo la economía y la sociedad mexicana desde que en los años ‘60 empezaron a instalarse estas empresas.
Las maquiladoras existen también en otras partes del mundo: en cualquier país en el que la mano de obra sea barata y existan leyes favorables. Son empresas que usan nombres de fantasía para ensamblar bienes de consumo de marcas que de fantasía sólo tienen la ilusión que despiertan en el potencial consumidor. Nike, Reebok, Levis, Calvin Klein, por citar sólo a las de la industria textil, envían sus prendas ya cortadas para que hombres, pero sobre todo mujeres –muy jóvenes, muy pobres y con pocas herramientas para defenderse de los abusos patronales– les den los puntos finales.
“Empecé a estudiar a las maquiladoras hace varios años en el sudeste, en la península de Yucatán, cuando vi que había planes de desarrollo nacionales que incluían su instalación. Lo que me interesa es entender los cambios intergeneracionales: cómo se integran los jóvenes a ellas y cómo modifica esto el vínculo con los padres, que en general son campesinos.”
La investigación de Labrecque es como un laberinto donde cada pasadizo abre una nueva escena. Primero fue América latina, después los indígenas de la península de Yucatán, las maquiladoras y de allí era inevitable adentrarse en la problemática de la mujer, ya que constituyen el 52% de las empleadas de esta industria, y en el rubro textil llegan al 80%. “Se me hizo evidente el vínculo entre el capital transnacional y las mujeres, porque ellas cobran salarios menores que los hombres y, según los patrones, son más dóciles. Por eso son quienes están sosteniendo estas empresas en todo el mundo. En México constituyen el 32% de la fuerza empleada en el mercado laboral, pero en las maquilas esta cifra oscila entre el 50% y el 85%.” Según Labrecque, las condiciones de trabajo no son peores que en otras fábricas. “Sin embargo, hay ciertas irregularidades específicas: les hacen a las mujeres el test de embarazo antes de contratarlas y hay un permanente hostigamiento sexual de los supervisores, que en general son extranjeros que vienen de las casas matrices, pero estos casos son menos denunciados.” Y no hay cómo defenderse: los sindicatos autónomos están prohibidos “y los oficiales son ‘blancos’: colaboran con el patrón”.
En México hay fundamentalmente dos tipos de empresas maquiladoras: electrónicas y textiles. Si bien las primeras son la mayoría sobre untotal de 3400, las segundas son las que ocupan más mano de obra. Pero en cualquiera de los dos sectores los empleados no trabajan más allá de los 35 años. Empiezan muy jóvenes, casi adolescentes, y en las electrónicas a los 24 ya son desechados porque perdieron la destreza y capacidad visual. En la industria textil pueden durar diez años más como mucho. ¿Qué hacen después? Suelen pasar a otras industrias o, al menos, intentarlo. En el caso de las mujeres, Labrecque hizo algunas entrevistas informales en las que éstas manifestaban su deseo de independizarse como costureras: “Quieren ser su propio patrón, juntan plata para comprarse una máquina y abrir un taller de costura esperando que las empresas para la que trabajan las contraten en el futuro. No tienen en cuenta que los patrones no pueden hacer esto porque necesitan respetar un standard internacional de fabricación”.
El último pasadizo que está recorriendo Labrecque es el de los asesinatos de mujeres y niñas en Ciudad Juárez. Cuando investigaba a las maquilas en Yucatán, le decían que no podía dejar de ir a la frontera, donde estaban el 70% de las empresas (en Yucatán había sólo 140). Así llegó a Ciudad Juárez en 1999, justo en el momento en que empezaban a conocerse públicamente los homicidios de mujeres que hoy se conocen en todo el mundo como “el feminicidio de Ciudad Juárez”.
La situación de las maquilas en la frontera es muy diferente a la del resto del país porque los trabajadores son en su mayoría migrantes que vienen de áreas empobrecidas y que en algunos casos, sobre todo los varones, toman el trabajo allí como una posta en su emigración hacia Estados Unidos. Según los datos de Labrecque, entre el 22% y el 30% de las 370 mujeres asesinadas en Juárez desde 1993 eran obreras de empresas ensambladoras. Las demás eran amas de casa, prostitutas, niñas.
Los homicidios no están esclarecidos y hay un enorme grado de impunidad por el cual sólo una persona está condenada, y el Poder Ejecutivo –a nivel local, estadual y nacional– no se hace cargo. Hasta hace muy poco, la hipótesis más consensuada era que detrás de los crímenes había una compleja red de narcotraficantes, proxenetas, políticos, policías y mafiosos. Labrecque dice “no, yo creo que la mayoría de las muertes son por violencia doméstica”. Si bien ésta era una teoría posible, durante años todo el mundo prefirió pensar en una oscura confabulación en la que no faltaban rituales satánicos. Sin embargo, un informe de Amnistía Internacional de hace 6 meses enfatiza en los casos de violencia doméstica. Si así fuera, Juárez sería el iceberg de una problemática en aumento en todo el mundo. Y las muertes que se pensaron vinculadas al poder público –legal e ilegal– deberán ser adjudicadas a ese otro tipo de poder: privado, micropolítico, donde nacen y al que retornan como imaginario las prácticas sociales.
Para Labrecque no hay dudas: “Desde 1994 en Ciudad Juárez hay una gran concentración de violencia en general y contra la mujer en particular: es mayor que la de otras ciudades con igual concentración demográfica. Ciudad Juárez forma parte de Chihuahua, un estado ganadero en el que prima la idea del cowboy. Por robar una vaca te dan entre 9 y 12 años de cárcel, y a un violador le dan entre 6 y 12, y si puede probar que fue provocado ni siquiera va a prisión. Es una cultura machista en la cual la vida de una mujer no vale nada. La violencia apenas se denuncia y el Estado no tiene refugios para las mujeres golpeadas, éstas recurren a las organizaciones no gubernamentales. Hay una interpretación que se ha hecho y que yo considero bastante probable: las mujeres en la maquila fabrican bienes de consumo que se echan a perder muy rápido –ropa, televisores– y por eso serían consideradas efímeras y desechables. No es la imagen que las mujeres tienen de sí mismas, pero sí la que tienen los otros de ellas”.

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