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Viernes, 23 de enero de 2004

MúSICA

Piano tomado

Adriana de los Santos es una pianista con formación clásica que evolucionó hacia la experimentación intentando esquivar los prejuicios que separan como abismos a improvisadores, intérpretes o compositores; a la música popular del rock o del jazz, por ejemplo. Enérgica y apasionada, elige tocar en fábricas recuperadas y milita a favor de los derechos de los músicos que no integran el privilegiado circuito de festivales.

Por Rosario Bléfari

Inclinados sobre el piano abierto, Adriana de los Santos y Mariano Losi, su compañero en la ejecución de estas obras y en la vida, parecen expertos mecánicos afanados en el motor de un fórmula uno. Hasta la lámpara que ilumina el interior del instrumento recuerda, por la bombita potente que casi encandila, a esas que cuelgan del capó de los autos, en los talleres. El piano se presta al experimento, se deja “tratar”. La resonancia es la madre pródiga, las cuerdas que no están siendo percutidas, pulsadas o provocadas de algún modo vibran por simpatía y hacen de las suyas: fenómenos múltiples que evolucionan y que de cierta forma están vivos. Vemos dos ejecutantes pero están tocando con invitados invisibles. ¡Qué ejercicio de generosidad!, para que la resonancia colabore, se necesita “dar lugar” a esos ramilletes inesperados de reverberancia y –según la pieza– saber cómo alimentar los acoples que la amplificación del piano empuja en un circuito de micrófonos, un sencillo pedal de efectos y un pequeño amplificador de guitarra. Hay que llegar al descontrol para después poder cabalgar sobre los acoples. Intensidad, expectativa y paciencia: en un momento, Adriana toca y espera que se arme el remolino sonoro que Mariano recibe en el amplificador. Como esculturas de fuego, de hielo o arena, estas obras tienen en cuenta los movimientos presentes y los resultados futuros de fuerzas naturales en el juego orgánico de la ola; las progresiones de la retroalimentación y el tiempo, la electricidad y la resonancia son los elementos de la partitura. Sentado en el suelo, frente a una consola, en medio de una maraña de cables, tocadiscos modificados y cosas que no se alcanzan a definir del todo (¿los motores que anuncia el concierto?) está Federico Zypce, el compositor de las obras que se va a escuchar en la segunda parte del programa. Estamos en Grissinópoli, la fábrica reactivada por sus obreros y por supuesto el lugar resulta adecuado para esta “música para piano, motores, film y percusión”.
Si bien comenzaron a tocar acá para sumarse a las actividades culturales de la fábrica y apoyar la reactivación, la ausencia de lugares para tocar es también otro de los factores que, no se puede negar, los trajo a este espacio. Por esta razón, los obreros que les prestan el lugar también se solidarizan con los músicos en una relación de apoyo recíproco. “Con este programa ya habíamos sido eyectados de varias salas; aunque yo ya no sé si quiero tocar en una sala. Nunca me prohibieron hacer nada pero sí me han sugerido hacer cosas, porque sugerir un programa o armar con un productor un programa de concierto es una manera elegante de censurar.”

Es una pianista formada en la música clásica que se empezó a interesar desde sus primeros estudios –en la Facultad de Música de Santa Fe– por los autores contemporáneos. Su repertorio se fue volviendo cada vez más actual, mientras su formación académica seguía con la música clásica. A partir de John Cage atravesó una frontera que ahora le permite improvisar, experimentar y tocar piezas de autores de su época. Despuéssiguió sus estudios en Canadá –en la época de la dictadura– y formó parte de un grupo de música contemporánea en la Facultad de Montreal. “A mí el piano me encanta, y ser pianista y todo eso, pero al mismo tiempo una de las cosas que más me aburre en este momento es el sonido del piano. Sobre todo la afinación. Hay gente que organiza las alturas con esa afinación y no le interesa “zafar” de eso, pero Federico Zypce, por ejemplo, trata el piano con la afinación temperada, lo usa casi como un instrumento de percusión, con dos alturas, nada más. Creo, coincidiendo con otros, que los dos parámetros a trabajar en estos tiempos son la afinación y el ruido.”

Adriana de los Santos es parte del grupo Experimenta, que empezó como un ciclo ideado por Claudio Koremblit. Apenas Koremblit consiguió que fuera posible traer músicos de afuera dedicados a la experimentación y que tocaran con los de acá, también comenzaron los problemas interminables con las instituciones involucradas. Entonces Adriana pensó que Experimenta era algo más que un nombre y que tenía que ser un lugar donde se pudiera experimentar. “Así como el científico necesita el Conicet, nosotros necesitamos un lugar y ese lugar es el escenario mismo junto a la posibilidad de que los diferentes grupos lo transiten. Lo que finalmente decantó fue que se había nucleado un montón de gente que experimentaba desde distintos lugares y se empezaban a conocer. Yo estaba muy agradecida por eso. No despreciaba para nada a todos los que venían de afuera, maravillosos también, pero de alguna manera me parece que lo esencial era lo otro.”

Al regresar de Canadá, democracia reinstaurada, se encontró en Buenos Aires sin parientes ni amigos. El hombre con quien se había casado y se había ido de Buenos Aires, no había querido volver. Solamente tenía una amiga pianista que justo se iba a vivir a Angola y que le dejó todos sus alumnos. Un día la llamaron para tocar en un concierto y a partir de entonces empezó a tocar todo el tiempo. Las distintas agrupaciones hacían ciclos y cobraban bien. Adriana lo recuerda como algo excepcional. Hoy integra el “Frente de artistas en lucha contra el 601”, una agrupación que exige la derogación del decreto 601/02 de Duhalde, por el cual se obliga a los artistas y trabajadores contratados por la Secretaría de Cultura de la Nación a presentar como condición para el cobro del contrato un certificado de “antecedentes penales” con costas a cargo de los contratados, por una suma de entre $30 y $100. “Yo integraba el Frente como independiente pero es muy difícil conformar organizaciones desde lo individual, entonces se pensó en reagruparse por géneros y me parecía que Experimenta debía estar para representar al que quisiera. De golpe se nos ocurrió formar un grupo de improvisación y actuar en fábricas recuperadas, lo íbamos hacer en Brukman pero la policía hizo el desalojo, después fue Grissinópoli en mayo de este año y nos fue bárbaro. En cuanto al 601, la Justicia falló en contra, pero el Estado apeló, dicen que es algo automático, pero todavía está en vigencia. El Secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires dijo a través de los medios que las industrias culturales producían el doble que la industria automotriz, que hay festivales por todos lados, pero a los artistas que no entran en ese circuito de exportación siempre les dicen que no hay presupuesto. Es verdaderamente extraño como mecanismo. Miles de artistas pagan para actuar, pagan al lugar, pagan el flete, pagan el sonido, pagan las grabaciones y no están nunca en ese circuito de privilegio.”

Hace poco tiempo en una crítica a un concierto, publicada en un diario, se mencionaba que no era necesario “preparar pianos” para ser innovador. En determinados ámbitos, incluso dentro de la música contemporánea, que tienesu sector ultra académico y conservador, sigue siendo Cage quien divide las aguas. Las diferencias entre compositor e intérprete que Cage se encargó de relativizar –entre otras cosas– saca de quicio a más de uno. “Hay muchos prejuicios, que los improvisadores, los intérpretes, los compositores, los profesores universitarios, la música popular, el rock. Es muy complicado. Nadie está libre de esos prejuicios pero es importante que haya un interés por no tenerlos, por cuestionarse, ¿qué estoy diciendo?, porque la única manera de desarrollar cosas y de cambiar el espíritu de todo es mezclándose con la gente. También hay que ver qué hace uno para romper eso. No está en los jóvenes naturalmente la falta de prejuicios, Picasso decía ‘para ser verdaderamente joven hacen falta muchos años’. Hay gente que está tan enamorada de la cultura clásica que le cuesta mucho entender otros fenómenos, otras necesidades. Me parece bien, lo que no parece bien es hacer una militancia de eso, es como si yo dijera ‘la verdad es que Beethoven es una mierda’. Es cierto que hay un desgaste de lo novedoso, pero son procesos, yo creo que en todas las épocas debe haber sucedido con el agravante de que a nosotros se nos complicó con la comunicación que le inyectó velocidad a todo. Antes los compositores para comunicarse tardaban décadas, después los románticos ya estaban más en relación, pero a partir del siglo XX fue una cosa detrás de la otra.”

Siguiendo con los prejuicios, otros sectores acusan a los músicos que se dedican a la experimentación, utilizando instrumentos en un sentido diferente al que fueron fabricados o trasformando objetos en instrumentos, de excéntricos elitistas que tocan para su propio placer sin importarles que sus obras puedan resultar aburridas o que no se entiendan. “Es verdad que hay elitismo y que hay mucho prejuicio en cada uno sobre que nadie lo va a entender. Pero hay una confusión, yo tenía un maestro, un pintor, que cuando alguien decía ‘yo a esto no lo entiendo’, él contestaba: ‘y usted, de La Gioconda, ¿qué entiende?’. De Mozart, ¿qué entendemos? Lo que pasa es que hay un fenómeno de recurrencia, escuchamos todo el tiempo una música que está organizada de una manera determinada, que es la música del sistema y que está en la radio, en los jingles televisivos, en todas partes. Todo lo que escuchamos está en el sistema tonal, apenas te fuiste de ese sistema, estás afuera. Entonces es un tema de frecuentación, es muy difícil encontrarse con alguien, con esta gente que está afuera del sistema. Y cuando el sistema los adopta, por ejemplo en el ciclo del San Martín de música contemporánea, que es un mes al año en el que vienen músicos de afuera, la gente ve que los curriculums son reimportantes y que los que tocan acá ya tienen un cierto recorrido en la música, eso también es terrible. La salida de Experimenta a Grissinópoli este año fue de improvisaciones, 450 personas, 300 entradas vendidas, y la gente no se movió, se suponía que nos iban a tirar con sillas porque no era nadie del “ambiente” y sin embargo funcionó, estuvieron ahí, interesados por ese fenómeno. Eso me dio ánimo, porque si vos hacés eso en un contexto adonde la gente espera a una pianista de música clásica, no hay posibilidad de comunicación, está todo fallado. Una mujer nos escribió una carta que decía: ‘Tengo 60 años, era sábado a la tarde, me compré el diario y mientras mi marido dormía la siesta, leo que a la vuelta de mi casa iban a tocar. Yo no tenía idea de la fábrica tomada, le dije a mi marido por qué no vamos. Y les quiero agradecer porque pasé una de las noches más lindas de mi vida, estoy muy emocionada y me encantó’, pero entonces yo digo, ¿qué es lo que hay que saber para escuchar? El que está educado, está prejuiciosamente educado. La filosofía es tal, la música es tal, la lectura es tal, no hay otra cosa, entonces, esos cultos no pueden escuchar nada. Me parece que las sociedades que logran tener un poco de todo sonlas que más crecen, las que permiten que las cosas no se anquilosen en el poder porque a todo lo que le pasa eso, se muere.”

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