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Viernes, 23 de enero de 2004

INTERNACIONALES

detrás del velo

La prohibición del uso del velo islámico en las escuelas francesas, después de que el presidente de ese paísfuera asesorado por una comisión de notables abre un debate que excede lo religioso y pone en primer plano lo que Europa considera un problema: la creciente inmigración desde países que antes eran colonias y la exclusión de esos mismos inmigrantes.

 Por Sandra Chaher

En pocos meses, Francia probablemente tendrá una ley que prohibirá el uso ostensible de símbolos religiosos en escuelas y ámbitos públicos. La misma será la solución que el gobierno francés encontró a un problema que parece irresoluble: la integración de las minorías inmigrantes, particularmente la musulmana.
El presidente Jacques Chirac, asesorado por la Comisión Stassi (llamada también “comisión de notables o sabios”), intentará con una medida punitiva resolver un problema que tiene más de 15 años y al que gobiernos anteriores no se atrevieron a abordar tan drásticamente. La medida es polémica y hasta sus colegas progresistas de otros países europeos con problemas similares (Gran Bretaña, por ejemplo) miran asombrados. ¿Prohibir? ¿En el país de la libertad y la fraternidad? ¿En el que sus intelectuales aún se ufanan de haber gritado “Prohibido prohibir”? Más de 30 años después del Mayo francés, muchos de ellos, que quizá entonces pidieron lo imposible, hoy reclaman la ley que Chirac enviará próximamente al Parlamento.
Para entender lo que está sucediendo en Francia, hay que analizar la complejidad del problema, que no es sólo religioso sino fundamentalmente político. Probablemente, el presidente francés esté haciendo lo mejor que puede para resolver con rapidez y contundencia un viejo conflicto que desde enero del 2003 se transformó en una polémica cotidiana. Pero es poco probable que la ley que prohíbe el uso del velo islámico resuelva el problema de fondo de Francia y de toda Europa: los inmigrantes, que actualmente son el 6% de la población europea (en cuanto a los musulmanes específicamente, en Francia nada más hay 5 millones). No sólo porque las condiciones de vida empujan a las poblaciones a migrar hacia los países desarrollados (actualmente hay 175 millones de migrantes en el mundo, pero se calcula que en el 2050 habrá 230), sino porque estos países –sobre todo la vieja Europa–, con sus bajísimas y, en algunos casos, negativas tasas de natalidad, dependen de ellos para que su población aumente. Pero fundamentalmente para inyectar mano de obra al mercado de trabajo que pueda sostener a una clase pasiva en aumento.
Para los franceses, el uso del velo por parte de las mujeres en instituciones públicas es, según las manifestaciones explícitas del gobierno y de varios intelectuales, un atentado contra un principio constitucional: la laicicidad, proclamada por ley en 1905 y defendida como uno de los emblemas de la República. Sin embargo, hay otros factores que complejizan la situación: hasta ahora no habían sido prohibidas la cruz ni la kippá, ¿por qué ahora sí? ¿Para que la nueva ley no sea interpretada como “ostensiblemente” discriminatoria hacia los musulmanes? La resolución de Chirac se conoce en un momento en el que la cuestión de los inmigrantes en Francia se recalienta día a día: pobreza, exclusión, marginación, y disturbios de todo tipo como contrapartida (hombres que se niegan a que sus esposas o hijas sean atendidas o reciban enseñanza de profesionales masculinos, profesionales atacados por haber atendido a esas mujeres). Ycomo trasfondo: guerras en Medio Oriente en las que Francia está involucrada.
Si la cuestión intenta verse desde la óptica musulmana, también hay que despejar varios bancos de niebla. Las mujeres musulmanas francesas están divididas con respecto al deseo del uso del velo que tapa su cabeza. Pero además, detrás de ellas (a la inversa del dicho popular) están los hombres y la comunidad, que estaría levantando como estandarte de batalla el velo para dirimir un duelo entre una minoría que no logra integrarse en un país que tampoco la acepta.
“Hay que diferenciar entre el uso del velo y el veto del mismo –dice Diana Maffía, ex Defensora Adjunta en el área de Derechos Humanos de la Defensoría del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires–. El uso del velo es un tema conflictivo para las mismas islámicas. Y dentro del feminismo es un problema teórico de difícil resolución. En el ‘95, en Beijing, había mujeres islámicas a favor y en contra del uso del velo, y todas eran feministas. Las que estaban a favor, acentuaban la marca de identidad que el velo simboliza para una cultura sometida. Las que estaban en contra, decían que se trataba de una imposición que sometía a las mujeres imponiéndoles el ocultamiento de sus rasgos y reservándolos para el varón.”
En el caso específico de Francia, Maffía amplía los argumentos dándole sustento a la situación. “El uso del velo, y la intención del gobierno de prohibirlo en instituciones públicas, creo que tiene que ver con una marca de inmigrantes y con la provocación política de una comunidad que no vive en un país islámico. ¿Qué pasa cuando sos una minoría? En toda sociedad hay reglas flexibles y otras que hacen a la identidad de una sociedad. Esa sociedad puede absorber ciertas costumbres nuevas que no hacen a su identidad, pero el laicicismo en Francia sí tiene que ver con el núcleo de su identidad, y en este sentido los franceses tienen derecho a poner las normas que les parezca. Ahora, si vos me preguntás si lo que está pasando en Francia tiene como trasfondo el tema de la inmigración, y sí, es así. Todos los países europeos tienen problemas con los habitantes de las que fueron sus colonias, porque son ciudadanos que van a Europa buscando vivir mejor y esto a los europeos no les gusta. En Estados Unidos pasa lo mismo. Y yo no sé si lo que quiere Europa, y pongamos específicamente el caso de Francia, es integrarlos. Creo más bien que quieren que no les modifiquen su identidad. Y eso, es cierto, es no aceptar la realidad que están viviendo en este momento.”
Norma Morandini es periodista y escritora. En 1991 publicó El harén, un ensayo sobre los árabes en Argentina. Pero además, es nieta de libaneses, y actualmente está en Europa, viviendo de cerca lo que sucede. “Que quede bien claro –escribe en un mail– cuando hablamos del velo, estamos hablando de inmigración, que es el problema más serio que tiene Europa. Yo creo que si reivindicamos la laicicidad, que efectivamente es un valor, debemos saber que las instituciones son las que deben ser laicas, no las personas, por eso debemos ser tolerantes con la libertad personal. O sea, si no nos molesta un piercing o un tatoo por qué nos va molestar un pañuelo en la cabeza.” La reflexión de Morandini bien podría tomarse a cuenta del dictamen de la Corte Suprema de nuestro país que hace dos semanas determinó que una imagen de la Virgen del Rosario de San Nicolás fuera quitada de la entrada del Palacio de Justicia por presuponérsela intimidatoria para los no católicos, y marcaría la diferencia con la situación francesa. Aquí se trata justamente de una institución que ostentaba un símbolo religioso. Pero, ¿podríamos imaginarnos una ley que prohibiera a los abogados ir a ver sus expedientes usando cruces, kippás, o cualquier otro símbolo, de lo que fuera?
“Es cierto que para Occidente el velo es un signo de opresión femenina -continúa Morandini–. Pero a su vez, las familias dejan ir a las chicas alas escuelas públicas si lo llevan, y de lo que se trata es de que se eduquen para que en el futuro sean ellas las que puedan quitarse el velo, y no como ahora que son rehenes del fundamentalismo familiar. Habrás observado en Buenos Aires cómo otro pañuelo árabe, el kefier, que tapa la cara de los piqueteros, también exaspera. Pero no es el pañuelo lo que asusta a los sectores medios sino la pobreza. En Francia sucede lo mismo: los que asustan son los árabes de la segunda inmigración, que no han sido integrados ni social ni económicamente, y se transformaron en niños callejeros, delincuentes, en fin, lo mismo que vemos en nuestro país.”
A comienzos de diciembre, pocos días antes de que la Comisión Stassi entregara sus conclusiones a Chirac, un grupo de intelectuales francesas publicó en la revista Elle un llamamiento para pedirle al presidente que impulsara una ley que reforzara el laicicismo y la igualdad de los sexos. La firmaban, entre otras, Julia Kristeva, Isabelle Huppert, Isabelle Adjani y Elisabeth Badinter. Tanta uniformidad de criterio entre intelectuales y artistas franceses públicamente “progresistas” también sorprendió a Morandini, que esboza una explicación: “Estos sectores están en pánico porque todo indica que las próximas elecciones las ganará Le Pen, y los votos que sustentan el triunfo de la derecha pertenecen paradójicamente a los inmigrantes y a los blancos que los resisten y exigen leyes menos tolerantes con ellos”.
Dentro del feminismo, la discusión se centra en el velo como símbolo de una cultura patriarcal, y no como símbolo religioso. “La Comisión Stassi apenas menciona, al pasar, que el velo es un símbolo machista. Los musulmanes también dicen que se trata de un símbolo religioso, y todo el mundo cree eso. Soy yo la que digo que se trata de un símbolo de sumisión de las mujeres al hombre. ¡Yo y algunos más! Pero el tema del velo en sí, tal como lo conocemos hoy, no aparece en el Corán”, dice Sophie Varese, una periodista y feminista francesa que de chica vivió cuatro años en Marruecos y ahora reside en París y que confiesa, vía mail, que está “indignada”. “Hay que vivir en Francia, y particularmente en los suburbios de las grandes ciudades, para darse cuenta de lo que significa tener que ponerse el velo para evitar ser agredida, insultada, tachada de ‘puta’, por el simple hecho de andar vestida en vaqueros. Muchas chicas deciden ponerse el velo sólo para protegerse de las agresiones, de las violaciones, no por religión o convicción. Yo soy de izquierdas, sin embargo, aplaudo a Chirac porque la izquierda, por la culpabilidad que siente tras la horrenda e indefendible colonización, no quiso darse cuenta de lo que sucedía con las mujeres en esos suburbios; los musulmanes integristas aprovecharon la brecha creada por la pobreza y la desocupación para hacer proselitismo; y las mujeres han sido las primeras víctimas de todo eso.” Sin embargo, la misma Sophie se pregunta si la mejor solución es una medida punitiva.
El uso del velo es un símbolo. Pero es mucho menos un ostensible símbolo religioso, que un símbolo político de una cultura minoritaria no integrada y despreciada. “El problema es que hay una mirada simplista de la Europa blanca sobre una identidad que no es la propia. Se trata de un problema identitario –señala Hamurabi Noufouri, integrante del Inadi y director de la Maestría en Diversidad Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero–. Y la mirada francesa en boga en este momento, que es la más lepeniana de todas las posibles, se define por la exclusión. Con lo cual genera un fenómeno reactivo en la cultura observada. El velo expresaría ‘Soy esto y a mucha honra’. Lo cual a su vez genera una medida prohibitiva para proteger la libertad, que va en contra de los principios de ciudadanía y libertad planteados en la Constitución francesa. Esto pasó con los judíos antes de la Segunda Guerra, y Europa debería haber aprendido la lección de la Shoa. Cuando un grupo no es aceptado, primerose lo marca, después se lo aísla, hostiga, deporta, y finalmente extermina.”
¿Puede ser que esto que hoy se nos pretende mostrar como un conflicto religioso, pero que es también cultural y político, se transforme en un camino sin retorno, como plantea Noufouri? ¿Puede ser que Europa esté nuevamente al borde de un abismo? ¿Y que el resto del mundo cierre una vez más los ojos o apoye calladamente? La respuesta la tiene el tiempo, pero mientras tanto las pisadas dejan marcas: es bastante improbable que Francia resuelva un conflicto socio-político-cultural con una ley. Una sociedad que recurre a la penalización en un tema de este tipo muestra más debilidades que fortalezas. Y ya se sabe que detrás de la debilidad está el miedo, y en el centro de éste no hay otra cosa más que la oscuridad.

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