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Viernes, 3 de julio de 2015

Juego de espejos

ESCENAS Susana Pampín protagoniza Actriz, un unipersonal basado en la figura de Liv Ullmann, referente del cine de Bergman y narradora de su propia vida, en dupla creativa con la joven dramaturga Bárbara Molinari. Juntas montaron una pieza despojada y lúcida que se cruza con otro personaje emblemático: Nora de Casa de muñecas.

 Por Rosario Bléfari

En algún momento de su formación o en sus primeros años de trabajo, todas las actrices descubren el modelo Liv Ullmann. Un par de generaciones leyeron Susurros, atraídas por esa mujer nórdica que contaba su vida y sus verdaderas relaciones a quienes la habían visto encarnar personajes y relaciones en la pantalla. Aunque pase el tiempo y se sumen nuevos iconos o muchos sean reemplazados, su presencia en las películas de Bergman permanece como faro. La relación entre los personajes interpretados y la propia vida quizá sea la clave, ya que de eso se trata en gran parte el trabajo actoral: cómo convertirse en otra siendo –inevitablemente– una misma, o cómo las experiencias vividas pueden traducirse en el aliento de vida de un personaje.

Una joven directora, Bárbara Molinari, dirige Actriz, un unipersonal interpretado por Susana Pampín, donde la actriz a la que alude el título es Liv Ullmann pero también es Pampín, quien se dobla y se desdobla en escena, sin artilugio alguno más que una gimnasia interna invisible que aún así se manifiesta, logrando una especie de clase actoral explícita, casi dialogada con los espectadores que enseguida se sienten curiosos y atrapados en el acto de presenciar.

“El interés por Liv surge viendo sus películas como actriz. De adolescente me enganché mucho con Bergman, y Liv me fascinaba. Su actuación, los personajes que Bergman le daba, su belleza. De hecho en mi obra anterior –Hijas– ya aparecen Liv y Bergman en un momento en el que se recrea una escena de Sonata otoñal, en la que Liv Ullmann le reclama a la madre todas sus fallas y faltas. Tiempo después de fascinarme con sus películas me encuentro con el libro. Yo estaba en Brasil y en una librería me encontré con una edición de Senderos, el primer texto autobiográfico de Liv. Lo que me atrajo en un primer momento fue su edición. Era hermoso: tapa dura, las fotos, el papel, los colores. Yo no sé portugués, pero lo compré igual e iba leyéndolo como podía. Me atrajo la voz de una actriz hablando en primera persona. El libro empezaba con recuerdos de su infancia, me gustaba ver cómo su ser-actriz estaba impregnado de todas esas imágenes. Después en Buenos Aires intenté conseguí el libro en español, sabía que había algo en esa primera persona de la actriz que yo quería trabajar. Así que conseguí Alternativas, su otro libro. Y con ellos empecé a trabajar. Ahí encontré que hizo de Nora de Casa de muñecas varias veces en su vida. Me pareció que se armaba un interesante entramado entre Liv y Nora. Nora había habilitado de algún modo a esa actriz, madre soltera, trabajadora. Luego también entendí que esos dos personajes iban a dialogar a la vez con la actriz que las interpretara. Ahí se me fue armando el juego de la obra: una actriz que hace de Liv Ullmann que interpreta a Nora”, cuenta Molinari, la directora.

Para Pampín, en sintonía “Liv representaba un tipo de mujer como de otra especie. Su belleza, su rostro hecho de redondeces, su mundo, las películas, el vínculo amoroso y creativo con Bergman, su moral... Todo me resultaba exótico y atractivo. Cuando recibo el mail y empiezo a leer el texto veo que es un unipersonal. Pienso en mí haciendo un unipersonal. No... ¿con qué necesidad? Pero sigo y al poco rato me descubro leyendo partes en voz alta, así, sin haberlo terminado. Me ganan esas tres voces: Liv, Nora, la Actriz. Reconozco textos, me suenan de algún lado. Rebusco en la biblioteca el libro que tiene la cara de Liv joven, en blanco y negro, en la tapa, que leí hace años. Vuelvo a leer pedazos en voz alta. Vuelvo a leer la obra, me resuena mucho y a tiempo. Las múltiples personas que viven en una persona, Bergman diciendo “el cine es la cara del actor”, la cinemateca de la SHA, las hojas tamaño carta fotocopiadas o mimeografiadas que daban con la programación del ciclo semanal, el viaje de vuelta en el tren a Padua con frío, pensando en Persona, en la cara de Liv acostada ocupando toda la pantalla. Me tienta mucho. No conozco a la directora, ni su trabajo. Un poco me gusta eso, como que me voy a encontrar, sin ningún juicio previo, con alguien a quien también “le pasó algo” con Liv. Es joven, tiene 20 años menos que yo, es entusiasta. Lo primero que hago es desanimarla de mí. (Risas.) No, en serio, le advierto que soy insoportable, cuestionadora, que la obra de teatro es para mí algo vivo y cambiante. Que lo hagamos como un entrenamiento, le pido, para darnos el espacio para arriesgar y en todo caso fracasar alegremente.

¿Por qué te pareció Susana una actriz adecuada para la experiencia?

–Tardé un montón en saber qué actriz podía hacerlo. De hecho, el proyecto estuvo como dos años en un cajón. Yo sabía que quien lo interpretara iba a determinar mucho la obra. Además la obra pide mucha ductilidad, que puedas entrar a lugares de profundidad y a la misma vez salir rápidamente de ellos y pasar a otra cosa. Tenía que ser alguien que quisiera jugar este juego, y que pudiera hacerlo. Sospechaba por lo que había visto de ella que Susana iba a poder hacerlo. Y sin conocerla intuía también que era un viaje que la podía divertir. Yo había visto en ella por un lado esa capacidad de llegar a lugares profundos, y a la vez jugar y reírse. Ese lado de ella más gracioso y divertido me parecía muy importante, porque yo a veces tiendo a ir a algo más dramático en mi escritura y me interesaba que desde la actuación buscáramos salir de ese lugar, quitarle solemnidad.

¿Cómo se fue dando el trabajo en colaboración para la creación final?, ¿cómo continúa esto hoy, con varias funciones hechas?

Molinari: Cuando empezamos a trabajar con el material Susana traía cosas anotadas, ideas, miedos, imágenes, y ahí yo decía “eso tiene que ser parte”. Así fueron surgiendo y fuimos trabajando también materiales e ideas de ella en relación al trabajo y su vida que llenaron de relieve e historia a esta actriz. En el proceso de ensayos muchas veces ensayábamos, y otras releíamos los libros, marcábamos cosas nuevas, veíamos imágenes de Liv, hablábamos y de ahí surgían cambios e ideas que hoy están en la obra. Y sí, eso continua y de pronto llegamos un domingo a la función y Susana me dice: “Ayer pasando letra pensé que acá podría agregar este comentario”, o yo le digo: “Che, este texto quizá lo deberíamos revisar”. Sigue muy viva la obra en ese sentido y con mucho intercambio. Por suerte nuestras poéticas se entienden bien.

Pampín: El proceso fue muy fluido, no tuvimos que hacer mucho esfuerzo para contagiar a la otra con las propias propuestas. Iba sucediendo. También compartíamos la idea de las funciones no como algo terminado sino como parte del mismo proceso de búsqueda de la obra. Seguimos juntándonos a ensayar cada tanto, a refrescar momentos, a probar cambios.

¿Volviste a ver las películas?

Pampín: Volví a ver varias de Bergman, Persona, Saraband, Gritos y susurros, Tierra y libertad... A Persona la volví a ver varias veces, soñé con ella, y anoté el sueño a la mañana siguiente. Se lo conté a Bárbara. Lo incluimos en el texto. Todavía conservo unas fotocopias del guión, esas ediciones que se compraban en la librería de la galería del cine Arte, que releía en mi afán de darle cuerpo a algo de esa película. La foto de ellas dos en la que Liv le despeja la frente a Bibi, las dos frente al espejo comparando sus caras. El monólogo en el que Bibi cuenta la “aventura” sexual con unos jovencitos (también soñé con eso; la noche anterior había visto el video de Zizek hablando sobre esa escena).

¿Podría considerarse Actriz un biodrama, el género y término acuñado por Vivi Tellas?

Pampín: Totalmente. Durante los ensayos nos dimos cuenta de la impronta biodramática, pero es algo que no había sido pensado antes de empezar a ensayar.

Los recursos de la obra son casi exclusivamente actorales, es decir no hay una escenografía o algo que vista demasiado a la actriz, salvo lo imprescindible, ¿qué necesidad se tuvo de eso?

Molinari: Me interesaba que prácticamente todo pasara en el cuerpo de la actriz. Y dejar bien al desnudo ese juego. Sólo un cambio en el gesto, un cambio en el tono y la actriz pasa a ser Liv, o Nora. El público acompaña y se sumerge en el juego. Un juego en el que no le ocultamos el procedimiento sino que se lo exponemos, creo que eso lo agradecen. Me encanta sentir que no hace falta mucho más. Además es una obra para que se vea eso, la actuación, y no quería que hubiera muchos elementos que pudieran llevar la atención a otro lado. En mis otros trabajos se repite lo de la escenografía y recursos mínimos. Lo que más me interesa pasa en el actor. En las imágenes, el tiempo y el espacio que construye desde la palabra y desde su cuerpo. Además me llevo bien con eso, manejar y trabajar con esa materialidad. No me sale hacer algo muy grande a nivel objetos, técnica, producción. No sé si lo elijo del todo conscientemente, mi imaginación funciona así, imagino uno o dos objetos muy específicos (como en Actriz la silla de director y el fresnel), el resto pasa en el cuerpo. Además en general nunca cuento con una producción previa, entonces prefiero imaginar y crear con lo que hay, con lo que sé que cuento.

¿Qué elementos de tus trabajos anteriores reconocés en este trabajo nuevo?

Molinari: En casi todos trabajo con mujeres, y en general el vínculo madre-hija de algún modo aparece. De hecho lo último que había trabajado en dirección fue una serie de obras llamadas “Hache Mudas” que incluyó tres obras: Hambre, con cuatro intérpretes mujeres; Herida, un solo de danza-teatro que interpreté yo misma, e Hijas, una obra de teatro con tres actrices, publicada como obra que creo anticipaba algo de Actriz.

Funciones: domingos 20 hs. Espacio Polonia Teatro: Fitz Roy 1477, CABA.

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