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Viernes, 10 de julio de 2015

VIOLENCIAS

El perdón que empodera

El 3 de octubre del 2003, L.N.P. fue a pasear con una amiga a la plaza de El Espinillo, en Chaco, y tres jóvenes criollos la violaron. Sus familias quisieron silenciarla a ella y a su familia con amenazas, dinero y animales. La Justicia juzgó a la víctima y dejó libres a los victimarios, a quien L.N.P. se sigue cruzando en la plaza de su pueblo. El caso es emblemático de la violencia sexual contra las jóvenes qom y el chineo en el interior del país. La causa llegó al Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que exigió que el Estado le pida perdón y finalmente el mes pasado la Secretaría de Derechos Humanos organizó el reconocimiento. Ahora L.N.P. va a ser candidata a concejala en su pueblo para que las mujeres puedan organizarse y visibilizar sus derechos e inquietudes.

 Por Luciana Peker

A L.N.P. le quisieron comprar su silencio con vacas, camionetas y dinero. El silencio de L.N.P. vale tanto como ella lo elige. Vale cuando calla y se adentra en un silencio con peso profundo. Y vale cuando lo rompe sin alzar la voz o alzándola sin que la furia grite sino con la propia firmeza de la voz suave que no es poca ni baja. L.N.P. dice que lo que más le dolió de la violación es que le quisieran comprar su silencio con animales. No quiere acarrear más lágrimas. No se calló nunca ni por plata, ni por vacas, ni por nada.

L.N.P. no se calló pero también dicta con su silencio que los tiempos, la voz y la reparación posible no son puro blablá discursivo sino, apenas, las palabras justas. El 15 de mayo pasado, en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, el Estado le pidió perdón porque no sólo un grupo de jóvenes criollos la violó cuando tenía 15 años sino que la Justicia la volvió a violar con sus acusaciones e indiferencia.

El 3 de octubre del 2003 L.N.P. había ido a pasear con una amiga a la plaza de El Espinillo, en Chaco. Ese día tres jóvenes –Humberto Darío Rojas, Lucas Gonzalo Anriquez y Leonardo Javier Palavecino– la violaron contra una iglesia. Los policías tardaron en tomarle la denuncia. Los agresores quisieron sobornar a su familia para que quitara la declaración. Además la Justicia la volvió a juzgar, poniendo en duda si ella era culpable o no por si gritó fuerte o despacio para que la ayudaran. Hasta su voz fue puesta en cuestión. El 31 de agosto del 2004 se absolvió a los acusados en un fallo que decía que “la resistencia de la víctima debe ser seria y constante, que si bien la víctima dice haber gritado llama la atención que nadie en la plaza que está a 70 metros la escuchó”.

¿Por qué no gritó más fuerte? ¿Por qué no alzó la voz? la juzgó la Justicia por ser víctima de violación. Por eso el expediente se convirtió en un caso emblemático de discriminación por género y por el chineo, la violación sexual como forma de dominación a las mujeres indígenas, que confunde vacas y dignidad, colores e historias, privilegios y sometimientos. Y al que L.N.P. se plantó con firmeza.

Hoy ella tiene 26 años y demostró que su silencio no tiene precio. “Me los cruzo en el pueblo y no les tengo miedo. Ni me pongo nerviosa. Tengo la mirada bien alta”, cuenta con valentía. Su voz es bajita y habla como un regalo que se hilvana de tiempo y de confianza. Y habla, como su libertad, cuando quiere y como quiere. Incluso su silencio es un triunfo de su dignidad. En el Congreso de la Nación se realizó el Acto Público de Reconocimiento de Responsabilidad Internacional del Estado argentino. El pedido de perdón llegó después de años de lucha y respaldo colectivo a L.N.P. y su familia. Su caso fue presentado ante el Comité de Naciones Unidas por el Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar) y el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem), con el apoyo de Unifem Cono Sur.

Hasta que un dictamen del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas exigió que el Estado le pida perdón. Y perdón se le pidió, en un acto organizado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.

Ella, incluso, que conversa en castellano, pero desde una lengua ajena a la que recurre para hacer el favor de que se entienda lo que piensa, tuvo una traductora de qom. Sin embargo, sólo eligió decir “gracias”. Y después respaldó el acto con su silencio. También eligió que sus fotos sean sólo de espalda, con su cabello negro forjando su identidad no escondida, ni avergonzada, autónomamente preservada. Su silencio no es guarida. Es opción para hablar donde quiere y como quiere. De hecho, en un salto político emblemático L.N.P. va a ser candidata a concejala en El Espinillo, por el Frente para la Victoria, porque quiere hacer un salón donde las mujeres se sientan cómodas para hablar con otras mujeres. También estudió abogacía hasta que se quedó embarazada de su hijo –G., de un año– y ahora continúa con la carrera para ser docente.

El Espinillo es una pequeña población chaqueña de 1169 habitantes de los cuales 727 son qom y el resto criollxs o hijxs de inmigrantes. “Es un territorio tradicional qom, entre los ríos Teuco y Bermejito, en el noroeste de la provincia, cuyo título de propiedad está a nombre de la Asociación Comunitaria Meguesoxochi desde el año 2000, luego de innumerables reclamos y luchas. En 1926 ya había sido declarado Reserva para los Indios Tobas del Norte por decreto presidencial. Desde el momento de la titularización se inició un proceso de relocalización de familias criollas que residían en esa zona que tuvo conflictos por diferentes razones entre criollos e indígenas”, explica la escritora Elizabeth Bergallo, magister en Antropología Social y docente de Antropología Cultural de la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura, en Resistencia, Chaco, quien acompañó a L.N.P. desde su territorio y logró que su caso cruzara las fronteras.

El viaje desde El Espinillo a Buenos Aires es largo, difícil y simbólico en muchos sentidos. Para llegar al Congreso L.N.P. tuvo que salir un día antes para llegar a la cúpula donde se deciden las leyes y que frente a la plaza que reclamó por “Ni una menos” le pidieran perdón. Y, antes de caminar de a pie y confiada de que las disculpas son sólo una parte del camino, dialogó con Las/12.

¿El pedido de perdón demuestra que vos les ganaste a tus violadores?

–No es nada fácil tampoco. Me pasó eso y me cambió totalmente. No soy la misma persona. Siempre me miran en el pueblo.

¿Te importa que el Estado te haya pedido perdón?

–Para mí es muy importante. Pero esto no va a resolver todo lo que me pasó.

¿Cómo te impacta que el Estado reconozca que está en deuda con vos?

–Me siento orgullosa de que, a pesar de todo el tiempo que pasó, lo pude lograr.

¿Qué fue lo que más te dolió: la violación, que quieran comprar a tu familia con vacas, la sentencia o que ellos estén libres?

–Lo que más me dolió es que le ofrecieron vacas a mi familia para que nos calláramos y que los chicos que abusaron de mí no estuvieron mucho tiempo presos como tenían que estar. Yo a veces no tenía plata ni para ir a tribunales. Pero llegué hasta acá. Y me fui a la comisaría a denunciar a pesar de que me habían amenazado con matarme si iba a la policía.

¿Te los tenés que cruzar en el pueblo?

–Se fueron todos. Pero cuando son vacaciones a veces me cruzó con ellos.

¿Y sentís miedo o que no te pudieron vencer?

-No les tengo miedo. No me pongo nerviosa. Tengo la mirada bien alta. Ellos creían que podían hacer lo que querían y no fue así.

¿Estas orgullosa de ser qom?

–Estoy orgullosa. En aquel momento y en los primeros meses, cuando ellos estuvieron libres, pensaba “por ser qom me pasó esto” y “¿por qué justo a mí?”. No estaba orgullosa de ser qom. Pero después de eso, al pasar el tiempo, a los tres o cuatro años, llegaron todas las mujeres que me apoyaron y sentí una fortaleza inmensa.

¿Cómo te gustaría que creciera tu hijo?

–En una sociedad más justa.

¿Qué les decís a las mujeres que pasan por situaciones de violencia?

–Les aconsejo lo poco que sé por mi experiencia. Les aconsejo que nosotras como mujeres podemos hacer muchas cosas y no hay que dejar que los hombres nos manipulen y nos manejen. Allá es un pueblito muy chiquito, pero muy complicado, y las mujeres no tienen ni conocimientos sobre los derechos de las mujeres. Les digo que no tengan miedo. Yo hablo con un grupo de chicas de 14 y 15 años, que ya tienen hijos, y yo me junto con ellas y les aconsejo. A algunas de ellas el novio las maltrata y les pega. Yo soy la mayor. Nosotras sabemos que no está bien, pero tenemos que tener paciencia para que vayan un día a denunciar. Cada vez que nos encontramos con una de ellas tiene moretones. No nos enojamos, pero la aconsejamos para que no aguante. Ojalá que algún día saque ese miedo interior y denuncie. La estamos acompañando a ella, que tiene 16 años.

¿Es importante que en Buenos Aires se sepan las cosas que les pasan a las mujeres de pueblos originarios?

–Sí, porque allá cuando denunciás la misma policía no te toma la denuncia y no hacen nada. Con el perdón se abre una nueva historia, pero la lucha no termina. La lucha sigue siempre. No es que a mí me pasó esto y termina todo. En El Espinillo las cosas siguen pasando.

El chineo

El caso de El Espinillo salió de Chaco y llegó hasta el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Pero no es el único. Otras familias tienen miedo de denunciar o les faltan recursos o apoyos. La antropóloga Ana González apoyó desde el primer momento a L.N.P y la acompaña en Buenos Aires hasta llegar al Congreso. Ella señala que el chineo o la violación a jóvenes de pueblos originarios es una forma de violencia que no se vislumbra si no se camina al monte o la selva. Y que por eso este caso es emblemático: “Muchas mujeres qom, moqoi y wichí nos expresaron su agradecimiento porque era la primera vez que se hacía algo ante hechos similares de violencia, por los que varias de ellas habían pasado, quedando en total impunidad. El último caso del que tomamos conocimiento fue el de una niña wichí, de 13 años, violada por varios criollos en la localidad de Dragones, provincia de Salta, en el 2013. Cuando intentamos tomar contacto para acompañarla a hacer la denuncia ante la fiscalía de Tartagal, la familia había huido al monte y no se la pudo localizar. No es desconocimiento o ignorancia, como probablemente digan algunos sectores discriminadores, es la experiencia repetida de la impunidad y la indefensión ante instituciones que no les dan protección”, subraya.

Por eso, González revaloriza como un antes y un después el caso L.N.P. “El acto de reparación simbólica en el Salón de los Pasos Perdidos sin duda es un hito histórico. El Estado pidiendo disculpas a una mujer indígena por la violencia y la impunidad padecida es un paso fundamental, al igual que la multitudinaria marcha contra los feminicidios del 3 de junio. Sin embargo, en nuestro trabajo con mujeres de pueblos originarios en el territorio del Gran Chaco seguimos encontrando casos de chineo, jóvenes criollos violando en grupo a niñas indígenas, que quedan impunes por la inacción policial y la indiferencia judicial”. Y propone: “Queda mucho por hacer: exigir que la policía tome las denuncias, que las fiscalías y la Justicia actúen, que se desarrollen programas de asistencia integral (judicial, médica, social) a las víctimas, y que la sociedad toda repudie estos hechos. Las mujeres indígenas se están organizando para fortalecerse, empoderarse, y defenderse colectivamente. A los talleres en el monte asisten niñas, jovencitas, maduras y ancianas para decir basta a la violencia de género y, también, para la recuperación de sus territorios, la defensa de la madre tierra y el monte, de los que se nutren su identidad y su dignidad como mujeres de pueblos originarios”.

Bergallo trabajaba en el 2003 para Médicos del Mundo Argentina en un Programa de Salud en el interfluvio chaqueño cuando conoció el caso de L.N.P., porque la adolescente decidió denunciar y los jóvenes de la Asociación Meguesoxochi comenzar marchas para reclamar justicia. “El racismo estaba en el aire que se respiraba. Por ejemplo, si las mujeres indígenas no parían sus hijos en el Puesto Sanitario A de Espinillo eran amenazadas con la no inscripción de sus hijos en el Registro Civil y la población indígena no acudía a los puestos de salud por conflictos socioculturales. La realidad hoy es otra, muchas cosas han mejorado, hay presencia de referentes indígenas en organismos de decisión, pero todavía falta mucho para que sean respetados totalmente los territorios, los saberes y los derechos indígenas”, contextualiza Bergallo.

Pero resalta el valor de la joven qom: “Es necesario destacar la actitud de L.N.P. Ella era adolescente, indígena y, a pesar de la agresión física y de las amenazas recibidas, tuvo la enorme valentía de dirigirse inmediatamente a la policía, hacer la denuncia y exigir justicia, en un tiempo muy hostil hacia la población indígena y, especialmente, en el noroeste chaqueño, donde la Justicia parece estar más ausente y todo queda tan lejos y llega tan tarde. Sabemos que la mujer es la que más sufre el impacto de los conflictos socioculturales, de los conflictos de territorio y los sufre, especialmente, en el territorio de su propio cuerpo. Plenamente acompañada por su familia, por su comunidad, por la propia Asociación Meguesoxochi, y los jóvenes de la organización demostraron todxs, pero especialmente ella, una enorme dignidad”.

A.P. es uno de los ocho hermanos de L.N.P. Tiene 29 años y ahora trabaja en un puesto sanitario. Es parte de esa familia que vivía del campo, sin dinero ni para traslados y que acompañó a L.N.P. para que no crean que con vacas iban a cerrar su boca. “Fue una lucha de muchos años con la que se ha podido lograr el reconocimiento del Estado. Pero la lucha continúa. El Estado tiene que capacitar a los jueces en los derechos de los indígenas y de las mujeres porque la Justicia actúa de manera vergonzosa en casos similares que no tienen repercusión”, dice con la fuerza de acompañar a su hermana para salir de la violencia sexual al orgullo.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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