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Viernes, 10 de julio de 2015

RESCATES

La escritora ideal

Annie Adams Fields

1834 - 1915

 Por Marisa Avigliano

Annie fue arte y parte de un bautismo nupcial con nombre y sin ley: “matrimonios de Boston”. Ese es el nombre que el siglo XIX eligió para hablar de las mujeres que financieramente independientes compartían la soledad de una misma casa. Una convivencia no tradicional que la ciudad culta reservaba para quienes, como cantó Pessoa, llevaban el alivio en la cara de no cumplir un deber. Annie y Sarah fueron uno de esos matrimonios. Dos amigas de amistad profunda, dos mujeres en amistad romántica. Sarah no se había casado nunca y Annie era viuda. ¿Quiénes eran estas mujeres sobre quienes el murmullo buscaba hacer eco? Sarah Orne Jewett, escritora de cuentos y novelas, tenía 31 años cuando conoció a Annie (47), también escritora. El encuentro se produjo unos meses antes de la muerte del editor James T. Fields, el marido de Annie. De inmediato los tres se hicieron amigos. Cuando James murió sin anuncio ni agonía previa, las dos mujeres decidieron recorrer Europa y compartir la casa. Vivieron juntas hasta 1909, cuando murió Sarah. Fuff, como Sarah llamaba a Annie, era una figura central en el mundillo cultural bostoniano. Pinney, como Annie llamaba a Sarah, era una escritora que ganaba prestigio a diario. Binomio fastuoso, alacena de sabores. La mujer del editor –que solía usar un velo de luto a veces negro, a veces lavanda– era amiga de Hawthorne, Emerson, Longfellow y Dickens, anfitriona eterna –ilusión compartida con las chicas de la Mansión Howard– y tutora ferviente de otras escritoras, como Willa Cather, Rebecca Harding Davis y Lucy Larcom. Ella misma logró ser esa escritora ideal a la que no es necesario leer para conocer porque pertenece al natural feudo de la subjetividad de los Estados Unidos, a los intestinos de la república. Un nicho nada deleznable si descubrimos que a la compiladora de célebres biografías literarias –solía escribir semblanzas de vidas ajenas, Authors and Friends (1896), vidas ajenas que siempre pertenecían a escritores amigos que conocía a través de la editorial de su marido, “Cada año, cuando los brotes de color lila comienzan a estallar de sus vainas (...) en el aire a principios del verano, el recuerdo de Longfellow despierta con nosotros en la mañana y se repite con cada brisa fragante. ‘Ahora es el tiempo para venir a Cambridge’, solía decir; las lilas se preparan para la bienvenida”– la historia de su patria le reservó además un lugar en el podio de los inventos innovadores después de revelar que fue Annie, la reformadora social, difusora del voto femenino y de la incorporación de mujeres en la Facultad de Medicina, quien fundó en 1870 el primer Holly Tree Inns (homenaje dickensiano), un lugar de comida nutritiva y económica pensado especialmente para las mujeres trabajadoras, cafetería alegórica que más tarde se convirtió también en albergue para mujeres solteras. Mientras que la viuda del velo cuida su perfil pulido en el grabado de la escena literaria estadounidense del siglo XIX evocando las conferencias que Emerson dictaba en la biblioteca de su casa, su vida junto a Sarah abriga antecedentes emancipatorios. Alguien quemó algunas cartas apasionadas, alguien las leyó antes, lo cierto es que la correspondencia entre Fuff y Pinney guarda el misterio que la tinta reserva para la voz anhelante y contenida de la devoción romántica.

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