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Viernes, 30 de enero de 2004

SOCIEDAD

Luz Nueva

La vida de Isabel Yaconis cambió abruptamente desde que su hija, Lucila, fue asesinada y violada a ocho cuadras de su casa. En aquel momento un vecino escuchó sus gritos, pero quien la atacaba se excusó diciendo que era su novia. Ese guiño fue suficiente, el hombre ni siquiera llamó a la policía. Hoy, Isabel sigue buscando testigos para que la luz de su lucha desgarre la impunidad.

 Por Luciana Peker

El agua cae en un barrio porteño que todavía tiene la arrogancia de un pedacito de tierra. El agua no tiene principio a la vista, pero Isabel ya conoce el rostro del nombre que está al principio del agua que cae. “Soy yo, Ana”, dice y la barrera del agua baja para dejarla pasar. “Nosotras éramos madres de criar a nuestras hijas en la vereda y mirarlas jugar desde la ventana”, define. La barrera del agua le da paso a una calle sin salida –Vilela– que Isabel camina sin miedo, aunque sin querer llegar hasta el final, donde el alambrado le marca la frontera entre la vida y la muerte.
El 21 de abril del año pasado, ahí, a 50 metros de su casa, del otro lado de la vía del ex Ferrocarril Mitre, en Núñez, un hombre –todavía un NN que ella busca desesperadamente para que la impunidad no lo deje descansar en paz– intentó violar a su hija, Lucila Yaconis, de 16 años, ella no lo dejó y él la asesinó.
“Lucila murió defendiendo su integridad sexual”, resalta Isabel. Lucila es una víctima emblemática de la violencia contra las mujeres en la Argentina. Fue atacada sexualmente cuando venía de la casa de su abuela, todavía con el uniforme del colegio, a las 19 horas. Se resistió a ser violada y fue asesinada en represalia. No hay pistas sobre su asesino. Pero tampoco hay un mea culpa de los que la pudieron haber salvado y no hicieron nada por creer que cuando a una mujer le pegan “por algo será”.
Lucila fue atacada –por omisión– por el machismo que legitima la violencia contra las mujeres. Alguien escuchó el ataque, alguien escuchó las quejas de Lucila, su jadeo, sintió en sus orejas su dolor. Y no hizo nada. “Jefe, es mi novia”, le dijo el asesino a un hombre de un taller de reparación de ascensores que escuchó todo. Esas palabras, ese guiño cómplice, fueron suficientes para que el hombre no hiciera nada. Recién cuando el silencio fue demasiado sospechoso el testigo se asomó. En ese momento, cuando ya no había más respuestas, vio un bulto y llamó a la policía.
Desde ese día, Isabel se levanta maldiciendo al amanecer que ya no exorciza pesadillas. “Ya pasaron nueve meses y me despierto pensando que no es real, que no pudo haber pasado”, cuenta. “Yo quiero justicia, sin justicia nunca voy a tener paz”, explica en una casa tomada por el aroma del tuco y el abrigo de paredes que no dejan demasiado espacio para que los recuerdos se escapen. Lucila la abraza en una foto donde los cuerpos se entrelazan en brazos y sonrisas, Lucila resplandece con su pelo negro y sonrisa perfecta, su vestido blanco y esa fiesta de 15 que tiene el privilegio de sobrevivirla.
“Cuando iba a nacer Lucila buscaba que la clínica fuera linda, que fuera acogedora, que el ajuar fuera hermoso, que la ropa estuviera planchadita. Yo prefiero quedarme con los recuerdos lindos, de cuando armamos la fiesta de 15, cómo caminamos por los souvenirs porque había poca plata y no queríamos que faltara nada”, describe.
“Mi hija siempre me preguntaba si cuando uno se moría volvía a tener la misma mamá, porque mi hija me amaba a mí como yo la amaba a ella –define–. Para mí esto fue una traición, me arrancaron a un pichón, me la dieron por la espalda, le faltaban diez días para cumplir 17 años.”
La sartén donde la vida no tiene más remedio que seguir revuelta está pegada a la agenda que Analía –su otra hija, de 22 años– le dedicó con palabras de admiración, de amor y de aliento. “Nunca bajes los brazos, me defraudarías mucho si algún día dejas de sonreír”, le pidió Analia. “Yo soy una mujer simple. Mis hijas eran mi tesoro”, subraya Isabel. Aunque no haya forma de conformarse, ese amor que Isabel dio –y que tanto le duele porque ya no está en los brazos de Lucila, pero que también sigue en Analía– es el que la empujó a salir a la calle, a tocar puertas, a preguntar a los vecinos, a encontrar testigos y a pedir en la Justicia que el crimen de Lucila no se olvide.
—¿Qué sabés sobre la muerte de Lucila que pueda ayudar a esclarecer su crimen?
–El 21 de abril yo la vi irse sonriente. Fue al colegio y pasó la tarde en lo de mi mamá. Cerró un archivo de la computadora de mi hermano a las 17.45. Salió todavía con luz a las 18.40. Eran ocho cuadras hasta casa. A una cuadra, ya había anochecido y todavía no la seguía nadie. Después le arrancaron la vida. Y hay dos personas que la podrían haber salvado y ninguna de las dos reaccionó. Una mujer vio a un joven en una esquina y le dio miedo. Empezó a caminar rápido para que no la siga. Se dio vuelta y vio que en la otra esquina venía Lucila y pensó “pobre chica, ahora la va a asaltar a ella”. La otra persona trabaja en una fabrica de reparación de ascensores que tiene ventanas que dan al terraplén y escuchó cuando Lucila pidió ayuda, escuchó que decía “dejame, soltame”.
–¿En ese momento el violador le dice que Lucila era su novia?
–Le dijo “jefe, está todo bien, estoy con mi novia” y como está la creencia de que el varón es el que domina era una forma de decir: “Es mi novia, hago lo que quiero con ella”.
—¿El llama a la policía?
–No. No actuó. ¿Sabés cuándo llama a la policía? Cuando deja de escuchar ruidos, se vuelve a asomar y ya no había dos personas, había un bulto: era Lucila muerta.
“Yo me quería ir de esta casa porque cada vez que escuchó el tren, el sonido me lleva al terraplén. Pero si me voy huyo. Y voy a estar acá poniendo al pecho para seguir buscando. Estoy acá”, reafirma Isabel. La noche ya agobia de oscuridad las cuadras. Ya no hay gente en las veredas. Una luz se enciende. Es nueva. La luz refleja la lucha para esclarecer el crimen de Lucila Yaconis. Una lucha que no se apaga.£


Se busca información sobre el crimen de Lucila Yaconis. Los que cuenten con algún dato (aunque sea en forma anónima) por favor contactarse con el Departamento de Análisis Delictivo: 4832-2856 / Gurruchaga 2473, Capital Federal / email: [email protected]

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