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Viernes, 7 de agosto de 2015

ESCENAS

Triunfo, luego existo

Integrante de una familia de celebridades, Ana Livingston construye en Adicta al fracaso una operación actoral que coincide con la acidez que destilan los textos de Silvina Ocampo.

 Por Alejandra Varela

Ella es el tema. Todo lo que no le sucedió. Lo que le impidieron hacer. Esa vocación de actriz desbarrancada si les hubiera hecho caso a ellxs, a los que le dijeron que no. La actriz Ana Livingston encuentra en el relato de sus desdichas una epopeya que parece elegirla como autora, entonces la desgracia se trastrueca en representación, en un arte de propiedad irrenunciable porque sólo le pertenece a ella.

Aquí aparece un yo inmenso, femenino, que saca sus armas fantásticas para cortar y masticar ese destino plagado de directores y productores que se empeñaron en acotar a Livingston al fragmento episódico de algún programa de televisión. Si la autorreferencialidad era, en los años noventa, un modo de abandonar la política para darle a la experiencia el lugar de lo absoluto, en Livingston funciona como una respuesta hacia ese orden que la excluye. Un monólogo que podría leerse como un diagnóstico de esa selección un tanto espeluznante a la que deben someterse las actrices para lograr entidad, existencia.

Porque si el éxito funciona como una llama que impulsa subjetividades, Ana sabe perfectamente que ese fuego está allí, desbordante, en las personas que la rodean.

Ella pertenece a una esfera privilegiada y al mismo tiempo se desmarca para dejar entrar la deformidad. En su interpretación todxs han sido inundados por esa falla, ella habla y lo perfecto se revela como un dibujo más intrincado y áspero. Desde las redes sociales o desde un escenario donde se encuentra sola, asistida en su confesión por apariciones proyectadas en una pantalla de esos personajes familiares que demuele con palabras revestidas de afecto, Ana hace una puesta en escena de la sinceridad que entra en tensión con el género del biodrama.

Si bien Ana acepta estar ejecutando el boceto de esa exploración teatral, lo que en la creación de Vivi Tellas funcionaba como el intento de llevar a escena lo real, de ensayar si el teatro podía albergar las formas del documental, en Ana se convierte en una acrobacia teatral que hace de la realidad un espejo que hay que romper a martillazos.

El fracaso del que Ana intenta curarse está ligado a una construcción capitalista de pertenencia, de integración, de tocar el límite de la supervivencia. Pensar que su espectáculo se limita a la risa que esa no concreción del éxito por parte de una mujer que parece dotada de todos los recursos para lograrlo despierta en el espectador, sería desentenderse de la intervención política que una biografía llevada a la escena teatral como verdad cruda, como ofrenda confesional, puede provocar.

Si lo privado se ha vuelto materia de exposición es porque primero se lo endulza bajo la letra de la invención. Miles de autorxs anónimxs exhiben en la web la vida que desean y la pulen y emprolijan para que nadie descubra dónde está el detalle que desarma la maqueta.

Ana realiza la operación inversa al mostrar, en un espacio donde se supone que va a acontecer la ficción, una dimensión de lo real que en su palabra, no en los hechos, se inflama hasta convertirse en hiperrealidad. Del mismo modo que al contar sus adversidades en Facebook Ana señala la mentira de lxs otrxs, rompe el pacto y promulga identificaciones y enemistades.

Como monologuista se hunde en las aguas de lo insoportable, destaca lo inexplicable, lo ilógico, es la chica que probó las recetas y entendió el engaño, entonces se para en escena para decirlo y el riesgo de que todo estalle, de que su papá o su ex marido que están allí, sentaditos en la platea, se subleven por sus infidencias, se intuye tan próximo y a la vez tan imposible como esa manera inhóspita y contradictoria de ser actriz y madre y enamorarse y no entender por qué esa buena fortuna parece estar en otra parte.

Adicta al fracaso, escrita e interpretada por Ana Livingston y dirigida por Carlos March, se presenta los sábados de agosto a las 20.30 en el Centro Cultural Borges, Florida 737, CABA.

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