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Viernes, 14 de agosto de 2015

ENTREVISTA

En la cuerda tensa

La Dirección General de Investigaciones de Amnistía Internacional está a cargo de una mujer que considera que su condición de género facilita la posibilidad de investigar la situación de los derechos humanos en los lugares más conflictivos del planeta. Anna Neistat es periodista, abogada y activista. Nació en Rusia, estudió en Estados Unidos y vivió en Siria, Afganistán, Chechenia y Pakistán, entre otras zonas en crisis. Alerta sobre el crecimiento del matrimonio forzado entre adolescentes y pide mayor atención internacional al conflicto en Oriente.

Anna Neistat es la directora general de Investigación en Amnistía Internacional. Es la responsable de liderar y desarrollar el programa global de investigación del organismo internacional. Empezó a trabajar como periodista en Rusia, estudió abogacía en Estados Unidos y hace dieciocho años que investiga sobre derechos humanos en zonas en conflicto de todo el mundo, como Afganistán, Chechenia, Haití, Kenia, Nepal, Pakistán, Sri Lanka, Siria, Ucrania, Yemen y Zimbabue. También fue directora asociada de Programas de Human Rights Watch y se la conoció como una de las protagonistas de la película ETeam, que muestra el trabajo de riesgo de Anna en Siria. Ella cree que ser mujer es una ventaja para poder cubrirse con una burka y que sus ojos claros y su cuerpo no entorpezcan su trabajo sino que la vuelvan invisible. También vuelve orgullo la mirada de subestimación por su condición de género. Anna visitó la Argentina y le dio una entrevista a Las/12, en donde resaltó que los matrimonios forzados y la violencia sexual son dos de los problemas más graves que afectan a las mujeres en Siria –donde más puso su foco en el último tiempo– y otras zonas de conflicto.

Nació en Moscú, Rusia, hace treinta y nueve años. Creció mientras se caía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la URSS pasaba de ser la contratara de la Guerra Fría a un sello histórico ya sin mapa ni martillo. La Perestroika o la revolución a la revolución comunista empezó en 1985 y la sorprendió en su adolescencia con muros caídos, prohibiciones levantadas y repartos igualitarios que empezaron a buscar un ganador del sueño americano globalizado, incluso, para rusos y rusas. “Tuvo un impacto sobre mi vida y sobre mis elecciones”, cuenta ella. No bien terminó la secundaria quiso ser periodista para trabajar en una radio independiente, que era la meca de la libertad para quienes sentían que habían crecido con bozales. Empezó a hablar de disidentes, reformas legales y derechos humanos. A los veintiún años creó su propia ONG sobre el trabajo en las prisiones rusas. Cruzó a Estados Unidos a seguir estudiando. Allá se recibió de licenciada en Derecho en Harvard y escaló al título de doctora en Jurisprudencia y en Derecho y terminó dos maestrías: en Historia y Filología. Además integra el Colegio de Abogados del estado de Nueva York. Pero no son los honores lo que la distinguen sino las pisadas y la mirada sobre los terrenos con terremotos sociales y políticos. Desde el 2001, comenzó a trabajar en Human Rights Watch con los equipos de emergencia. Sus últimos doce años mantuvo los pasos con los pies en los principales conflictos mundiales. Y con la cabeza en nuevas metodologías de investigación en derechos humanos. Aun cuando su cabeza tenga que estar tapada con una burka.

¿Es una ventaja o desventaja ser mujer para trabajar desde zonas de conflicto?

–Es una ventaja porque podés tener acceso, al menos, a la mitad de la población. En muchos de esos lugares las mujeres no pueden hablar con un investigador hombre. Pero aún con los hombres a mí se me hace más fácil llegar a ellos porque se sienten más cómodos o menos amenazados frente a una mujer. Y, además, tenés más posibilidades de acceso. Te ponés una burka, vas al auto, pasás el punto de control y listo. En cambio, la mayoría de los hombres no pueden hacer eso. Los estereotipos de género son funcionales para las mujeres porque no te ven como una amenaza. Y no hay nada más satisfactorio que hablar con un general ruso o con uno afgano que te mira y te dice “nenita” o “pibita” y son muy condescendientes con vos. Pero, al final de la entrevista, se dan cuenta de que te dan mucha más información de la que habían planeado. Verles el cambio de cara vale toda la humillación anterior.

¿Cuál es tu trabajo?

–El trabajo que hice en Siria, cuando estuve en Human Rights Watch y que ahora proseguimos con Amnistía, es una respuesta más amplia a las crisis en todo el mundo. Tiene una metodología levemente diferente a las otras metodologías en derechos humanos. Estas son situaciones que requieren acción inmediata y tratamos de actuar así.

¿Cuándo fuiste a Siria por primera vez?

–Yo empecé a trabajar en Siria en el 2011, cuando el conflicto recién comenzaba, y no hay nada más deprimente que ver el conflicto en los últimos cuatro años. Al principio había manifestaciones pacíficas llenas de esperanzas, que desembocaron en una guerra totalmente abierta en donde los civiles están entre la espada y la pared. Hay matanzas, abusos, torturas, ataques químicos, bombas por la falta de presión política exterior para ponerle un límite al gobierno de (Bashar al) Asad y a quienes lo apoyan y también la falta de respuesta ante la crisis tan importante de refugiados que tenemos hoy. Y ahora tenemos una nueva dimensión, que son las violaciones que comete el Estado Islámico.

¿Las mujeres son víctimas de violencia sexual?

–No detectamos un alto nivel de violencia sexual como en otros conflictos. Entrevisté a mujeres que han sido violadas en los puntos de control, en el camino, mientras intentaban huir. Es una violencia oportunista. No es una violencia sistemática por parte de un gobierno, a diferencia de otros conflictos en donde estuve.

¿En cuáles conflictos pudiste observar violencia sexual sistemática?

–En la ex Yugoslavia, en Chechenia y en Congo.

¿Qué otros problemas traen para las mujeres los conflictos armados?

–Las mujeres quedan solas como cabeza de hogar porque los hombres están luchando o porque los mataron. Y las niñas jóvenes en los campos de refugiados son obligadas a casarse.

¿El problema del matrimonio forzado afecta cada vez más a las niñas y adolescentes?

–Las personas huyen de Siria hacia Jordania, Turquía y Líbano, principalmente. Jordania es de difícil acceso, pero las personas provenientes del sur de Siria tratan de cruzar la frontera y hay campos de refugiados en los límites. En Jordania es un problema y lo exponemos para tratar de atraer la atención de las autoridades. Y se agrava porque muchos de los refugiados no viven en campos de refugiados sino en tiendas informales o en casas o asentamientos con familiares y en esas situaciones es donde hay más vulnerabilidad de casamientos forzados porque, por lo general, en los campos de refugiados hay más protección de organismos internacionales. Pero no todo el mundo tiene acceso a los campos de refugiados. Y por las situaciones de urgencia las familias se pueden ver forzadas a vender a sus niñas para que se casen.

¿Cómo participan las mujeres en la lucha por los derechos humanos?

–En Siria me sorprendió el porcentaje muy amplio de las mujeres que son defensoras de los derechos humanos. Antes del conflicto era más seguro que las mujeres hicieran este trabajo. Pero el conflicto lo cambió todo. Ahora documentamos casos de defensoras de derechos humanos que fueron detenidas y sometidas a torturas y también de desaparecidas.

¿Hay un retroceso en los derechos de las mujeres a causa de los conflictos en Medio Oriente?

–Sí, hay una regresión. No es por un ataque a los derechos de las mujeres, sino por un conflicto armado de grandes dimensiones. Es una de las consecuencias del conflicto armado y no un ataque específico a las mujeres. Pero, desgraciadamente, es un hecho que las mujeres son las que más sufren durante un conflicto armado.

¿En Irak o Palestina los ataques de Occidente generaron una reacción de grupos islámicos con una ideología de opresión a las mujeres?

–No estoy segura de que sea el ataque occidental lo que creó esto. Pienso lo opuesto. La falta de participación de Occidente creó esta radicalización. En el 2011 y 2012 no había una radicalización extrema. Pero, a medida que Asad comenzó a atacar a las oposiciones pacíficas y a grupos seculares, esto creció. Estos grupos esperaban el apoyo de Occidente y que intervinieran como habían hecho en Libia, para mejor o peor. Y después de que estas esperanzas no fueron abordadas se pasaron de bando y comenzaron a solicitar apoyo a personas en Arabia Saudita, que desembocaron en lo que tenemos hoy en día. Ellos esperaban una cierta protección contra las fuerzas del gobierno que los estaban atacando y, desgraciadamente, el Estado Islámico se convirtió en esa fuerza. Es un conflicto difícil de resolver.

¿La invasión norteamericana a Irak no generó una reacción en grupos islámicos de radicalización y apología de una interpretación islámica conservadora enfrentada a la occidental?

–En Irak también hubo una presencia que no fue muy buen gestionada y después el retiro también fue bastante caótico. Estados Unidos estuvo presente en Irak durante diez años y se podría haber visto un desarrollo totalmente diferente. Pero, en el momento en que los Estados Unidos se retiraron, la sociedad estaba claramente radicalizada y las aspiraciones de las personas no habían sido abordadas. Era una tierra fértil que permitió que surgiera una nueva fuerza, mientras que las fuerzas de Irak no estaban preparadas para responder. Nadie calculó qué era lo que estaba por venir.

¿Qué buscan los talibanes o el Estado Islámico al oprimir a las mujeres como punta de lanza ideológica?

–Dicen que eso es lo que les dicta la religión que hagan. Aunque no es correcto si una lee con cuidado el Corán. Pero todas las partes en conflicto están temerosas del poder que pueden llegar a tener las mujeres. Hay que ver el caso de Malala (Yusuzfai, la joven paquistaní que sufrió un intento de asesinato por ir a estudiar en un micro escolar cuando tenía quince años y en el 2014 recibió el Premio Nobel de la Paz.) Una sola niña está cambiando el acceso a la educación de las nenas en todo el mundo, no sólo en Pakistán. En Afganistán hay algunas congresistas muy jóvenes que son mujeres impresionantes y cuestionan al establishment tradicional, no sólo los derechos de las mujeres, sino también a los caciques que comienzan las guerras y que se sientan en el Congreso. Imaginate si tuvieran acceso a más educación. Sería un desafío importantísimo para estas sociedades. Los extremistas quieren oprimir a las mujeres y el gobierno de Afganistán y de Irak no quieren promover los derechos de las mujeres. Pero es la visibilización de la fuerza de las mujeres.

Se difundieron videos del Estado Islámico lapidando a mujeres por considerarlas infieles o de lanzamientos desde edificios de gran altura a varones por acusarlos de homosexuales. ¿Son verídicos estos atentados?

–No documentamos las agresiones a homosexuales, pero no me sorprenderían. No veo nada que desentone con su conducta en general. Pero sí vimos violencia sexual, matrimonios forzados y agresiones contra asirios, que es una etnia minoritaria en Irak, y que publicamos como informes.

¿El ataque al periódico satírico francés Charlie Hebdo, el 7 de enero pasado, fue un hecho aislado o una nueva forma de violencia de grupos islámicos en Europa?

–No fue un hecho aislado. Después de la primera publicación de la caricatura de Mahoma fue un incidente bastante violento, pero no es aislado. Nos interroga sobre el estado de Europa y la comunidad musulmana, que cada vez crece más, y los migrantes que están cruzando las fronteras. Es una crisis mundial y financiera que Europa no está resolviendo.

¿Es preocupante que crezca la islamofobia?

–Sí, estoy preocupada por la islamofobia. Es más peligroso para los varones jóvenes que se identifican rápidamente con los musulmanes que para las mujeres en cuanto a la posibilidad de recibir violencia física.

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