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Viernes, 10 de enero de 2003

SOCIEDAD

Saltar con red

La Red de Mujeres Solidarias es una articulación entre grupos de feministas que trabajan con perspectiva de género, y los movimientos populares –asambleas, piquetes, cooperativas– en los que si bien las mujeres son mayoría, las reivindicaciones igualitarias no llegan a cada hogar. “Revolución en la Plaza y en la casa”, es una de las consignas bajo las cuales se llevan a cabo talleres y dramatizaciones para tomar conciencia de todo lo que falta para la equidad.

 Por Marta Dillon

Carolina se planta delante de la bandera y explica sin mucha paciencia lo que está a punto de suceder. “Resulta que yo me voy a la ruta y él, que es mi marido, se queda cuidando al nene. ¡Bah! cuidando es un decir, porque el chabón ni bola le pasa al pibe.” Carolina no cumplió los 24, usa bermudas y una remera roja con unos bonitos apliques de moco infantil que su hijo, un grueso bebé de 10 meses, le prende en el pecho como crespones. “Nosotras somos los piqueteros y allá está mi casa”, insiste, como si no la terminara de convencer la fantasía del espacio escénico. Esto no es exactamente un escenario al fin y al cabo, es apenas un semicírculo de pasto húmedo y por eso tan verde; limitado por las mujeres que se sentaron alrededor para darle esa forma al lugar donde se va a actuar, con el telón de fondo de una bandera de letras violetas. Delante de la bandera entonces, en el centro de la plaza del Barrio Mitre, en San Miguel, comienza la primera función: “¡Piquetero, carajo!, ¡piquetero, carajo!” repiten las mujeres que están de pie recreando un corte de ruta. Carolina se impacienta, gesticula hacia su costado, buscando con el rabillo del ojo a quien debería hacer de marido. “Dale, boludo”, susurra aunque todos la escuchen, exigiendo que la liberen ya mismo del padecimiento de estar ahí haciendo como qué. Entonces el marido entra en escena, con un niño en brazos que literalmente arroja sobre Carolina.
–¡Acá tenés a tu hijo, loca de mierda! ¿Qué te creés, que te lo voy a cuidar todo el día?
–Yo vengo a luchar acá, ¿me entendés?
–Qué luchar ni qué carajo, mirá la hora que es y ni siquiera hiciste la comida. Ya mismo te mandás a mudar para la casa.
Desde el contorno del improvisado escenario, las risas parecen desmentir la docilidad de la muchacha de remera roja que no puede sostener la dramatización más de dos pasos. “Yo ahora me voy porque ésta es la primera situación, pero así no puede ser. Ahora vamos a mostrar cómo queremos que sea”, se apura Carolina en seguir explicando, no vaya a ser que alguien se confunda con ella, porque a ella que nadie se atreva a decirle nada. La escena que sigue muestra a marido y mujer en la ficción yendo del brazo al piquete mientras Carolina explica al público que el matrimonio habló y aclaró todo, que ahora entendieron que los dos tienen que luchar; el hombre y la mujer porque los dos son iguales. ¿Y el niño? Está en la guardería, porque ya que ésta es una dramatización que pone en acto los deseos, por qué no tener una guardería donde dejar los chicos. Además, la organización de guarderías es una reivindicación básica de la Red de Mujeres Solidarias, organizadoras de este taller de reflexión y dedicadas a trabajar sobre el empoderamiento de las mujeres que ya son protagonistas de diversos movimientos sociales pero que todavía no terminan de apropiarse de los espacios ganados, en la casa y en la calle.


En los movimientos piqueteros, frenando los remates de los campos hipotecados, en los reclamos contra la impunidad de la violencia institucional, en las fábricas tomadas y recuperadas para la producción, incluso en las asambleas barriales, las mujeres son mayoría. Desde que las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a caminar en torno de la Pirámide, inaugurando un nuevo modo de resistir y denunciar el poder genocida de la dictadura, las mujeres han aportado a los movimientos sociales herramientas de lucha y resistencia inéditas. Son ellas las que, organizando eficazmente los ritos de la vida cotidiana en cualquier ámbito, han sostenido piquetes, tomas y acampes en lugares públicos para exigir lo fundamental: pan, trabajo y dignidad. Pero esas mismas mujeres que pueden ser encargadas de la seguridad en las marchas o poner el cuerpo frente a la represión, que pueden trabajar en el monte como las piqueteras de General Mosconi, que saben cómo organizar una olla popular, a las vecinas del barrio o a una columna entera de manifestantes suelen volver a sus casas y cargar sobre sus espaldas todo el peso del trabajo doméstico. Esas mismas mujeres entienden cuando sus maridos se ponen agresivos o celosos por su vida pública. Esas mujeres bravas son las que prefieren quedarse calladas para que hablen los dirigentes varones, porque ellos saben mejor, tienen más experiencia o al menos gritan más fuerte. Ellas están para poner el cuerpo cuando la crisis apremia, cuando la urgencia lo exige. Después, volverán a sus cosas, a mantener el hogar haciendo trabajos domésticos por horas, a cocinar para todos, a limpiar para todos. Para la vida pública, dicen por ahí, están los varones. Y esto pocas veces se discutía más allá del coto del movimiento de mujeres. Pero la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 desbordó las vallas de esas falsas comarcas que cuestionaban aisladas el orden social desde distintos enfoques. De esos encuentros que se fueron multiplicando surgieron consignas –”piquete y cacerola, la lucha es una sola”– y organizaciones como la Red de Mujeres Solidarias, que se propone como “un puente entre el movimiento de mujeres (donde hemos aprendido a trabajar en red, a aceptar la diferencia, a organizarnos de manera democrática y horizontal), y los movimientos sociales donde las mujeres somos las verdaderas protagonistas”, según lo explica Karina Ferraris, referente de la Red. Durante el año otras agrupaciones feministas comenzaron a romper el cerco universitario que se impuso –y se autoimpuso– a este movimiento para trabajar junto a otras mujeres y sobre el territorio de la praxis. Las Feas –feministas autoorganizadas– empezaron a reunirse con el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano, y las Mujeres de la CTA ahora cuentan con bandera propia, aunque la Red también se reconoce como parte de esa central obrera. “Nuestro trabajo –dice Karina– es articular desde una perspectiva de género con los movimientos sociales para visibilizar estas relaciones asimétricas y de dominación entre hombres y mujeres. Porque vos podés tener una mirada de clase, pero es tuerta si no sumás también una mirada desde el género. Si tenés mujeres dirigentes que cuando vuelven a su casa sufren violencia doméstica todo se va para atrás. Es necesario fortalecer esa dirigencia incipiente y romper el techo de cristal. Porque, aunque a la izquierda se le haga difícil, si el protagonismo de las mujeres no se traduce en liderazgos que rompan el techo de cristal el problema de legitimidad será para todo el campo popular.”


“La mujer que se ocupa de la organización barrial se despreocupa de sus obligaciones de la casa.” Zulma Susana escucha la frase que lee una de las chicas de pechera violeta –y pintado a mano el nombre de la Red– y enseguida tiene algo para decir: “No es así. Si una se organiza puede hacer todo. Yo, por ejemplo, soy cartonera, mis hijos saben lo que hace lamadre por ellos. Ahora estoy con un plan, pero igual si tengo que salir o si tengo que ir al piquete le digo a Marisol: ‘Lavame esto y haceme lo otro’ y cuando vuelvo está todo listo”. Es una mujer prolija y arreglada, con una melena espesa, ondulada y azabache que le llega a la cintura y que ella acomoda detrás de la oreja cada vez que va a explicar algo. Tiene 34, seis hijos y cuatro dientes ausentes en su sonrisa que se han ido cayendo de tanto amamantar y de tan lejos que quedó siempre el dentista. “Ahora que la Marisol es grande yo estoy más tranquila, pero si no igual, te levantás antes y dejás todo arreglado”, termina Zulma. Otra mujer asiente con vehemencia, ella también puede con todo: “Y bueno –dice–, las mujeres estamos acostumbradas a la multitarea. A mi edad, ya sabés que es así. A veces las chicas no entienden, pero hay cosas que no le podés pedir al varón”.
–¡Qué no! ¿Y por qué, si se puede saber? Ustedes son muy vivas, todo le piden a las hijas y nosotras podemos ayudar, sí, pero a una le molesta que le pidan todo. En mi casa las chicas vamos al piquete para que las mujeres grandes no tengan que andar de acá para allá. Yo la ayudo a mi mamá pero me revienta cuando te dicen hacé esto, hacé lo otro como si los demás fueran paralíticos. Que los chabones se laven su mugre.
Mientras habla Cinthya mueve la cabeza como uno de esos perritos que viajan en las lunetas de los autos, pivoteando sobre un punto fijo. Su flequillo termina en una perfecta línea recta sobre las cejas depiladas; debe hacer calor bajo esa remera negra con hojas verdes estampadas. Todavía le faltan un par de años para terminar la escuela secundaria. Entre ella y Zulma se da una discusión que la coordinadora de la Red, de alguna manera, disfruta. De esto se trata, en definitiva, de poner en discusión lo que se supone establecido, seguro, aceptado. Con más o menos resignación. Y el cuestionamiento sucede en la plaza, en un espacio público que se interviene con estos temas que se suponen privados pero que es necesario quitar de ese claustro. Si la política con mayúsculas, como dicen en los movimientos barriales, es la que se hace en la calle, a la calle hay que llevar el reclamo para que se termine esa desigualdad que oprime en privado. Tal como se pintó sobre la Catedral de Buenos Aires el último 8 de marzo: “Revolución en la Plaza y en la casa”.


Una mujer es el principal sostén económico en casi la tercera parte de los hogares argentinos. Es esa presión numérica la que obligó a la corrección política en el lenguaje de la asistencia social, hace unos años hubiera parecido innecesario hablar de “jefas y jefes” de hogar. Hoy, nombrarlas es una imposición de justicia, aunque la brecha salarial de las mujeres sea de un 28 por ciento con respecto a los hombres y crezca hasta el 33 en el caso de las graduadas universitarias. Ocho de cada diez centros piqueteros están conducidos por mujeres, pero cuando se llega a las reuniones plenarias, a la conducción regional o nacional, sólo se escuchan voces masculinas. “Es que a muchas de nosotras se nos hace un nudito en la garganta cuando queremos hablar delante de tantos. Los hombres tienen más cancha, nosotras es como que preferimos quedarnos a un costadito”, dice Cecilia, dirigente local de Barrios de Pie de Trujuy, en San Miguel. La Red de Mujeres Solidarias se articula fundamentalmente con este movimiento piquetero, intercambiando saberes académicos con esas estrategias de sobrevivencia esenciales en los barrios arrasados por la desocupación y la pobreza. Las mujeres asumen allí sus dificultades para hablar pero en los talleres que organiza la Red fortalecen la conciencia de que es necesario hacerlo y de que pueden hacerlo, de eso se trata, para Karina Ferraris –referente de la Red a pesar de que ésta es una organización horizontal–, el empoderamiento. “Cuando fue el corte del puente Pueyrredón del 26 de junio las compañeras de la zona Sur habíanlogrado imponer la necesidad de organizar una guardería, les hicieron entender a los compañeros que los hijos no pueden ser un impedimento para la lucha sino el motivo principal por el que se movilizan. Se lo lleva al piquete porque no hay dónde dejarlos. Ese día se valorizó doblemente la guardería.” Desde entonces, en Villa Fiorito, por ejemplo, algunas reivindicaciones propias del género se empezaron a escuchar con fuerza desconcertando a sus compañeros y haciendo visible lo que se supone secreto: “Sí –dijo una mujer en ese barrio durante una asamblea–, nosotras queremos luchar por la leche para los chicos y los bolsones de comida. Pero también por las toallitas, ¿o qué se creen que nos vamos a poner nosotras?”


“La mujer que anda por ahí, que sale a la calle, al piquete, se expone a que le falten el respeto.” Esta es una de las frases sobre las que les tocó reflexionar a las chicas del grupo cuatro, en un jirón de sombra, bajo un muro. Desde allí pueden ver a los hijos que se les escapan a la plaza; los más chicos se enredan entre las piernas de los que juegan al fútbol y cada tanto vuelven en brazos de alguno que desearía un control más estricto para esos niños. Son cinco en total las rondas de mujeres que debaten, igual que en los talleres que regularmente se hacen en los barrios del Conurbano bonaerense y de Salta, Neuquén, Córdoba, Río Cuarto, Mendoza y Corrientes, donde está organizada la Red. Los temas de los talleres rondan en torno a la planificación familiar, la violencia doméstica y el liderazgo de las mujeres, aunque entre las consignas propuestas siempre se mezcla lo que surge espontáneamente de los encuentros. “A los hombres hay que saber manejarlos, ellos te quieren poner el chip de lo que tenés que hacer, lo que les tenés que decir, cómo tenés que ponerte en la cama. Pero la verdad es que al hombre hay que hacerlo como vos querés que sea.” Lucía se jacta de sus 35 años de matrimonio y de tener una muñeca para manejarlo mejor que la de Ayrton Senna. Cuando la consigna que lee la coordinadora, con audible tono universitario, dice que el hombre tiene que mantener el hogar Lucía asiente con vehemencia. “Y sí, si tiene un buen trabajo... lástima que ahora nadie tiene un buen trabajo.” Escuchando a estas mujeres es fácil advertir que la mayoría está en el vértice de una bisagra, desde que van al piquete ya no son las que eran, desde que se juntan la mayoría de las tardes hay cosas que no volverán a suceder. Paula se ríe con una picardía que había dejado muy lejos en el tiempo, “la otra vez lo llamé desde la Plaza de Mayo para decirle a mi marido que me quedaba al acampe. ¡Rojo se debe haber puesto! ‘¿Y cuándo volvés?’, me preguntó. ¡Calculale tres días, le dije!” Las risas de todas estallan, la mayoría pasó por situaciones similares aquella vez en que desafiaron todos los acuerdos e instalaron sus carpas en torno a la Pirámide de Mayo. Los varones, sin duda, tampoco son los mismos. La emancipación de las mujeres los ha obligado a cuidar chicos cuando esperaban hacer nada, a preparar comidas con cualquier cosa a riesgo de pasar hambre, a esperarlas. “Lo ideal sería que vinieran con nosotras –dice Paula–, pero a él no sé, es como que le da vergüenza, me dice que por 150 pesos no puedo andar por ahí como una loca. Pero él no entiende que hay que ir al corte para poder seguir viviendo.” Paula no quiere que su marido la deje de molestar. Paula quisiera que él la acompañe al piquete.


Hay algunos varones entre las mujeres que participan del taller de la Red. Todos pertenecen al movimiento Barrios de Pie y quieren ser la punta de lanza que aliente a otros varones a abrir espacio y conciencia sobre la asimetría entre los géneros. Son los más dispersos, sin embargo, ellosprefieren hablar de la conciencia de clase, de los privilegios de la burguesía. Pero sus esposas están orgullosas de verlos ahí, se esponjan como pavos reales cuando dicen cuánto ayudan esos hombres en las casas, cómo comparten el cuidado de los chicos. Para el cierre del taller cada grupo prepara una dramatización que ponga en acto lo discutido, que convoque alguna carcajada, que les permita imaginar el lugar donde cada una quisiera estar. Los hombres también actúan, trastabillan un poco cuando tienen que hacer de maridos comprensivos, el papel les sale obsecuente. Hay que decir en su favor que el personaje del hombre dominante parece tener muchas más potencialidades dramáticas, hay risas nerviosas cuando alguno, recostado sobre el césped y mascando un pasto, se queja porque no tiene ni puchos ni plata para el vino, justo cuando llegó la mujer del piquete “con ganas de descansar y de lavarme los pies”. Cuando el sol se cuele oblicuo entre los árboles, la jornada habrá terminado. Lo último que sucederá será la lectura de una cita de otro taller en el que la Red participó, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, pero dirigida a los propios compañeros de los movimientos sociales y de los partidos de izquierda a los que la mayoría pertenece: “Somos las grandes desobedientes civiles de todos los tiempos. Les ofrecemos esta experiencia y les pedimos que no nos vengan a decir, cada vez que planteamos en una asamblea o en un debate que se incluyan los reclamos de género, como la violencia sexual o el aborto: ésas no son cosas prioritarias. Son prioritarias si lo que queremos lograr es un mundo nuevo. No queremos escuchar aquello de que hay que hacer la revolución y luego resolver las cosas de mujeres. Porque cambiar las cosas de las mujeres es parte de la revolución”.

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