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Viernes, 2 de abril de 2004

INUTILíSIMO › INUTILíSIMO

recatadamente

Menos mal que los guardianes del encanto femenino siempre emergen en el momento que más los necesitamos, justo cuando las erradas costumbres de la vida moderna nos confunden con sus cantos de sirena. Para reubicarnos en el sitio que nos corresponde lo tenemos, en esta oportunidad, a Pedro N. Urcola, autor de Comportamiento y cortesía (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1966), quien nos recuerda que, para nosotras, ser plenamente un ser humano no debe en ningún caso significar “volver a casa a altas horas de la noche, fumar cigarrillos y beber licores en torno de la mesa del café, sacar de paseo a un amigos en automóvil, etcétera...”. Son estos errores que a veces cometemos sin tener en cuenta que “nunca la mujer es más mujer que cuando conserva intacta su feminidad, su recato, su misterio”. El lamentable equívoco reside en creer que imitando al hombre “hasta en la manera de sentarse”, provocaremos en él mayor atracción y estima. Nada más alejado de la realidad, y sin embargo “ser un compañero con faldas –¿y qué de los pantalones?– parece ser la máxima aspiración de no pocas señoritas, que despilfarran en los clubes y otros lugares de diversión preciosas y largas horas de juventud”.
A tiempo llega, pues, nuestro Pedro N. para aconsejarnos y también ayudarnos a ahorrar dinerillos a la vez que nos levanta así la autoestima (al menos, hasta cierta altura de la vida): “Las mujeres jóvenes son naturalmente bellas y no debieran usar afeites, cremas o coloretes: es como querer enmendarle la plana al divino artista que las hizo hermosas: un ángel pintado es una indigna mascarada”. De todos modos, si por razones de madurez (física) o para corregir algún defectillo necesitan ustedes retocarse el maquillaje, jamás han de hacerlo en lugares públicos ni delante de terceros (salvo una amiga íntima), porque “es signo de superficialidad y coquetería: para el arreglo, la intimidad del tocador”.
Un paseo por la ciudad o simplemente el recorrido hasta el negocio de un proveedor cercano siempre conllevan riesgos si la dama en cuestión no tiene muy claro que “no debe favorecer con el más leve gesto la agresividad del varón, pues éste le saldrá al paso indefectiblemente con sus lisonjas, sus requiebros y ¡ay! con esas insignes groserías que componen el variado repertorio de los tenorios de esquina...”. Por todo ello, la discreción, el recato, deben cultivarse con esmero, evitando manifestaciones ruidosas, es decir “jamás hablar en voz alta cuando se va en compañía de amigas, nunca reírse de manera tal que llame la atención, pues corre el riesgo de ser juzgada desfavorablemente”.
Obvio es decirlo, pero el señor Urcola lo subraya por nuestro bien: queda pésimo “sonarse con fuerza la nariz, salivar en público, usar un lenguaje corriente y vulgar, gestos que resultan chocantes en la mujer y la colocan en una posición desairada, reñida con ese hálito de delicada feminidad, de gracioso encanto que constituye su mayor fuerza y a la cual han cantado los poetas de todos los tiempos”. Y nos seguirán cantando por los siglos de los siglos si seguimos obedientes las indicaciones de Comportamiento y cortesía, desde hoy nuestra Biblia personal.

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