las12

Viernes, 18 de junio de 2004

INUTILíSIMO

La risa bien temperada

La espontaneidad puede resultar muy bonita y cautivadora en algunos casos, pero no para sonreír y menos que menos a la hora de reír. Estas expresiones de simpatía o de alegre buen humor deben ser cuidadosamente dosificadas, puesto que tanto el exceso como la contención pueden tener efectos fatídicos. Así lo enseña el enciclopédico manual El arte de enamorar (Ediciones Gaeta, Buenos Aires, 1948). Comencemos por el primer escalón, el no tan simple arte de sonreír, “una de las mejores armas en la conquista de nuevas amistades y para hacer más agradable el trato con las personas que ya se conocen”. Una sonrisa discreta, mesurada, dará además “mayores posibilidades de triunfo en todos los órdenes de la vida, mientras que con un ceño permanentemente fruncido sucederá todo lo contrario”.
Desde luego, tampoco se trata de sonreír porque sí: este valioso recurso “debe ser empleado con motivo y moderación, incluso en el terreno amoroso, donde a veces una sonrisa intencionada dice más que mil palabras elocuentes”. En todos los casos, por favor, “una mujer debe sonreír con inteligencia, revelando su grado de cultura y buena educación. De este modo, atraerá más admiradores que aquella otra que, en su afán de sobresalir entre las demás, ría en forma ostensiva y, casi diríamos, alocada, revelando falta de tacto y desconocimiento de las buenas maneras”.
Y nosotras que hasta la fecha íbamos por la vida derrochando risas y sonrisas, sin medida y sin cálculo... Ahora ya sabemos que la sonrisa “deberá parecer natural, nunca exagerada y tampoco tan reiterada que los demás piensen que es por obligación”. Respecto de la risa propiamente dicha –”que puede definirse como un movimiento de la boca y la emisión de sonidos para denotar contento y sano optimismo”–, ésta debe ser aún más controlada que la sonrisa (siempre sin perder un ápice de fresca naturalidad, claro). Por cierto, lo peor de lo peor es la carcajada súbita y arrebatada: “Cuando se lanza en una reunión suena reprobable por lo que tiene de violenta y ruidosa, de grosera e impertinente”. Empero, tampoco es aconsejable el otro extremo: la risa disimulada o muy reprimida “que puede incomodar a los contertulios”. Finalmente y para que les quede bien claro: hay que reír “sin abrir demasiado la boca y sin producir sonoridades chocantes”. En otras palabras, que las risotadas quedan desde este instante definitivamente suprimidas de nuestras vidas.

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