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Viernes, 12 de noviembre de 2004

INUTILíSIMO

guantes a toda hora

No vayan a creer que porque el verano se avecina y el calor comienza a apretar, las mujeres que cultivamos en todo momento y lugar el arte de la elegancia podemos dejar de lado los guantes, ese complemento imprescindible de cualquier atuendo, ya sea de gala, formal o sport. Una dama con las manos desnudas, quizás hasta resulte un poco indecorosa, insinúa el Manual del detalle distinguido, de la señora María Luisa Estévez García (Ediciones Femeniles, Buenos Aires, 1941). Razones no faltan para pensar de esta guisa: recuerden ustedes que en la película Gilda, la atrevida Rita Hayworth recibía un soberano sopapo del viril Glenn Ford tan sólo porque se quitaba uno de sus largos guantes negros mientras entonaba “Put the Blame on Mame”, en el que se considera el strip-tease más breve y sugestivo de la historia del espectáculo.
Según el citado Manual..., los guantes –que fueron inventados por las tres Gracias para Venus, un día que la diosa se pinchó las manos corriendo entre los altos yuyos detrás de Adonis, como siempre de cacería– ya se usaban en el antiguo Egipto. En la Edad Media, los obispos calzaban guantes litúrgicos de malla de seda con hilos de oro, mientras que los de los sacerdotes eran de simple cuero negro. También había guantes para pajes, escuderos, guerreros, artesanos. Las señoras pudientes los llevaban ricamente recamados, con monograma y algún signo heráldico. Más tarde, en el Londres del Bello Brummell, un gentilhombre bien peripuesto debía cambiar de guantes cinco veces al día (costumbre que lamentablemente se ha perdido): a la mañana, para manejar la briska, los guantes tenían que ser de piel de reno; para la caza del zorro, de gamuza; para el regreso a la ciudad, de castor; para el paseo vespertino, de fina cabritilla; para ir al teatro, de hilo de cáñamo blanco, bordados en seda.
Sin llegar a tales extremos de sofisticación, y siguiendo las sugerencias del Manual del detalle distinguido, podemos ir pensando en bonitos y coquetos guantes lisos o calados –lo ideal sería el encaje de bolillo– para la estación más calurosa del año. Los colores pueden hacer juego con los de la ropa que llevemos, aunque el blanco siempre será bienvenido porque combina con todo. Su única desventaja es que al menor roce el tono níveo se oscurece, por lo que se recomienda encarecidamente llevar en la cartera al menos un par de repuesto. En cambio, el negro es un color más disimulado. Si se suda mucho, el Manual... propone dos pares de reserva, bien entalcados por dentro. Por la noche, para tener unas manos realmente de seda, se aconseja dormir con unos simples guantes de jersey de algodón, previa aplicación de aceite de almendras. Como pueden concluir, ni siquiera en la cama podemos estar desenguantadas.

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