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Viernes, 10 de junio de 2005

INUTILíSIMO

Santifiquemos la luna de miel

Por qué las mujeres han de sentirse obligadas a cumplir el rito viajero de la llamada luna de miel? Esta pregunta clave se la formula con todo derecho la Condesa de A, autora de La mujer en la familia (Montaner y Simón editores, Barcelona, 1907). “Todo el mundo considera el viaje de bodas como una costumbre, impuesta por la vanidad, el prurito de ostentación, el afán de darse tono. Todo el mundo la sigue porque no quiere ser menos que los demás”, apunta incisiva la Condesa. Sin embargo, partir de vacaciones el mismo día que se consagra el matrimonio, “no es el mejor noviciado posible del estado digno y sano que empieza tanto para la mujer como para el hombre”.

La autora de La mujer... considera este gesto como “una huida lejos de la familia, una manera brusca del marido de apoderarse de la mujer, quitándole todos sus apoyos”. Dicen que con ello gana el decoro, por cuanto la mujer no tiene que ruborizarse sino delante de desconocidos, pero puede que tenga que sonrojarse al ver su título de esposa menospreciado. Porque si la joven recién casada permanece cerca de su propia familia o la de su esposo, “no tiene que tener sino la natural y honrosa turbación que experimentaron su madre y abuelas, puesto que son infinitamente más hermosos, más dulces y más santos esos primeros días de matrimonio pasados bajo la protección de unos padres queridos, en ese cuarto para el cual la Iglesia tiene una bendición y en esa casa que va a ser para los nuevos esposos el pequeño mundo en el que van a transcurrir sus días en la paz, el trabajo, la concordia, la abnegación. Porque el hogar doméstico es el santuario más digno para la inauguración de la vida conyugal”.

¿No son esclarecedoras y tocantes las palabras de la Condesa de A? ¿Verdad que nos hacen repensar en cuántas imposiciones de la vida moderna cumplimos sin reparar en lo desacertadas que pueden ser? ¿Alguna vez nos pusimos a meditar en que nada nos obliga a tener las primeras intimidades en “el vulgar e impersonal cuarto de un hotel”? En cambio, como proclama La mujer en la familia: “¡Dichosa la novia que se ve conducida con amorosa emoción al que ha de ser su cuarto, como santuario, para toda la vida!”. De este modo, sí, a “esas semanas de dulces y tranquilos goces” se les puede dar el nombre de luna de miel, con todas las bendiciones del cielo. Y como si estas piadosas ventajas no fueran más que suficientes para convencernos de que el viaje después de la boda debe ser eliminado, pensemos en el dinero ahorrado, un detalle a tener en cuenta en los difíciles tiempos que corren.

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