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Viernes, 22 de julio de 2005

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Ama y señora

En la perfecta armonía de la vida doméstica residen todas las claves de la felicidad familiar, máxima aspiración de toda mujer que se precie. Porque es a la esposa y madre a quien corresponde la responsabilidad en este ámbito, como oportunamente lo advierte La Mujer en la familia (Montaner y Simón Editores, Calle de Aragón 255, Barcelona, 1907), un manual de renovada vigencia. Así como en la antigüedad la mujer hilaba lino y lana, castamente reclusa en el gineceo, en posesión del anillo destinado a sellar las puertas y los cofres de provisiones y ropa –sostiene el citado texto–, hoy debe llevar colgado al cinto el manojo de llaves, emblema de la autoridad de la señora de la casa. Empero, lamentablemente, “cierto modernismo se empeña en destruir estos principios: a algunas mujeres les parece muy pesada la dirección de su vivienda y con frecuencia asistimos al triste espectáculo de una casa entregada al abandono o en manos mercenarias. Es entonces cuando el desorden, la incuria y la imprevisión no tardan en acarrear catástrofes”.

Según La Mujer..., esas ocupaciones que pueden parecer prosaicas no lo son en absoluto. Por el contrario, le dan la ocasión a la dueña de casa de ser “el alma y la poesía del hogar, sobre el cual debe ser capaz de reinar con todos los atributos requeridos”. Por lo dicho, el título de mujer casera –después de los de esposa y madre– es el que más debe enorgullecerla. Así, desplegando todas sus cualidades femeninas –”orden, delicadeza, bondad, vigilancia, dulzura, abnegación”–, debe gobernar en la limpieza, el arreglo, la cocina, sin pretender jamás que el esposo, “que ya carga con la pesada tarea de velar por la conservación y el aumento de la fortuna” se aplique a tareas domésticas, que no son de su incumbencia y para las cuales no ha sido preparado.

De este modo, si el cónyuge entra en la cocina –aunque lo aconsejable sería que no la pisara jamás–, debe hacerlo bajo la mirada vigilante de la reina de la casa, pues es ella la experta en repostería, preparación de encurtidos, guisados y confituras, habilidades que debe practicar aunque cuente con auxiliares. Por otra parte, cuando la madre ejerce el arte de cocinar, transmite esta sabiduría a sus hijas, y así sucesivamente en una cadena netamente femenina.

Siguiendo entonces las exhortaciones de La Mujer en la familia, entendemos por fin que es muy importante evitar la confusión de obligaciones y responsabilidades para mantener el equilibrio hogareño. Sí, quizás haya gente moderna que opine que se trata de un reino pequeño y acotado, monótono y rutinario. Gente que nunca sabrá de la “noble soberanía que puede ejercer la mujer en el seno de la sociedad conyugal”.

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