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Viernes, 27 de enero de 2006

INUTILíSIMO › INUTILíSIMO

¿Madres o esposas

He aquí un dilema que nos concierne exclusivamente a nosotras, las mujeres, porque a ningún ser racional se le ocurriría plantear la pregunta: ¿padres o esposos? Es que en la mujer de hogar se acentúan deberes que tocan al varón en un grado menor. Sin embargo, nos tranquiliza René Biot (Dolores y gozos de la vida conyugal, Ediciones Dinor, San Sebastián, España, 1956): “La doble vocación de la mujer puede realizarse con perfecta armonía entre estos dos deberes”. Naturalmente, estamos hablando de esposas enteradas de que el amor conyugal está moralmente ligado con el don de dar vida. “Toda disociación sería entonces mortal para el amor mismo, pues se expondría a rebajarlo al nivel de simple uso carnal.” Horror y espanto que podemos soslayar si reconocemos con sencillez que “nuestro pobre corazón carnal sufre desviaciones que lo solicitan a veces en un sentido más unilateral, menos total”. Es sí que puede haber mujeres que, espontáneamente, se sientan más madres que esposas, “como también otras –sin duda en menor número– están más apegadas a su marido que a sus hijos”.

Como de costumbre, la armonía está en el punto medio, equidistante. Un delicado equilibrio que exige una observancia cotidiana, porque “sería una gran desgracia”, afirma René Biot, que esas madres de familia que se desvelan en exceso por sus hijos dejasen de lado a su marido, “como si sólo estuviese en el hogar porque ha sido necesaria su presencia para que la vida floreciese en vosotras: él sufrirá profundamente al sentir que no ocupa en vuestro corazón el lugar que le pertenece por derecho”. Como bien sabemos –y el señor Biot nos lo referenda–, las naturalezas femenina y masculina difieren bastante, por lo que el desempeño del marido en el hogar no es equivalente al de la mujer. Asimismo, cada uno tiene distintas maneras de expresar la ternura: virilmente el esposo, dulcemente la esposa. “A este título, y sin que la mujer pierda nada de su valor ni de su dignidad, es justo decir que el esposo es el jefe de la esposa, porque en la jerarquía de las facultades humanas, las cualidades del juicio están por encima de las de la sensibilidad.”

Es así, hijas, no hay vuelta que darle. Y no tiene el menor sentido rebelarse sino más bien agradecer que “el marido cumpla su deber de ser la luz, de ser guía. Porque él despierta las facultades de la mujer, he aquí el magnífico papel que le corresponde. Es él quien en el hogar debe ser el fermento de la vida intelectual y moral, así como el instigador de la vida biológica de ese hijo que el amor compartido va a traer al mundo”. Evitemos, pues, que la armonía hogareña naufrague entre gestos desubicados y aceptemos las cosas como son, según un consejero tan actualizado como el que hoy convocamos: “El hombre es el jefe de la mujer porque al marido le atañen responsabilidades superiores”. En otras palabras, al jefe lo que es del jefe, y a los vástagos el resto de nuestro corazón y nuestras fuerzas.

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