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Viernes, 9 de enero de 2004

INUTILíSIMO

Para escribirte mejor

En esta era de e-mails al correr del teclado, a menudo privados de primores de lenguaje, qué mejor que volver a las fuentes de la esmerada escritura de misivas que solían ser los manuales de fines del siglo XIX y comienzos del XX, como por ejemplo, el Nuevo secretario de los amantes o el arte e enamorar y ser afortunado en amores (Editorial Garnier, París). Según se nos informa en el prólogo, las funciones de este secretario epistolar son útiles en particular para las personas apasionadas –”puesto que son ellas las que escriben las cartas menos claras”– y las tímidas, por obvias razones. Créase o no, este volumen nos ofrece –y les ofrece a los caballeros– todo tipo de modelos epistolares, desde “la primera declaración de amor a una señorita muy joven” a la “respuesta de una mujer prudente que inmola con ternura su secreta inclinación a las conveniencias y la opinión”, sin dejar por supuesto de lado el “ensayo de reconciliación luego de una carta mordaz”.
Vayamos a los ejemplos concretos para así valorar el ahorro de creatividad que puede representar el Nuevo secretario, verbigracia, en la despedida de un novio que ha sido abandonado y así debe dirigirse a la causa de sus padecimientos: “Señora, no puedo aceptar sin quejarme el que mi buena fe haya sido engañada por las lisonjeras apariencias que parecían llevarme al puerto de la dicha (!) Baste decir a usted que en lugar de dejarme abatir por la perfidia, la vista de una mujer más digna de mi delicadeza despertará en vuestra alma los tormentos del remordimiento que completarán mi triunfo”. Si, en cambio, alguna de ustedes recibe una declaración de “un joven que se enamoró de repente de un amor puro y honesto”, después de comprobar la rectitud de sus antecedentes, puede responderle de esta guisa: “Caballero, siendo muy satisfactorios los informes que he tomado y viendo que usted goza de una reputación sin mancha, tengo el placer de anunciarle que será un honor para mí recibirle”. Pero si es un celoso incontrolable el que les ha escrito (“¿por qué me engaña usted?, ¿por qué me promete amor y constancia, y me impele al furor y la desesperación? etc.”), hay que guardar la debida distancia dedicándole la siguiente respuesta: “Caballero, he recibido su terrible carta, cuyo contenido no comprendo. Espero que nadie podrá informarle que en ninguna circunstancia de mi vida he faltado a las leyes de la modestia (!) Le juro que soy siempre su afectísima”.
Para cerrar esta sección –aunque volveremos en otra oportunidad sobre la inagotable temática epistolar– bien vale recoger algunas advertencias destinadas a los señores que leen de reojo este suplemento, a saber: “Del estilo: una carta amorosa escrita con alma, laconismo y finura es la cosa que penetra con mayor fuerza el corazón de una joven”. En próximas entregas, además de inesperadas fórmulas epistolares, conocerán ustedes recetas infalibles para mantener una correspondencia secreta mediante escritura invisible (¡hay otros materiales además del jugo de limón!). Sigan participando y saldrán ganando en prudencia, discernimiento y sabiduría.

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