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Viernes, 6 de mayo de 2005

EL MEGáFONO

Sexo y tradición

Por Enrique Tomás Bianchi*

En Secreta guerra de los condones (publicada en el New York Times, en 2003), N.D. Kristof informaba que grupos cristianos de diversas iglesias de EE.UU., apoyados por la derecha republicana, hacían una fuerte campaña argumentando que lo único seguro contra el sida era la abstinencia sexual, porque el virus pasaba igual por los poros del condón. El autor se preguntaba: ¿cómo es posible que se ponga en riesgo la vida de millones de personas al desacreditar el uso del condón? Ahora vemos reproducirse la polémica en nuestro país.

¿Cuál es la causa real de tanto encarnizamiento contra el uso del modesto adminículo? El pensamiento católico soporta el peso de una larga tradición de desconfianza respecto del sexo y, más específicamente, del placer que le es connatural. Como muestra, vayan algunos ejemplos:

* San Pablo: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas: bueno es para ellos quedarse como yo. Pero, si no se contienen, que se casen; preferible es casarse que quemarse”.

* San Agustín: El placer aparece como castigo por el pecado de desobediencia (pecado original), “qué amigo de la sabiduría y de las alegrías santas, que viva en el estado matrimonial... no desearía más bien, si estuviera en su poder, engendrar los hijos sin tal placer”, “la libido surgió sólo después del pecado”.

* Santo Tomás de Aquino: El sacerdote jesuita José Fuchs enumera distintos términos que el doctor angelicus emplea para referirse a la relación sexual entre los cónyuges (sí, leyó bien, entre cónyuges): “suciedad” (immunditia), “mancha” (mácula), “repugnancia” (foeditas), “depravación” (turpitudo), “deshonra” (ignominia). Dice Fuchs, como disculpa, que el Aquinate “estaba en la cadena de una larga tradición” y que por ello no pudo sostener una doctrina más libre”.

* El papa Inocencio X declaró en 1679 que la cópula conyugal “sólo por placer” no estaba libre de pecado, y ello motivó largas disquisiciones en los siglos siguientes que trataron de diferenciar entre la cópula matrimonial por placer y la cópula matrimonial “sólo” por placer. Este fue un arduo debate de teólogos y juristas canónicos, lleno de sutilezas.

No digo que hoy día se sostengan íntegramente estas excentricidades. Siempre se puede cambiar. A fin de cuentas, nadie piensa actualmente que en la mujer haya, comparada con el hombre, “algo defectuoso o accidental”, cosa que también afirmaba Santo Tomás. Otro ejemplo de cambio positivo: el antiguo Código de Derecho Canónico decía que el fin primario del matrimonio era la procreación y la educación de la prole, y el fin secundario la “ayuda mutua” y el “remedio de la conscupiscencia” (c. 1013). El nuevo Codex Iuris Canonici suprimió –¡recién en 1983!– estas desafortunadas expresiones, a la luz de las cuales los cónyuges se emplazaban recíprocamente en el poco envidiable status de oportunidad para un desahogo legítimo (ya decía San Pablo: “pero, por razón de la lujuria -sic–, que cada uno tenga su mujer, y cada mujer tenga su propio marido”). La tradición pesa. Corresponde a los especialistas dilucidar si ese pesimismo sexual estaba originalmente en la doctrina cristiana, o fue, más bien, consecuencia de influencias estoicas o gnósticas. Lo que sí creo es que ese pesimismo es lo que subyace, más allá de falaces argumentos científicos, en la “guerra santa” contra el preservativo.

* Secretario de la Corte Suprema de Justicia y profesor de la UBA.

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