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Viernes, 19 de marzo de 2004

PERLAS EN TV

Perlas y perlitas en TV

Hoy viernes a las 22: My Flesh and Blood, por Cinemax. No son los Freaks de Tod Browning ni Susan Tom es una versión de Madame Tratallini, la mujer que protegía maternalmente a sus chicos, los fenómenos del circo presentados sin exhibicionismo en su intimidad, en aquella obra maestra de 1932. Pero en algunos aspectos, este conmovedor documental de Jonathan Karsh se emparenta con Freaks –e incluso con otros films que se atrevieron a mostrar la deformidad física como The Mask (1985) o El hombre elefante (1980)–. Por ejemplo, en la mirada desprejuiciada, compasiva (en el sentido de ponerse en el lugar del otro, participar con simpatía de sus sufrimientos o carencias), que descubre la humanidad de las personas con alguna marcada diferencia, pese a que en principio sus anomalías puedan resultar chocantes o perturbadoras. Pero en el documental de Karsh que se verá hoy (y en repeticiones) no todo lo que se ve es motivo de compasión, aunque por cierto haya instancias que te aprietan el corazón, siempre sin caer en la demagogia sensiblera: el sentimiento que prevalece es el de la admiración por esa mujer gorda, amorosa, generosa, rebosante de energía, Susan Tom, que luego de tener dos hijos biológicos (que ya no viven con ella) empezó a adoptar chicos con alguna marcada discapacidad física, que en algunos casos conlleva serios problemas psicológicos. Trece hijos e hijas elegidos “con lo que fuera” por esta madraza que los ha educado trasmitiéndoles una alegría de vivir y un sentido del humor que les proporcionan momentos de plena felicidad, amén del desarrollo de capacidades más allá de lo previsible. Anche dando vuelta las normas: una de las chicas, sin piernas, se desliza sobre el hielo sobre un carrito a ras del suelo y luego sobre los patines puestos en las manos, tan contenta... Pero la escena más maravillosa y saludable es la que muestra a los chicos disfrazándose para Halloween, explotando alegremente sus particularidades, haciendo algún sketch de humor negrísimo.
Hay en My Flesh and Blood (Mi carne y sangre) un adolescente con una terrible enfermedad degenerativa de la piel, con muñones vendados y llagas que se multiplican, cuya hermana murió en casa de Susan de la misma enfermedad. Hay otro chico con una enfermedad respiratoria y una fuerte carga de violencia interna –cuya madre biológica, a la que añora mucho, no puede hacerse cargo– que muere durante el año que se filmó el documental. Sin embargo, con delicado tacto, el director evita las escenas lacrimógenas. “Todos los chicos, aun en los momentos más difíciles, ofrecen algo que amar y admirar en ellos”, dice Susan, la madre que vive al día, apenas con una ayuda gubernamental. Y que al cierre celebra con vecinos el cumpleaños de Anthony, esa dulce y sufrida criatura de inmensos ojos negros, condenada a muerte a breve plazo, que se mueve riendo al ritmo de La Bamba, mientras que Susan, con la sombra del dolor por el reciente fallecimiento de Joe, se da ánimos a cámara: “Es la vida y la vivimos”.

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