las12

Viernes, 18 de junio de 2004

URBANIDADES

¿Cosas de mujeres?

Por Marta Dillon

Fue en los primeros días de mayo que nos encontramos, después de haber viajado un día entero cambiando de aviones, abriendo manos y piernas en los aeropuertos para que el detector de metales manual –tan en boga como la violencia social misma en todo Latinoamérica– revisara sin tocarnos cada rincón del cuerpo. El destino fue Cartagena de Indias, Colombia, en un aeropuerto cuya pista divide perfectamente los contrastes: cuando aterricé pasaron por la ventanilla los ranchos precarios de los barrios bajos, tan pobres como en cualquier otro país del sur. El escritor Oscar Collazos fue nuestro guía la última tarde, haciendo un esfuerzo generoso después de una noche sin dormir y rodeado de seis mujeres que se despidieron en cuanto llegamos. Sólo habían jugado a vestirlo de mujer, nos dijo, eran sus amigas y la noche se prestaba. Nos dejamos conducir hacia donde nos servirían ceviche, sancocho de pescado y patacones, con la misma ansiedad de los dos días libres que tuvimos, después de un seminario sobre “Periodismo de opinión, desigualdad y liderazgo en América latina”, que organizaban el Banco Mundial y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.Tratándose de desigualdad, para otorgar las becas se privilegió desde las bases a las mujeres, y así fue como Cecilia Lanza Lobos, de Bolivia; Lucía Escobar, de Guatemala –y otras mujeres de Nicaragua, Perú o Costa Rica de tan bajo perfil (sobre todo de ingresos) como nosotras– y yo nos encontramos discutiendo con directores de diarios como El Mercurio de Chile, El Tiempo de Colombia, La Folha de Sao Pablo, y otros, junto al editorialista de Los Angeles Times y autoridades del Banco Mundial que venían a contarnos su informe: el país con menor desigualdad de América latina era más desigual que cualquiera de Europa Oriental después de sus guerras. Rosana Fuertes, de México, y Julio Nudler, de este diario, fueron lapidarios con el informe. Rosana –la chica de los grandes puros al final de las comidas– rescató el mea culpa del Banco Mundial: las reformas de mercado no habían hecho mucho a favor de la equidad. Julio no se contuvo: señaló en el informe la intención velada de nivelar para abajo (“las organizaciones de trabajadores formales perjudican a los trabajadores informales”) y preguntó cómo podía ser que les preocupara la discriminación por género o raza si todos los que nos habían servido esos días eran negros o negras. Cuando nos levantamos del último almuerzo, un poco chispeadas, Cecilia, Lucía y yo, salimos a buscar el mercado de la ciudad. Regateamos con el taxista y ahí nos dejó, en medio de un magma de cuerpos y objetos, animales, frutas,vestidos de flores, zapatillas de contrabando, bombachas, talismanes, hamacas. Si no hablábamos, podíamos confundirnos con el resto, una más, otra menos, juntas no nos veían tan hueras. Algo fluyó rápidamente entre las tres que, sinceramente, creo que fluye entre mujeres, al menos, resigno, tiene que haber una mujer para que fluya con esa docilidad con que se da la charla por los hijos, por el dinero, el amor, el dolor de nuestros países, la ansiedad por saber del otro. Cecilia dice que el lazo es porque las tres nos ganamos la vida escribiendo. Puede ser, como Oscar, que también participó de esa fugaz cofradía. Tal vez porque somos de esos que escriben sobre nada o sobre todo, como se dijo en el seminario, y nos gusta. Tal vez porque podemos guardar en la memoria una tarde de mercado y una mañana en la playa; y emocionarnos con su recuerdo.

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