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Viernes, 29 de octubre de 2004

URBANIDADES

Ni Putas, Ni Sumisas

 Por Marta Dillon

Los hombres se han apropiado del cuerpo de las chicas, han pasado a ser sus cancerberos. Y ello no afecta sólo a las chicas de origen inmigrante, las jóvenes francesas de pura cepa también son a menudo, víctimas de ello. Los testimonios que recogimos nos revelaron que ellas sufren las mismas experiencias que sus amigas procedentes de la inmigración. Cuando estas jóvenes salen de sus casas, se acaba para ellas la libertad. En el seno de la familia tal vez puedan hablar de sexualidad, de sus relaciones con los chicos, pero en cuanto cruzan el umbral del hogar familiar pasan a ser como las demás y viven exactamente la misma violencia. La condena será igualmente brutal si se sabe que salen con un chico y que han tenido relaciones sexuales. Esta opresión que viven las mujeres ha cambiado profundamente las prácticas amorosas y sexuales. Hemos asistido a una auténtica vuelta atrás y los comportamientos machistas se imponen nuevamente en el seno de las parejas. Se trata de la implantación de un nuevo orden moral que toma a las chicas como rehenes. Ello no impide que haya relaciones sexuales –muchas chicas con velo o sin él, las tienen–, pero éstas han de plegarse a determinadas condiciones. Las jóvenes se ven obligadas a vivir una sexualidad oculta, que desgraciadamente pasa a menudo, sobre todo en las primeras relaciones, por la sodomía. Y digo desgraciadamente no para hacer un juicio moral sino porque ellas lo viven muy mal”. Veinte líneas apenas de una nota del diario El País, de España, firmada por Fadela Amara, presidenta del movimiento Ni putas, Ni sumisas en Francia que, paradójicamente (o no tanto), se hizo fuerte después del asesinato de una adolescente, quemada en un sótano. Veinte líneas de una nota que no se puede leer en público si a una le avergüenza que el gesto se tuerza en una mueca de esas que intentan contener el llanto, la impresión, la desazón, el desgarro. El título es “El sexo en los guetos urbanos”, aunque lo que describe parece una postal de la Edad Media y no la vida en las barriadas obreras de París donde los médicos venden certificados de virginidad para salvar la vida de las niñas. O ellas renuncian a su deseo y a su placer y hacen equilibrio entre lo que tienen que “entregar” para no perder a su chico y lo que tienen que “guardar” para complacer al padre. “La expresión ‘todas putas menos mi madre’” -concluye la nota, que en realidad, es un fragmento del libro que se llama igual que el movimiento que preside Amara– nos parecía la ilustración misma de la manera en que los hombres consideraban a las mujeres en los barrios. Estábamos hartas de oír que si a las mujeres de los barrios se las trataba mal era porque no se rebelaban”. Más allá del espanto por esto que se describe del país en donde el feminismo supo ser fuerte, hay algo que resuena en ese falso rescate de la madre. Algo que me parece haber escuchado en la tele, o en la radio, casi como un chiste o un lugar común. Algo que se puede leer entre líneas en skechts de programas masivos en los que las chicas tienen que enojarse para demostrar lo que no son. Entonces el espanto es un escalofrío en la médula: ¿Cuán lejos estamos de los guetos de París?

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