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Viernes, 5 de mayo de 2006

URBANIDADES

No te arrugues

 Por Marta Dillon

Las voces disonantes a veces se escuchan: dicen que hay algo que leer en las marcas que el tiempo esculpe, cada vez más profundas, cada vez más herméticas; como si hubiera algo dentro del surco que no debiera verse, destinado al archivo de las cosas perdidas. A mí me gustan, te dicen esas voces, y una lo cree no sólo porque confíe en esa voz en particular sino porque su particularidad confirma una regla, la que dice que esas arrugas no tienen que estar ahí, que hay múltiples posibilidades de enmascararlas y que no hacerlo es sólo develarse. Exhibir una insoportable concordancia entre el paso del tiempo y lo que se ve en la cara. ¿Y quién puede querer que el tiempo se imprima sobre el cuerpo anotando rayas para descontar lo pasado pero sobre todo, lo que ya no va a suceder? No es exactamente un deseo evitar el mandato del no te arrugues, hay que buscar todo el tiempo entre las herramientas que modelan a esa que una es cuando sale a la calle –o cuando entra y se desnuda frente a otros ojos– para creerse que es verdad que en las marcas se escribe el nombre propio y que se puede caminar por una vereda alternativa a la de la eterna juventud, el cuerpo que se logra, el que se puede “tener” como premio al esfuerzo, como mercadería que cotiza en el mercado de deseos.

Y aun así, entre todas esas herramientas, ninguna consigue extirpar del todo la nostalgia por la juventud perdida, al menos por esa sensación de hoja en blanco que permitía inventar sueños como quien dibuja el recorrido del 152 sobre un mapa para después darse cuenta que es mejor tomar el 130. O directamente ir hacia otro lado.

No es lo que ya pasó lo que se añora. Es, en todo caso, lo que ya no va a suceder, la extraña sensación de que el tiempo tensó su arco y la flecha seguirá su camino hacia delante aunque atraviese corazones o los esquive, aunque la crema antiarrugas sea tan eficaz como promete, aunque el dinero acompañe la ficción de tener 40 pero parecer de 30 –que eso, dice la propaganda, es lo mejor de cumplir años, que no se note–.

El tiempo es tirano, dicen en la tele. Hay poco y es para que lo usen pocos. Esa conciencia es como un sino de época. Tirano y escaso, un bien que no se despliega más allá de sus límites precisos: el tiempo que tenemos, el parpadeo durante el que estaremos en el mundo y que sin embargo es necesario devorar para imponerse por sobre su tiranía, para que rinda o que se rinda. A nuestras plantas forjadas en el gimnasio rendido el león que igual pretende su dentellada: en algún costado aparece esa hilacha que da cuenta de la mordida. Las arrugas en las manos, la desazón frente a la repetición de esas conductas que no aprendieron de sí mismas, la ridiculez de pretenderse hermana de los hijos obviando que así se les niega la chance de aprender sobre lo inevitable.

Y lo peor, al menos lo peor en días de nostalgia o de temor por lo que vendrá, es que ese tirano del tiempo extiende su alfombra cada vez con más metros de camino. Como si hubiera una revancha que siempre corre un poco más su punto final. Tarde o temprano aprenderemos, supongo, que hay vida más allá de la apariencia y de la histeria y que la penumbra de la intimidad guarda placeres que no entienden de proporciones exactas. Al menos eso quiero creer mientras me adivino en los espejos de la calle, me digo soy una mujer de 40 y me desorienta pensar en qué quiere decir y sumo desconcierto.

¿Sería diferente si no pareciera una mujer de 40? ¿Alcanzaría mirar una cara lisa, una papada firme, un cuerpo para mostrar en bikini? ¿Seguiríasintiendo nostalgia por lo que no va a suceder o creería que aun ahora tengo el tiempo por delante? Aun ahora creo que tengo el tiempo por delante y por eso reescribo la historia de mis próximos pasos cada vez que puedo. Aun cuando haya cosas que ya no haré ni seré, como rica y famosa, como madre de una familia numerosa, como dueña de apacibles recuerdos de infancia. El tiempo también reescribe sus sí.

Y sin embargo esta obstrucción en la garganta, esta sorpresa frente al espejo, esta angustia por lo que no sé si podré, ¿no se va con el tiempo?

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