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Viernes, 27 de octubre de 2006

URBANIDADES

Escándalo, es un escándalo

 Por Marta Dillon

Fue justo para el Día de la Madre, un domingo de esos en que los lugares comunes arrecian y que por suerte no son, como quiere la retórica del tango, todos los domingos, porque si no estaríamos expuestas a la sensiblería cada vez que toca descansar, o al menos en que quienes gozan de un trabajo estable, si no tienen franco, al menos cobraran doble la jornada. La cuestión es que fue justo el Día de la Madre cuando en la revista dominical del diario La Nación Rolando Hanglin, escudado en una columna intitulada Pensamientos incorrectos, se lanzaba a hacer preguntas sobre la condición de mujeres y varones, insistiendo en no saber por qué somos distintos, sobre todo frente al sexo. ¿Por qué los varones consumen prostitución y las mujeres no? Ese era el interrogante básico. Sería penoso tener que contestar en serio, ya que supongo que el incorrecto señor estaba haciendo humor, ya que de otro modo sería más penoso aún pensar que nadie a su alrededor fue capaz de explicarle que existe una relación jerárquica y milenaria entre unos y otras, que en ese plan los muchachos se arrogaron algunos privilegios incluso con explicaciones pseudocientíficas. Que entre esos privilegios se cuenta describirse a sí mismos como sexualmente activos, hablando de sus deseos como de necesidades fisiológicas que hay que satisfacer (ya sabemos de quién será esa tarea) porque si no ellos lo harán por la fuerza, y que, en cambio, a las chicas apenas nos interesaría esa actividad porque si nos interesa como a ellos, bue, se tratará de histéricas, ninfómanas y pacientes de algún otro mal como la brujería o el contubernio con el demonio. Claro que esto es casi la prehistoria, hoy nadie piensa de ese modo; los muchachos se muestran apabullados por la iniciativa de las chicas, no saben cómo reaccionar cuando ellas no se enamoran al mismo tiempo que tienen orgasmos, y hasta se les ocurre desconectar el teléfono para no contestar sus llamadas demandantes. En la tele, las revistas femeninas, incluso en la radio, abundan los consejos para estar sexy aunque seas madre recién parida, para levantarte a tu jefe o a tu compañero de banco, para hacerlos gozar como ellos quieren, para enseñarles cómo hacer gozar a una servidora. Y sin embargo, qué loco, las mujeres siguen negándose a consumir prostitución, ¿por qué será?

¿Será que la prostitución es una institución hecha a la medida del macho tradicional y en decadencia? ¿Será que es un reducto como el del taller mecánico, a prueba de estudios de género y de responsabilidades compartidas tanto en el hogar como en el pequeño hogar de la cama? ¿Será, como se quejan tantos, que para nosotras es fácil tener sexo porque ellos siempre quieren o al menos deberían aparentar que quieren? No vale la pena seguir sumando tontas preguntas a lo que ya sabemos, desarticular los estereotipos de género es un tanto más arduo que equiparar derechos laborales y políticos, aunque ésos también están en camino.

Lo cierto es que con la falacia del oficio más antiguo y la necesidad masculina, no sólo de sexo si no también de compañía, pobres (¿por qué no irán al cine con sus amigos?), se sigue considerando como normal, por no decir natural, que la prostitución exista y a diario vemos cómo las mentes bien pensantes de legisladores y legisladoras avanzan para ocultar este problema que se trata, lisa y llanamente, del sistema de explotación más antiguo del que se tenga noticias, junto con la esclavitud, que se parecen bastante en tanto se reduce a personas a la condición de objetos de los que se puede disponer a voluntad. Esta misma semana se trató en la provincia de Buenos Aires, ahí donde desapareció Julio López (que, ya que estamos, desapareció también de las noticias del día a pesar de que no se ve un tema más urgente en el horizonte), se está discutiendo un proyecto para poner multas y penas de prisión a quienes ejercen la prostitución en la calle e incluso “escandalicen en casas privadas” a esas mismas mentes bien pensantes. O sea, nos pasamos por las partes pudendas la legislación que este país consagró y que nos declara como abolicionistas. Es decir, que no se debería penar a quien está en esta situación de explotación sino por el contrario penar en todo caso a quien explota y proponer opciones laborales para quienes han quedado atrapadas (mayoría de mujeres) en ese circuito.

En este panorama, no hay por qué alarmarse de que livianamente alguien en un medio público no sólo se interrogue en clave ingenua por qué las mujeres son prostituidas sino que diga que lo hacen cercadas por “la pobreza o la haraganería” si en definitiva lo que hacen no es buscar desesperadamente una manera de sobrevivir en un contexto en el que es fácil pensar la prostitución como salida, sino que están escandalizando, ni más ni menos, generando espanto en la gente de bien que no tiene por qué ver esas cosas. No en vano ahora se prohíbe que entren autos al Rosedal en determinado horario, no vaya a ser que se note que virtualmente se constituyó en una zona roja.

En fin, es de esperar que los compromisos se sostengan y que legisladores y legisladoras se dediquen a algo mejor que a cuidar una moral pacata que sólo sirve para cristalizar un sistema de explotación que si no se hace a la luz del día se promueve en lugares oscuros en donde buenas coimas amparan a quienes tienen a mujeres esclavas de las que sabemos sólo porque de tanto en tanto a algún proxeneta se le va la mano, o alguna chica consigue saltar el cerco. Según mi humilde opinión, ése es un verdadero escándalo.

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